Anoche me desperté en medio de la oscuridad reinante tratando de aferrarme a los fragmentos del sueño que acababa de tener. Era un sueño donde todo era negro, y yo no tenía ni luz ni mis anteojos para ver, entonces tropezaba. Tropezaba, pero no sé si con algo o con nada. Quizás había tropezado conmigo o con otro, y en caso de ser el segundo, ¿con quién? ¿Con qué? Porque en medio de ese abismo no era posible identificar a las cosas con nombres, ni con sonidos, ni con señas. Desconcertado, caminaba o creía hacerlo, puede que tal vez el suelo me arrastrase mientras estático yo me quedaba. Me aferraba al deseo de luminosidad al final del camino, también está la opción de que el deseo se aferrará a mí, con el mismo deseo, de no dejar de existir, porque si deja de hacerlo, el deseo ya no es deseo sino nada. El deseo de ser nada. ¿Pero qué es la nada? ¿O qué es el algo? ¿Es meramente verosímil ser los dos al mismo tiempo? Tiempo. ¿Qué hora sería? Si es que acaso existían los horarios entre la infinidad del vacío. ¿Aquello era un vacío? Puede que no, como que sí, como que tal vez. Porque no veía, estaba ciego, y estando ciego puede estar de todo o no estar de nada. Me parece que voy resolviendo las dudas que tenía, o las que creía tener, o las que alguna vez tendré. Tenía hambre, pero no hambre de saciar con alimento, sino un hambre tan voraz de llegar a dónde fuera para verla. Verla a Ella. Porque a lo largo de mi viaje, descubrí que no me movía, me movían, sin propósito. Nadie se mueve sin propósito, nosotros sí. El pobre Nadie sí que está en un aprieto. Pero yo, yo, me dirigía a Ella. A cada segundo incapaz de ser comprobado, me sentía un paso, o un espacio, más cerca de Ella. Seguía sin ver, pero el olfato no se me había arrebatado por lo que, ya experto en reconocerlo, su aroma a libertad me invadía las narices. Narices. La mía no es de las mejores, tengo el tabique desviado y es demasiado respingada para mi gusto. Pero de nada importa mi gusto, si le gusto a Ella. El final se aproximaba, a lo lejos se oía una melancólica melodía que pronosticaba lo que ocurriría.
Entonces desperté.
La cama se hundía bajo mi peso. Ya podía ver, porque veía mi angustia. Veía mi desesperación por querer regresar a mi estado de inconsciencia. Inconsciente habría quedado si en ese momento hubiera estrellado mi cabeza contra la pared de la cólera que me corría por las venas. Decidí no estrellarme en ese momento pero si hacerlo contra la calle, porque al igual que la sangre en mis venas, también decidí correr yo. Correr sin alpargatas, con pijama, en medio de la oscuridad. Oscuridad que intentaba imitar a la de mi sueño. Oscuridad barata. Trucha. Plagiadora.
Aún sigo corriendo.
Espero algún día volver a encontrar la oscuridad adecuada, para así, también encontrarte a vos.
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Las palabras que se quedaron en el trastero; poemario
PoesiaAlgunas cosas que nunca se dirán en voz alta.