Capítulo 1: Cuatro fases

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Cada ser humano del planeta lo vivió de una forma distinta.

Los alumnos de un instituto de Kyoto parpadearon; al volver a abrir los ojos, eran incapaces de encontrar a su profesor en el aula. 

Un hombre de México D. F. estaba enseñando a columpiarse a su hijo cuando, de repente, dejó de estar allí. El niño perdió el control, cayó al suelo y se quedó un buen rato preguntándose qué diablos acababa de ocurrir.

En Oregón, las chicas del Correccional Juvenil de Oak Creek no daban crédito a lo que veían: más de la mitad de los vigilantes del centro habían desaparecido, como desintegrados en el aire, sin dejar ningún tipo de rastro.

Esas personas fueron las afortunadas. Sufrieron los efectos de la fase uno: desapariciones masivas y descoordinadas repartidas por todo el mundo.

Los supervivientes la llamaron El Agujero.

Había niños que vieron cómo el brazo de su abuelo se desvanecía. Otros presenciaron la desaparición de su abuelo entero, a excepción de un brazo cortado en el suelo. Adolescentes que, paseando por la calle, se topaban con un torso materializándose en mitad de la carretera. Chicos y chicas que, por error, pasaban de estar esquiando en los Alpes a encontrarse en mitad del desierto del Sahara.

Esas personas tuvieron algo menos de suerte. Sufrieron los efectos de la fase uno punto dos: transportes completos o parciales, masivos y descoordinados, repartidos por todo el mundo.

Los supervivientes la llamaron La Tardis.

Lo peor, sin embargo, estaba aún por llegar. 

La fase dos.

El Rompeolas.

Los supervivientes la llamaron así porque el mar dejó de moverse. El agua se quedó quieta, estancada, sin olas, sin marea, sin vida. Justo entonces, un fogonazo de luz estalló en doscientos cuarenta y ocho lugares estratégicamente seleccionados, borrando de la faz de la Tierra a cada persona adulta, provocando una oleada de desastre sin precedentes.

La televisión dejó de funcionar. La radio comenzó a emitir un pitido agudo insoportable. Internet aguantó algo más, pero terminó cayendo. Los aviones, trenes, barcos: nada servía ahora que no había forma de utilizarlos. Ni combustible, ni policía, ni comida, ni electricidad, ni médicos... Nada.

No quedaba nada.

Y mientras todos los niños y jóvenes de la Tierra intentaban orientarse, buscando una explicación a aquella serie de catástrofes incomprensibles, no tenían ni idea de que El Romepolas solo era el principio.

Porque, puede que en algún recóndito lugar insondable, quizás y solo quizás, alguien decidió que había llegado la hora de comenzar con la fase dos punto dos.

Los supervivientes, irónicamente, la llamaron sobrevivir.

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⏰ Última actualización: May 29, 2016 ⏰

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