Cap.7.Alguien mas

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Durmieron tan incomodas que despertaron antes de que el sol saliera, jamás habían dormido a la intemperie, si fuera por ellas, jamás volverían a intentarlo, Emyli fue la primera en despertar, comenzó a caminar sin alejarse de la otra, trataba de identificar algunos caminos, pero pronto su estómago comenzó a rugir de vacío, en su bolso solo había una botella de agua, pero no duraría mucho tiempo. Escucho a la mayor levantarse y quejarse del dolor en su espalda.

— ¿Y ahora qué?, Emyli. — pregunto en tono sarcástico, algo adormilada.

— Debemos buscar comida.

— Ella nos hubiera dado comida. ¡¿Qué esperas que hagamos?! ¿Matar un cerdo y comerlo? —La duda comenzó a entrar, que comían las personas de aquí.

— Busquemos algo que no sea carne

Verónica tomo su bolso y se dispusieron a caminar, las piedras lastimaban en cada paso descalzo que daban, aunque las hojas ayudaban a que el sol no entrara, estaban hasta el cansancio desde el amanecer. Había algunos senderos por donde ir, comenzaron a caminar de lado contrario del castillo de la tal reina Carolina, sin duda no tenia nada bueno que ofrecerles. Entonces sus plegarias fueron escuchadas, en cuanto observaron varios arbustos con frutos color rojo y azul, en forma ovalada, jamás habían visto frutos con esas características.

 Tanto tiempo caminando, pronto se desmayarían de no consumir nada, el pequeño reloj que les quedaba marcaba las 13:45, parecían como si tuvieran algún animal dentro del estómago, el hambre estaba ganando y la sed también. Emyli era una empresaria y claramente no sabía de supervivencia en el bosque, mientras que Verónica, era maestra de universidad, sabia un poco de las cosas que sus alumnos hacían en algún campamento. Además de que había acompañado a acampar a sus estudiantes una vez, sin embargo, siempre había comida y una cama muy cómoda en cada una de esas veces.

— Llevamos horas caminando, y el agua se acabará pronto. Y si... ¿comemos algunas? — sugirió la menor señalando los frutos extraños.

— No sabemos que son...pero ¿Y si volvemos y compramos algo de comida?

— ¿Con que dinero?, no aceptaran esto. —Señalo su cartera que estaba dentro de la bolsa. —Vi como los niños contaban piedras redondas con un pentágono en medio. Seguro ese es el dinero de aquí. — dijo mientras se detenía de un solo paso— además, Carolina no me da buena espina

—En el libro, ¿viste algún lago?, así tendremos agua para después.

Arqueo la ceja y miro hacia la derecha por un rato. Buscando un vago recuerdo en su mente, efectivamente lo hayo.

— Creo que sí, lo vi dentro del bosque, de hecho, creo que recuerdo haber visto dos, uno de ellos está a orillas del bosque. De igual manera no sé cómo llegar hasta el.

— ¿había algún mapa?

Forzó un rato su mente, tratando de recordar. Pero solo pequeños pedazos de páginas le venían a la cabeza, recordaba la descripción de los sitios, pero nunca un mapa.

...

— Perdóneme majestad, debí supervisar que lo bebieran, hasta la última gota. — se disculpó inclinándose ante ella con miedo, como si ella tuviera un arma apuntándole en el pecho, pero solo estaba parada frente a él, con el mentón en alto.

— Descuida, no son las únicas que huyeron. Estoy segura de que serán comida muy pronto...— dijo con seguridad, antes de mirarlo con molestia. — Que sea la última vez Lepuef.

El asintió rápidamente, mientras una mujer de rayas blancas y negras paso por el pasillo.

— Majestad, han venido más a..-

— Lo sé, los atenderé después— interrumpió

— Insisten en verla, majestad. — su tono de voz era más bajo mientras sentía la mirada de su reina, quien la miraba con odio, y camino en busca de solucionar lo que la sirvienta menciono.

"Solo sonríe, llegaran más" pensó Carolina. Al abrir la puerta del salón principal, varios glyfalianos se encontraban esperándola, se inclinaron al verla pasar justo frente a todos, esperaron a que tomara asiento en el trono y se acomodara el pelo, para después saludar con frialdad. Se miraron entre ellos por algunos segundos, hasta que uno tomo la iniciativa.

— Su majestad, espero que no sea molestia, pero como se lo hemos comentado desde hace meses, los robos no se detienen.

— Estoy trabajando en eso. —Eso no era una prioridad, sabia quién era el culpable, no representaba un problema en sus planes, solo eran esos molestos súbditos que no soportaban robos miserables.

— Lo sabemos majestad, pero...no hemos visto resultados

Ella lo miró como a todos sus empleados que le hacían enojar con sus comentarios, aquel viejo tenía valor de decir tal cosa de frente. Hasta que agacho la mirada, debía recordar que una reina es el alma de su pueblo, estaba cansado de los robos en su puesto, pero su vida era más importante.

— Trabajare en ello. No se preocupen. —Dos guardias grandes con pelaje café, garras y dientes enormes, se encontraban de pie detrás de la reina, con lanzas de hierro. Hicieron una señal con la cabeza, e indicaron que se retiraran absolutamente todos, ellos eran fieles a su majestad. — No vuelvan a abrirles — ordenó en cuanto todos se habían marchado.

17:28

El tiempo era tan lento como la espera del matrimonio y el hambre tan rápida como perder el amor en un vuelo. Ya no podían caminar más, tomaron en ultimo trago de agua que había en la botella. Agotadas, terminaron sentándose entre rocas grandes que estaban en el bosque, a su lado un arbusto de los frutos raros, que ahora se veían demasiado apetitosos, entonces decidieron comer algunos.

— ¡Por fin! — arranco uno de los más grandes que pudo ver. Lo miro unos segundos con deseo, lo metió enteró a su boca y empezó a masticar sin saborearlo, estaba hambrienta. Verónica la veía en espera de algún cambio.

— ¿A qué sabe? — dijo mirando el que había arrancado ella. Emyli se quedó callada, aun masticando.

— A fresa, muy muy ácida — dijo retorciendo sus labios.

Y como si no lo hubieran dicho, arrancaron más y el juego de muecas comenzó. Incluso sin comer, las risas entre ellas aparecieron, ya ninguna podía verse a los ojos, los árboles se movían y las piedras bailaban cada una un ritmo diferente, todo se veía borroso ante sus ojos después de comer otras. Decenas más cada una, y los mareos comenzaron, les dio tanto sueño que se recostaron en el primer lugar fresco que encontraron alejadas de las rocas.

Un sonido llamo su atención, ambas sin sus cinco sentidos, buscaron con la mirada el origen del aquel estruendo, un rugido, era un rugido feroz, muy enojado, ¿Cómo era eso posible? De pronto, de los arbustos, el rostro de un lobo blanco salió, mostrando sus ojos que brillaban como la luna, de su boca mostraba un hambre de años en vacío, ese lobo tenía el triple de tamaño que uno común, además de esto, el no tenía forma humana, tenía unas patas del tamaño de su hocico, y una cola exageradamente larga.

No sabían si estaban alucinando, o si era real, pero el miedo que les provoco su mirada fría era muy real. Verónica gritó lo más alto que su garganta permitió, y la menor intento calmarla. Este comenzó a acercarse, sin quitarles la mirada aterradora, gruñendo más fuerte les mostro los colmillos, retomaba fuerzas, como si hubiera corrido varios kilómetros para encontrarlas, empezó a caminar más rápido, hacia ellas.

Ambas retrocedieron sin saber qué hacer con el miedo, el lobo salto hacia ellas en un segundo, cerraron los ojos y se abrazaron mientras los árboles eran espectadores de la ópera de gritos, sin embargo, nunca llego el golpe esperado, en su lugar un quejido del animal se escuchó, y al abrir los ojos, este feroz animal tenía atravesada una lanza de madera entre sus costillas.

— Vengan, es peligroso estar aquí — escucharon hablar a su salvador borroso, mientras el lobo seguía gruñendo con enojo. No podían ver quien las había salvado, se cubría con algo de tela casi todo el rostro, acercó ambas manos para levantarlas. El miedo las hizo reaccionar y aceptaron la ayuda para ponerse de pie. — Rápido, o llegaran más.

Sincomprender lo que había pasado aun, corrieron detrás de su salvador.


Glyfalia. "El Libro Perdido"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora