20. The Stanley Resolution [ Robinsonada ]

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"The end is never the end."

"When every path you can walk has been created for you long in advance, death becomes meaningless, making life the same."

The Stanley Parable


Stanley presionó el botón indicado, por el tiempo correcto, con la fuerza estipulada. Una nueva orden arribó en su pantalla, y prosiguió con la tarea asignada en ese entonces. Repitió este proceso durante toda la mañana, con la misma alegría de siempre. Encontraba algo intrínsicamente pacífico y gratificante en su trabajo, a pesar de que el común de la gente lo catalogaría como la empresa más aburrida que un humano pudiera llevar a cabo. No tenía libertades, ni desafíos, ni novedades. Solo presionaba teclas, una tras otra, como le fuera ordenado. Era feliz así, sin esforzar su mente en faenas extraordinarias. A fin de cuentas, él era ordinario como el que más. Era solo un hombre, cuya aspiración recaía en realizar bien su labor. Y lo hacía. Stanley se contentaba con ello.

* * *

Primero fue la letra "f", durante dos minutos y veintisiete segundos. Después, la letra "i", por escasos doce segundos. Le siguieron "n", "a" y "l", a intervalos de veinticinco minutos. Sin falta, una nueva orden llegaba. Stanley se mantenía entretenido durante ocho horas haciendo aquello. Apretaba teclas como si salvase al mundo con ello. Tecleaba y tecleaba, sin otro interés más que teclear por un día más. La pantalla parpadeaba, preparando nuevas aventuras para él. ¿Con qué letra comenzaría esta ronda? ¿Qué seguiría ahora? Stanley se relamía con ello. Eran los únicos pensamientos que ocupaban su mente: qué debería oprimir y qué oprimía.

* * *

Stanley presionó la siguiente tecla, según el comando dado. Su pantalla no había dejado de parpadear, en lapsos ínfimos, con nuevas indicaciones. Tocaba todo lo que se le pedía, sin reflexionar en su significado. ¿Para qué serviría esa tarea? ¿Quién se beneficiaría con sus horas de trabajo? ¿Quién le entregaba las órdenes? Stanley nunca lo cuestionaba. Él era feliz en su ignorancia, siempre y cuando tuviera algo que hacer. Y siempre había algo que hacer.

* * *

La pantalla de su computadora parpadeó una vez más. Se apuró a cumplir con la misión asignada, sonriendo durante todo el proceso. Stanley se encontraba de particular buen humor. El teléfono había sonado dos veces aquel día, con nuevas instrucciones. En realidad, eran las mismas de cada semana, con alguna variación en el orden. O en las palabras utilizadas para transmitírselas. En algo de ello era, aunque Stanley no lo sabría con certeza. Él no analizaba lo que le entregaban. Él simplemente cumplía con su deber. Como debía ser.

* * *

Stanley presionó el botón indicado, por el tiempo correcto, con la fuerza estipulada. Una nueva orden arribó en su pantalla, y prosiguió con la tarea asignada en ese entonces. Repitió este proceso durante toda la tarde, con la misma alegría de siempre. Encontraba algo intrínsicamente pacífico y gratificante en su trabajo, a pesar de que hubiese pasado los últimos tres años llevando a cabo los mismos procedimientos. No tenía libertades, ni desafíos, ni novedades. Solo presionaba teclas, una tras otra, como le fuera ordenado. Era feliz así, sin esforzar su mente en faenas extraordinarias. A fin de cuentas, él era ordinario como el que más. Era solo un hombre, cuya aspiración recaía en realizar bien su labor. Y lo hacía. Stanley se contentaba con ello.

* * *

Primero fue la letra "f", durante un minuto y trece segundos. Luego, la letra "i", por escasos diez segundos. Le siguieron "n", "a" y "l", a intervalos de veinte minutos. Sin falta, una nueva orden llegaba. Stanley se mantenía entretenido durante ocho horas haciendo aquello. Apretaba teclas como si salvase al mundo con ello. Tecleaba y tecleaba, sin otro interés más que teclear por un día más. La pantalla parpadeaba, preparando nuevas aventuras para él. ¿Con qué letra comenzaría esta ronda? ¿Qué seguiría ahora? Stanley se relamía con ello. Eran los únicos pensamientos que ocupaban su mente: qué debería oprimir y qué oprimía.

La llamada de los veintitrésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora