Llego de nuevo a su país natal, una fotografía que llena de amor a cualquiera que la vea y conoscas su historia: es un cuarto, es un tanto sombría la escena pero con la luz suficiente para captar a la chica que está desnuda, sentada a los pies de una cama; las sábanas cubren hasta donde la espalda termina; su cabellera negra llega a la mitad de su espalda; su mirada está dirigida a su fotógrafo, es una de esas miradas exóticas: es enigmática y cautivadora, con un toque de picardía y ternura. Me gusta narrarla porque me la chica que posa en esa foto fue en algún momento mi más grande amiga.
Hace tiempo, un par de adolescentes se conocieron de casualidad en una fiesta –él llegó por la invitación del amigo de un amigo del anfitrión, ella porque su prima la llevó– y después de unas cuantas bebidas terminaron en un cuarto de aquella casa. A la mañana siguiente juraron olvidar aquello, pero no fue así.
El tiempo pasó y ellos dos se volvieron unidos, los mejores amigos. Ninguno quería más, estaban bien, pero un beso no les cayó mal. Y luego el sexo fue parte de su "amistad". Así, las semanas pasaban y ellos compartían todos los viernes después de clases hasta el sábado en la tarde. Nunca sabían qué harían: podían ver películas, o series, o contarse anécdotas, o simplemente tener sexo hasta el amanecer. Ambos se amaban, pero ninguno estaba listo para una relación amorosa; sus ojos decían lo mucho que amaban al otro, pero sus labios no revelaba nada. Era perfecto para ellos esa relación de amigos con derechos.
Y fue uno de esos viernes, cuando él le comentó a ella sobre un concurso de fotografía. Pasaron la tarde buscando algo digno de un concurso a nivel nacional; hubo fotos de aves, la laguna que queda cerca de la universidad, árboles, casas, edificios, personas; pero ninguna era la correcta.
Cansados de buscar y llegada la noche se fueron a la casa del chico –porque claro, sus padres lo dejaban desde el jueves en la noche, y regresaban lunes en la tarde– y se sentaron a ver esas fotografías.
–¿Qué me dices de esta? Captaste la luz de una manera sorprendente.
–No, la cometa del niño bloqueó esa nube. Pero mira, esta incluyó este arcoiris tan bello.
–No lo sé, no es muy... Especial.
Y así pasaron de foto en foto hasta la cena. Después a una película, y luego a la cama. La piel reconocían el tacto del otro, sus labios y lengua jugaban por todo su cuerpo, el sudor cubría sus rostros, el ambiente se llenaba de gemidos, risas y suspiros. Se completaba. Se comunicaban. Se entregaban. Se callaban. Se acobardaban. Se amaban.
Ya en la madrugada silenciosa y fría, la luz comenzaba a filtrarse por las cortinas, ella se sentó a los pies de la cama, acomodó su cabello hacia atrás y la sábana de deslizó por su espalda y sus senos hasta caer en sus piernas; en un auto reflejo cubrió sus senos con sus brazos. Él quedó impactado por tal belleza, así que tomó la cámara que tenía en el buró de a lado y enfocó. Ella se percató y giró su rostro hacía él, enfocando sus ojos. Se oyó un clic. Ella sonrió, él dejó la cámara y se acercó lentamente a ella. Se armó de valor.
–Tenía miedo de no encontrar la foto ideal, el paisaje perfecto, y todo el tiempo estuvo a lado mío.
–¿Qué quieres decir?
Ella sabía perfectamente a qué se refería, pero quería que él lo dijera.
–Que estoy enamorado de tí, y que eres lo más hermoso que he visto en mi vacía existencia.
–Tengo miedo, y creo que tú también, pero estoy tan enamorada de tí, que no me importaría perderlo todo a cambio de una historia contigo.
Entonces se besaron, y continuaron lo que minutos antes habían dejado.
Semanas después el concurso dió los resultados: la foto, que el autor titularía como "belleza femenina", obtuvo el cuarto lugar, pero eso no lo deprimió, ya que encontró el mejor premio de todos. Y aunque no logró ser parte de las ganadoras y viajar a europa para un concurso internacional, la fotografía sí trascendió: un coleccionista, obsesionado por hallar una muestra de belleza natural mexicana, se topó con esa fotografía. Inmediatamente se comunicó con el chico, y le dió suficiente dinero como para que ellos dos puedieran viajar a dónde tanto habían soñado vivir. Cuando ellos se mudaron, se nos hizo casi imposible seguir en comunicación, sólo sé que los años pasaron, se casaron y ya van a tener a su tercer hijo. Mientras que el coleccionista, concluyó su colección con esa foto y abrió una exposición con el nombre de "belleza oculta" en el Zócalo de Puebla, ciudad de su última y más preciada pieza. La exposición dió la vuelta a todos el mundo, y después de varios años, esa foto vuelve a su ciudad, y la pareja, ahora con sus hijos, contemplan toda la colección hasta llegar a la foto; los puedo ver, ya que estoy con mi esposo y nuestra hija –que nos llegó como un regalo de un orfanato– en una mesa un tanto alejada de la foto; ella le cuenta a su hija mayor que ella es la de la foto, y que su padre la tomó. Cabe mencionar que ella es una grandiosa abogada y él es un fotógrafo famoso. La familia se va, feliz por disfrutar sus vacaciones, pero antes, ella gira su mirada a dónde estoy yo. Me ve, la veo, me sonríe y la saludo. Se aleja.
–¿A quién saludaste, amor?
–A la mujer que alguna vez posó para esa fotografía.