◦•●◉✿[ El príncipe enfermo y la niña risueña. ]✿◉●•◦

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—Norman está enfermo. —La dulce voz de la pequeña Anna bailó por los oídos de Ray y Emma.— Mamá me vió caminar cerca de la enfermería y me pidió de favor que les dijera.

—¡¿Eh?! —Emma se quejó en un grito de disgusto. Sus mejillas regordetas se inflaron y sus ojitos se cerraron con fuerza.— ¡Ay! ¡Yo quería jugar con él!

—¿Qué tiene? —El niño de hebras oscuras preguntó. Anna dejó de poner su atención en el berrinche de la pelirroja y clavó su dócil mirada en él.

—Resfriado. —Soltó sonriendo de la nada.— Está dormido por ahora.

  Ray asintió mientras bajaba la vista. Siempre que la rubia lo miraba de esa forma, él a su corta edad no sabía mantener los ojos en ella. De hecho, en ninguna de sus hermanas (a excepción de Emma, porque según él, era como un niño, solo que más bonito).
  Emma se fue lloriqueando por los pasillos solitarios, perdiéndose en la penumbra y clamando el nombre del ojiazul.

  "Debe haber alguna forma de que Norman deje de enfermarse" —Mientras caminaba, la niñita trataba de averiguar la solución a todos sus problemas.

  ¡Oh sí!

  La biblioteca. Ray siempre le decía que la biblioteca era un lugar para gente inteligente, Mamá afirmaba que todos en el orfanato tenían una excelente cabecita, así que Emma fijó su ruta hacia aquel interesante apartado en la edificación. Con una expresión más animada, entró por la enorme puerta marrón y se introdujo dentro de la guardería del saber.
  Los estantes se vestían con libros de diversos colores y tamaños, el polvo que descansaba sobre las superficies daba un aspecto vintage al panorama que la pelirroja presenciaba. Siendo a penas una bebecita no podía llegar a los libros colocados más allá de su estatura, así que solo se dedicó registrar en las partes bajas. Pasó un rato hasta que se dió por vencida.

—¡No hay nada aquí! —Exclamó exhausta. Ya estaba agotada de tanto leer títulos con palabras que no entendía, portadas sin dibujos, ¡Y un millón de letritas ilegibles en las páginas! Una gota de sudor resbaló por su frente cuando se dió cuenta de su incompetencia.
  ¿Sería este el final de su esperanza para que Norman se recuperase?
No. No podía dejar así a uno de sus amigos.
  Sacó todo el aire acumulado en sus pulmones a forma de un largo suspiro y recobró sus energías para continuar. Había un lugar que no revisaba aún: el área de cuentos infantiles; sin duda sería más divertido que hojear páginas sin ilustraciones.

—Mmm. —Su nariz se arrugó mientras, frente a ella, la portada de "La princesa y el sapo" era embellecida por la luz solar que se filtraba dentro de esa área. Recordaba la historia: un príncipe maldecido que buscaba un beso mágico para volver a ser humano. Deshechó la idea de que fuese útil para su caso especial.
  Por toda la siguiente hora no paró de leer cuentos de hadas pensando que, por muy poco probable que fuera, la solución estaría ahí. Leyó, leyó y leyó hasta que algo en su cabecita hizo click.

  Todas las historias tenían un beso. Luego, los personajes se deslindaban de sus problemas y preocupaciones para vivir felices por siempre. ¿Y si eso funcionaba? Emma era ingenua, una niña; ella iba a intentar todo para lograr que Norman jugara de nuevo en el jardín.

—¡Lo tengo! —Apretó el puño con determinación y guardó todos los libros en sus respectivos lugares.

Norman dormía sobre las sábanas blancas a las cuales estaba más que acostumbrado; él era siempre así, enfermizo, débil. Eso llegaba a deprimirlo en ocasiones, sin embargo, el apoyo de sus mejores amigos lograba hacerle sonreír todos los días.

  Afuera, Anna y Ray esperaban a la pelirroja como si supieran que ella vendría a ese lugar.
Y bueno, era un caso afirmativo.

—¿Crees que encuentre algo? —Tímida, la rubia cuestionó a el antagónico mientras jugaba nerviosamente con una trenza suya. Ray, por su parte, se mantenía en silencio recargado sobre la puerta de entrada.

Nᴏᴛᴀs ᴅᴇ ᴠᴀɪɴɪʟʟᴀ.~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora