LXIV. La Carta

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Roca Casterly

La noche de luna nueva había soñado con un jardín de plata, lleno de las más hermosas flores que podrían existir. El techo era de madera calada, y de él colgaban miles de glicinas púrpuras. Años atrás, en una de sus expediciones a la biblioteca del maestre Luwin, había leído sobre ese tipo de flores. Sólo crecían en Yi Ti, la región boscosa al noroeste de Asshai en Essos.

«Ojalá pudiera quedarme más tiempo.» Pensaba, mientras caminaba por la verde alfombra de pasto y florecillas que se tendían a sus pies.

Pero no podía quedarse, algo le obligaba a atravesar el jardín, hasta un campo vacío, cubierto de nieve y restos de flores secas.

Jugando de ese lado, vio a Harwyn y a Robb. Los dos niños corrían divertidos, estaban jugando con Freyri, el gato de Harwyn. Hacían que persiguiera una cuerda de pescar que sostenía en la punta la pluma de un gallo.

«Se van a congelar.» La nieve les cubría los tobillos, y ellos no parecían darse cuenta.

—¡Vengan aquí! —los llamó, tratando de hacerlos entrar al bello jardín.— Harwyn, Robb; vengan aquí, queridos.

Los niños eran sordos a sus palabras. Seguían corriendo hasta que uno de ellos tropezó en la nieve. Ellys no pudo ver cuál era. El otro, corrió en dirección a ella.

—Vamos allá, mamá —le pedía el pequeño señalando el lugar cálido. Con los enormes ojos azules llenos de lágrimas.

—No... Robb... Debo ir por tu hermano.

Harwyn seguía tendido en la nieve, el sudor de su cuerpo se comenzaba a cristalizar.

—No puedes hacer nada por él. ¡Por favor, vamos! —suplicaba Robb, aferrado a su pierna.

«No puedo... No puedo dejarlo... Debo ir por Harwyn.» Pensaba aterrada.

Freyri estaba junto al cuerpo de su dueño, como si la llamara con sus pequeños ojos verdes, maullaba lamentero, pidiendo ayuda, tal vez.

Ellys trató de ir, pero sus pies no obedecían a sus deseos. La alejaban alejaba de la nieve, con Robb aferrado a su cuerpo.

—Debo quedarme... —susurraba— Tengo que quedarme con mi hijo...

—Tienes otros hijos —le decía Robb— Él está perdido.

«Él está perdido.» Repitió. «Él está perdido.»

Incluso después de despertar, aquella frase no salía de su cabeza. Ellys tomó una vela de su mesa veladora y caminó descalza hasta la habitación de su hijo. Estaba dos pisos más abajo que la suya en el Gran Torreón. Algo le había lastimado las plantas en el trayecto, dolía. Pero esa molestia desapareció en cuanto vio a Harwyn a salvo, en su cama, con el odioso gato enroscado cerca a sus pies.

Le pidió a Veera que se retirase, que ella cuidaría de su niñito. Permaneció en esa habitación por tantos días que los sirvientes trasladaron gran parte de sus cosas a esa recámara. Pasaba las noches en vela, cuidando las puertas y las ventanas. Con un puñal en la mano y el arco y las flechas al lado de la cama.

Jaime Lannister no estaba en el castillo para entonces. Había empezado una campaña de recolección de granos a lo largo del Oeste. Se había llevado a la mitad de hombres con él, pero había dejado a los leales a ella en el castillo.

Una noche, después de acostar al pequeño. Volvió a su habitación para recoger mudas limpias para el siguiente día. El maestre Franket la aguardaba en la puerta.

Los Últimos Reyne II | Fanfic GOTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora