Tres.

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Tome el celular y lo aventé a la pared

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Tome el celular y lo aventé a la pared. Dejó de sonar al instante, si no hubiera estado tan dormida, hubiera podido escucha el momento exacto en el que la pantalla se hizo añicos. Satisfecha, cubrí con la sabana mi cabeza y volví a dormir.

Cinco minutos después, el golpeteo en la puerta me despertó, otra vez. —¡Éire, Éire, sé que estas ahí, engendro del demonio, abre la maldita puerta!

Como lo sospeche desde que había sonado por primera vez el celular, era mi muy querido amigo Sam. Llevé mi brazo por encima de los ojos, intentando volver a conciliar el sueño.

Dormía en el cuarto que había pertenecido a mi papá, era el cuarto mas grande y pensé que, ahora que vivía sola, podía mudarme para acá, por supuesto, cuando quise quitar las cosas de papá y acomodar las mías, me faltaron fuerzas. Así que solo dormía en su cama, pero todo lo demás que una podía hacer en una recamara, lo seguía haciendo en la mía. Porque había cosas que no podías hacer en la habitación de tu padre, aunque ya estuviera bien muerto.

La habitación de papá quedaba justo por arriba de la cochera, por lo que era común que se escuchara todo lo que pasaba afuera, como la maldita voz de pito de Sam.

Gracias a Dios, el silencio volvió a reinar el domingo por la mañana, y pude volver a sentir el sueño atrapándome una vez más.

—¡Éire Noreen Nova!

Claro que, debí recordar que Sam no era una persona específicamente normal. Giré mi cabeza hacía la ventana, Sam se encontraba medio colgado de esta -porque eso era lo que pasaba cuando una tenía como amigo a su instructor de parkour- su rostro estaba rojo y la vena en su frente podría estallar si dejaba que se quedara colgado un minuto mas. Hecho.

—¡Maldita seas Éire! Si no abres esta maldita puerta ya, te veto de la barra, ¡oíste! —palabras equivocadas para decir.

Luché contra las sabanas que se habían enredado entre mis piernas, enrollé una como pude sobre mi cuerpo antes de levantarme -Sam no necesitaba ver mi mercancía-, caminé hacía la ventana y la cerré, con fuerza. Evite mirarlo a la cara, ignorándolo deliberadamente. La voz del idiota ahora era un murmullado ahogado con el que podía volver a dormir fácilmente.

Estaba por volver a echarme cuando escuche la puerta abrirse, y la voz de León llegar desde abajo: —Hay un poco de ventana en tu Sam. —dejé caer mi cabeza hacía atrás, derrotada.

Sam ya no se encontraba colgado, sus pisadas hacían eco en la casa, corrí a cerrar la puerta, soltando una risa nerviosa. Por supuesto, el llegó primero, empujo la puerta y a mí con ella.

—¿Se puede saber en que putas estabas pensando? —Jalé mi vestido barra sabana para sacarlo por completo de la cama y le di la espalda, la ley del hielo era una perra.

Me deje caer en el pequeño sofá a un lado de la ventana, crucé las piernas, los brazos y lo seguí ignorando, me negaba a volver a dirigirle la palabra. Podía maldecir y gritar todo lo que quisiera -que era justo lo que empezó a hacer- no le volvería a hablar, ni mirar.

Barrabrava.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora