Capítulo XVI

70 10 0
                                    

El señor Drelincourt no tenía idea de que lord Lethbridge podía estar pisándole los talones.

Como tampoco podía imaginar que nadie, y menos aún lord Lethbridge, hubiera descubierto su robo del broche, no vio necesidad alguna de apresurarse, y pospuso su partida para después del almuerzo. El señor Drelincourt, aunque generoso en materia de trajes y otras cosas, era muy cuidadoso en la forma en que gastaba su dinero en asuntos menores. Alquilar un tílburi para hacer un viaje de treinta y tres millas, le costó un sobresalto, y si además de eso tenía que agregar los cuatro o cinco chelines que le hubiera costado el almuerzo en una posada, le hubiera parecido una gran extravagancia. Almorzando en su alojamiento, no se vería en la necesidad de detenerse por el camino, porque pensó que llegaría a Meering a tiempo para cenar con su primo. Pasaría la noche allí, y si Rule no le ofrecía uno de sus propios carruajes para el regreso, sería un comportamiento detestable y que no quería imaginar, porque Rule, para hacerle justicia, no era mezquino, y debía saber perfectamente bien que el coste de un tílburi disminuiría si regresaba vacío.

El señor Drelincourt inició este viaje en un estado de ánimo estupendo. El día era hermoso, ideal para un paseo por el campo, y después de haber bajado la ventana del frente para ordenar a los postillones que no fueran a paso tan vivo, no tuvo nada que hacer más que reclinarse y admirar el paisaje o permitirse agradables reflexiones.

Era imposible suponer que hubiera una sola pieza de la herencia Drelincourt que le fuera desconocida. Había reconocido el broche al instante, y hubiera podido nombrar sin vacilar las diferentes piezas que comprendían ese juego de joyas. Cuando se inclinó a recogerlo no tenía una idea clara de lo que iba a hacer con él, pero una noche de reposo había dado excelentes frutos. No tenía dudas de que Horatia debía haber estado escondida en algún lugar de la casa de Lethbridge. El broche le parecía prueba suficiente y debía serlo también para Rule. Siempre había opinado que Horatia era una mujerzuela, y en lo que a él se refería, no estaba sorprendido (aunque sí escandalizado) de descubrir que ella había aprovechado la ausencia de Rule para pasar la noche en brazos de su amante. Rule, quien siempre estaba demasiado dormido como para advertir lo que sucedía bajo sus narices, se sorprendería mucho, probablemente, y se escandalizaría aún más que su primo, cuyo deber evidente (por otra parte, no demasiado penoso), era poner en su conocimiento de inmediato el comportamiento ligero de su esposa. En ese caso, a su señoría le quedaría solo un camino, y el señor Drelincourt se inclinaba a creer que después de una aventura matrimonial tan desastrosa, difícilmente emprendería otra.

En conjunto, este día de septiembre el mundo le parecía al señor Drelincourt un lugar mejor de lo que le había parecido en los últimos meses.

Aunque en general no era un entusiasta de la naturaleza, ese día se sentía inclinado a admirar los tintes rojizos de los árboles, y a aprobar desde su excelente tílburi los distintos paisajes que se ofrecían a su vista.

Como Meering estaba situado cerca de Twyford, en el condado de Berkshire, el camino pasaba por Knightsbridge y Hammersmith en dirección a Turnham Green y Hounslow. Allí se detuvieron a cambiar los caballos en la posada George.

Los dos postillones, que se habían hecho una pésima opinión del señor Drelincourt desde el momento en que les ordenó que no fueran tan rápido, se disgustaron con su comportamiento en la posada, porque en lugar de bajar a beber una copa de coñac de Nantes —dándoles tiempo a ellos de refrescarse— se quedó muy tieso en el tílburi y no dio a los palafreneros ni una moneda de cuatro peniques.

La segunda parada era Slough, diez millas más adelante. El tílburi volvió a partir, saliendo de Hounslow y entrando en los brezales, una porción de tierra salvaje que tenía tan mala fama, que durante varios desagradables minutos el señor Drelincourt deseó haber incurrido en el gasto de alquilar un guardia para acompañarle. Sin embargo, no sucedió nada, y pronto se encontró en Cranford Bridge, en dirección a Longford.

Matrimonio de convenienciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora