Capítulo IV

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La pregunta que ansiaba hacer lady Louisa Quain, aunque no la hizo, era: ¿Qué será de Caroline Massey? Las relaciones de su hermano con la bella Massey le eran peritamente conocidas y, por regla general, no temía hablar con franqueza. Comprendió que nada de lo que dijera influiría en la conducta de su hermano, pero admitió que le faltaba el coraje moral necesario para abordar la cuestión. Estaba convencida de gozar de la confianza de Rule, pero él nunca le había hablado de sus aventuras amorosas y si ella se arriesgaba en terreno prohibido era capaz de detenerla de manera extremadamente desagradable.

Aunque no pretendía tener mucha influencia sobre él, ella era quien le había instado a casarse. Le dijo que si había algo que era incapaz de soportar, era la perspectiva de ver a Crosby ocupando el lugar de Rule. Ella era también quien había señalado a la señorita Winwood como la prometida adecuada. Le gustaba Elizabeth, y había advertido rápidamente no solo su celestial belleza sino también la dulzura de su carácter. Seguramente, el tener una esposa tan encantadora apartaría a Rule de la odiosa relación con la Massey. Pero ahora daba la impresión de que a Rule no le preocupaba con quién se casaba, lo cual era un mal pronóstico sobre la influencia futura de su prometida sobre él. ¡Y además, una niña de diecisiete años! No podía ser menos prometedor.

Fue a casa de lady Winwood y conoció a Horatia. Cuando más tarde abandonó South Street, lo hizo con una opinión completamente distinta. Esa niña de cejas negras no era una bobalicona. «¡Por Dios! —se dijo su señoría—, en qué baile le metería!» Era mejor, mucho mejor de lo que había supuesto. La docilidad de Elizabeth no hubiera sido tan apropiada como la turbulencia de Horatia. «Bien —se dijo— no tendrá un momento de paz y nada de tiempo para esa odiosa Massey!»

Era poco probable que Rule presintiera el inquieto futuro que alegraba a su hermana. Continuó visitando Hertford Street y no hubo por su parte la menor insinuación de ruptura.

Dos días después del anuncio del compromiso, lady Massey le recibió en su boudoir rosado y plata. Estaba reclinada en un diván de brocado con una bata de encajes y satén. No le anunció ningún sirviente. Entró en la habitación como quien tiene derecho a hacerlo, y mientras cerraba la puerta, observó con humor:

—Querida Caroline, tienes un portero nuevo. ¿Le dijiste que me cerrara la puerta en la cara?

Ella le tendió la mano.

—¿Eso hizo, Marcus?

—No —dijo su señoría—. No. Ese destino ignominioso no me ha llegado todavía. —Tomó su mano y se la llevó a los labios. Ella le apretó los dedos y lo atrajo hacia sí—. Pensé que íbamos a ser formales —dijo él sonriendo, y la besó.

Ella siguió apretándole la mano, pero dijo entre burlona y apenada:

—Tal vez deberíamos ser formales ahora... milord.

—¿De modo que sí ordenaste al portero que me cerrara la puerta en la cara? —suspiró su señoría.

—No hice tal cosa. Pero vas a casarte, ¿no es verdad, Marcus?

—Sí —admitió Rule— pero no en este mismo momento, sabes.

Ella sonrió, pero fugazmente.

—Podrías habérmelo dicho —dijo.

Él abrió su tabaquera y metió en ella el índice y el pulgar.

—Podría haberlo hecho, por supuesto —dijo, apoderándose de su mano—. Una nueva mezcla, querida mía —dijo, dejando la pulgarada de rapé en la blanca muñeca y aspirando. Ella apartó la mano.

—¿No podías habérmelo dicho? —repitió.

Rule cerró la tabaquera y la contempló, todavía de buen humor pero con cierta expresión en el fondo de los ojos la hizo detenerse. Se sintió sacudida por la ira. Lo comprendía perfectamente; él no estaba dispuesto a discutir sobre su matrimonio con ella. Tratando de adoptar un tono frívolo, dijo:

Matrimonio de convenienciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora