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¿Qué había sido incómodo el viaje de la escuela a la casa de Sam? Pff, por supuesto que no. En realidad, Sam disfrutó cada momento que se reproducía una nueva canción, porque Jasper aunque no se las sabía todas, comenzaba a tararear cosa que era más hermosa que la voz de los ángeles antes de morir.

Cuando comenzó a sonar Las de la Intuición, Sam primero comenzó a mover la cabeza de un lado a otro; Jasper golpeaba suavemente el volante mientras miraba la carretera. Luego, Sam comenzó a tararearla y Jasper a mover su cabeza; faltaban treinta minutos para llegar a la casa de Sam. Después, Jasper la comenzó a cantar esperando que su amigo de atrás lo acompañara.

Samuel miró por el retrovisor a Jasper, encontrando que el castaño le estaba sonriendo invitándolo a cantar con él la canción de Shakira. Sam intentó reprimir la sonrisa en su rostro, pero no pudo. El descontrol de ambos chicos en medio del auto causaba risa: Sam haciendo un extraño baile con sus manos, pasándolas por su cabello y luego asintiendo con la cabeza como típico cantante de rock; Jasper movía su cabeza de un lado a otro, golpeando el volante con más violencia y su cabello tan descontrolado como ambos.

Fue un buen momento, uno que aún se aferrada a la memoria de Sam, que jamás dejaría ir. Amaba esa sensación, la que únicamente sentía cuando estaba cerca de Jasper. Necesitaba más de él.

—¡Samuel! —Sam saltó en su sitio por el chillido de su profesora de literatura. Ay no. —¿Podrías repetir lo que acabo de decir? —La señora Amayo amaba a Sam, desde que llegó al instituto, pero eso no implicaba que la señora no lo tratara como a los demás alumnos. Ella no le dirigiría la palabra durante semanas si no respondía correctamente su pregunta.

Con las mejillas sonrojadas y mirando la madera de su mesa, dijo: -Lo siento, estaba distraído.

La mirada de la señora se suavizó, pero luego volvió a ser dura y cruzó sus brazos sobre su pecho. Ella realmente estaba decepcionada, Samuel era uno de sus mejores alumnos y siempre prestaba atención, pero últimamente se la pasaba pensando más en pajaritos preñados que en las clases.

—Creo que la señora Hannah necesita ayuda en la cocina, —La señora Hannah también amaba a Sam, pero la suciedad de esa cocina no amaba a nadie que no fueran bacterias. -Al finalizar la clase irás con Katherine a ayudarla. Lo pasaré por escrito.

La señora Amayo se sentía orgullosa del castigo que le había impuesto, ese sin duda era el terror de todos en la escuela, hasta el de Hannah.

La clase siguió como todo el tiempo, pero esta vez Sam estaba tan atento a la clase que anotaba hasta los momentos que se tomaba la señora Amayo para respirar. Muchas veces la señora le dirigía miradas al chico para cerciorarse de que estaba prestando atención a la clase, pero no tuvo que hacerlo más de dos veces porque el chico de verdad la estaba escuchando.

Cuando terminó la clase, todos escaparon como aves huyendo de los cazadores, menos Kat y Sam, quienes debían tomar la hoja con su castigo para llevársela a la señora Hannah.

Mientras ambos caminaban sin nada de ganas por los pasillos para llegar al cafetín, Kat no podía dejar de mirar el hermoso espécimen que tenía a su lado. Un chico que se podía tomar fácilmente por el mismísimo Cupido, que jugaba con los sentimientos de todos a su manera y, que en esos momentos, estaba jugando fuertemente con los suyos. Tal vez eran parientes.

—Oye, eres Samuel, ¿no? —comenzó a hablar la teñida, sorprendiendo al rubio que pensó que en todo lo que les quedaba de tiempo juntos, se la pasaría callada y sin prestarle atención.

Sam era lindo, pero muy, muy raro en ocasiones, más no era de esos que veían sexo por internet para una buena jalada. Él no era Marcus.

—Sam. Sí —El rubio miró sobre su hombro, para encontrar a la teñida con una gran sonrisa en el rostro.

El fantasma del pájaro  || PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora