Train

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El sonido de las ruedas metálicas del tren chocando con las vigas de hierro y al mismo tiempo que el sonido de los tímidos gemidos del viento chocaban con las ventanas. Esos eran el únicos ruidos que llegaba a los oídos del chico.

Rubio, no muy alto ni muy bajo, su uniforme negro y zapatos lo hacían ver elegante y trabajador sin duda parecía un hombre de negocios a los ojos de las ancianas que aún tomaban ese trayecto en tren, sabiendo como la tecnología había evolucionado actualmente y la gran cantidad de autos taxis tanto como ubers buscaban trabajo en las calles de Corea, sin embargo nadie se atrevería a salir en un día tan lluvioso como ese. 

A pesar de todo el chico que vestía un elegante rubio con sus cabellos y traje negro no tenía un destino, no como ellas pensaban porque realmente no era un hombre elegante ni mucho menos de trabajo, su día no había sido el mejor de todos, su semana no había sido la mejor de las semanas y ese año no había sido su año, en su corta vida no había logrado cumplir las metas que tenía en mente, a pesar de poner todo su empeñó en ello fracasaban en todas sus posibilidades. Después de la muerte de sus padres y posteriormente la de sus abuelos en sus dieciocho años de edad lo dejaron devastado, destruido y tan pequeño, se fue un poco después de Daegu, buscando huir de todo aquello que lo atormentaba en las noches sin lograr conseguirlo. 

Ahora su mente vagaba en los días soleado, nublados, fríos y calurosos, vagaba buscando una respuesta a todo lo que había recibido. 

Desde pequeño sus padres le han enseñado a levantarse con sus propias manos, rapadas y dolidas después de una fuerte caída, todavía con las rodillas sangrando él sabía que algo mejor lo esperaría el día siguiente, a la semana siguiente o el año que seguía tal vez.  Y así fue siempre, logrando salir de todo con sus ojos lloros y rodillas raspadas, casi ensangrentadas.

Pero como todo ser humano se cansa de luchar, de levantarse por sí solo, de no lograr espantar cada detalle de su tortuoso pasado, de saber que el día siguiente todo iba a estar igual o empeoraría. Que a pesar de luchar cada día por lo que quería no logre tocarlo ni con la punta de sus dedos. El éxito no iba con él, sin dudas estaba destinado a fracasar, y él lo sabía. Lo sabía, tan bien que allí iba, al fracaso. Devastado y con las alas cortadas, su dulce aurora no brillaba, él era un pequeño ángel que había caído desde el primer momento.

YoonGi respiraba profundo, planeando su futuro, el siguiente paso, la siguiente caída, el próximo fallo, así se encontraba. Ya no vagaba en sus pensamientos tortuosos. Ahora él viajaba entre la delgada línea de luchar o rendirse, a punto de dejar que sus alas caigan de una vez por todas en un vacío y profundo agujero negro. Y no, no era la primera vez que aquello cruzaba por su descabellada mente, en lo profundo de su ser él deseaba que sea la última.

Podría ver como sus pies, delicados y dañados pies blancos, a punto de saltar desde el edificio más grande que podría encontrar en la última parada de aquel ruidos tren. Una sonrisa tímida se posó en sus labios, sus ojos derramaron lágrimas por unos segundos y las ancianas canosas que lo veían de hace rato sintieron pena por ese ángel roto.

De repente el tren frenó en la estación más desolada de sus escalas, y una persona cruzó la puerta llena de rayas con diferentes nombres y deseos que se habían roto con las estaciones del año. Un niño de cabellos rosados y ojos negros, tan negros como la noche sin luna, pero todavía así más brillantes que la luna llena y las estrellas. Con sus ropas blancas y una tímida sonrisa en sus labios. Un ángel, pensó.

Lo miro con pena, así lo sintió Yoon, escuchó los pasos del chico aun sin levantar la vista del piso. Él caminó hasta quedar frente al chico rubio, sin pedir permiso y sin una pizca de vergüenza se adueñó del asiento a su lado y sonrió otra vez.

Las ancianas canosas sonrieron también, reconociendo al joven de cabellos rosados y ropa blanca. Cuando el muchacho empezó a viajar en aquel viejo tren apenas tenía nueve años, ellos siempre se sorprendían al ver todo lo que el chico de familia pobre había logrado. Según se decía por ahí su padre había llegado a la capital cuando el chico tenía a penas dos años de edad, él era un joven de Busan en la sima de una empresa de transporte pesado, lamentablemente todo el esfuerzo dado por él había caído en quiebra después de una lucha política con su ex mujer y madre de JiMin. Porque así se llamaba el rosado, JiMin. Él y su padre después de todo aquello cayeron desde lo más alto hacia lo más bajo, empezaron tomando el tren y después de unos años, cuando JiMin cumplió los dieciséis, su padre murió por no poder pagar los medicamentos. Lo que JiMin no sabía en aquel tiempo era que su padre no había comprado esos remedios por pagar su escuela. Ellas no entendían  por qué el chico insistía tanto en quedarse allí, en Seúl, solo, viajando en un viejo tren incluso después de perderlo todo.

—Hola… —Yoongi miró confuso al chico a su lado, la angelical y suave voz el rosado había salido de sus labios como el canto de los pájaros en medio del bosque, tan suave y relajante que YoonGi sintió dormirse por unos instantes.

JiMin también lo miró, con una sonrisa sincera en sus labios y ganas de conocer y salvar a aquel hombre rubio y de traje que parecía al borde de la muerte.

—Hola… —Su voz salió ronca, había estado llorando hace unos segundos, era normal. 

Entonces JiMin lo miró, le sonrió. Una sonrisa sincera, de otro ángel caído, la gran diferencia entre estos dos ángeles era que uno a pesar de tener sus alas rota brillaba. Brillaba tanto como la vida le permitía, y tomaba cada oportunidad para hacerla única y brillante, como él. 

Esa es la gran diferencia entre en un ángel que está por entrar por sí mismo en abismo más oscuro que es la muerte, y un ángel que lucha por no caer.

Y los ojos del chico cayeron en su mano, tan pálida como el rubio a su lado, JiMin quiso sostener la mano que parecía dejar el mundo entre las suyas calidad. Sentía a distancia que el joven rubio y apuesto necesitaba de una mano de la cual sostenerse, ayuda de alguien para lograr levantarse por última vez, para volver a intentarlo una vez más.

—¿cómo te llamas, rubio? —YoonGi se preguntaba por qué la sonrisa del chico no se iba de sus labios en ningún momento, entonces pensó que quizás él tenía una buena vida, y sus ojos volvieron a picar. —Yo me llamo JiMin —Habló esta vez mirando directo a sus ojos, Min vio detrás de todo ese brillo una pizca de tristeza, se sorprendió ¿cómo un chico que ocupaba tanto podía estar tan feliz frente a él?.

—Min YoonGi —Yoongi pensó que quizás ese no era el día en que él debía dejar la tierra de los vivos, quizás él debía vivir un poco más. Que él debería admirar más los ojos brillantes de las personas y decir, por mucho que le cueste admitir, que hay personas en aquel mundo de ángeles caídos que ni siquiera llevaban sus alas. Y quizás YoonGi sintió que no podría deshacerse de ese pequeño chico angelical, o quizás no lo quería hacer.

Los siguientes días, las siguientes semanas y los siguientes meses, el chico rosado se sentaba a su lado en el tren, viajaba todas sus estaciones y bajaba en la misma que YoonGi.

Él se encargaba de seguir al chico rubio que había conocido en el tren como si fuera un idol y él un trabajador en las revistas de chismes semanales. 

YoonGi no pudo resistir las mil y un tentaciones del chico y más de una vez lo había invitado a cenar en su casa. Cómodos, dos ángeles que se han dejado caer, uno que ha estado con la punta de los pies tocando el abismo y otro que no lo ha dejado caer. 

Las semanas se hicieron meses, los meses sin piedad se hicieron años y la amistad que pronto se formó entre no tardó en convertirse en una catarata de nuevas sensaciones, entonces después de mucho tiempo entre ambos ángeles una flor de timidez llamada amor creció entre medio de ellos.





Coffedoly

Train • 𝐘𝐎𝐎𝐍𝐌𝐈𝐍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora