El caso de Henry Blackwater

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Largo y tendido se ha discutido en estos días sobre el caso Blackwater. Los periódicos se hicieron eco de él tan pronto se supo algo, en los bares no se hablaba de otra cosa, los vecinos cuchicheaban entre sí, los rumores se esparcían como ratas por esta ciudad...

Hace un mes que nuestra comunidad se vio sacudida por el tremendo terremoto mediático que comenzó con la detención de Henry Blackwater y es en relación a su historia que escribo estas líneas.

No con ello pretendo ganar fama o dinero, ni hay sensacionalismo alguno detrás de estas páginas; si me veo en la necesidad de poner mis pensamientos por escrito no es ni más ni menos que para tratar de aliviar la pesada carga que a lo largo de estos días se ha ido depositando sobre mis hombros, para tratar de alejar de mi la oscura sombra de un hombre que tuvo a bien confiarme sus últimas voluntades en el momento más agrio de su vida.

El señor Blackwater llegó a mí al final de su triste existencia, unos días después de haber sido encerrado en el sanatorio mental donde yo servía como cura aliviando las atormentadas almas de aquellos que estaban por reunirse con el Señor.

Si bien al entrar en la institución no pidió consuelo espiritual, fue al final de su estancia allí que decidió hacerme llamar. Tenía un aspecto sucio y deplorable, el pelo negro y grasiento, unas marcadas ojeras y una barba algo descuidada. Cuando me condujeron a su celda, se encontraba mirando por el pequeño ventanuco que daba al patio. -Entre padre, bienvenido- dijo indicándome que me sentara en una silla contigua a la puerta. -Verá, no le he hecho llamar por motivo de fe, Dios sabe lo que hice y espero de él un justo veredicto-

-El motivo es otro, requiero de usted un gran favor, un favor crucial, sin el que no podré descansar en paz. No me conteste aun, simplemente escuche mi historia y después hablaremos-

Henry Blackwater nació allá por 1815 en un pequeño pueblo lejos de todo. De familia humilde, su padre había abandonado a su madre al poco de quedarse está embarazada, por lo que el joven Henry creció sin más compañía que la de una mujer que pasaba la mayor parte del tiempo fuera de casa tratando de ganarse la vida como criada. A diferencia de otros niños de la localidad, el pequeño parecía sobresalir en los estudios, cosa que supo ver el maestro de su escuela, quien lo instó a que continuara sus estudios a pesar de su nivel económico.

Así fue que con poco o nada más que el dinero necesario para la matrícula comenzó sus estudios de derecho en una ciudad cercana.

Los cursos pasaban y Henry se convirtió en uno de los alumnos más destacados de su promoción por lo que muchos despachos de abogados comenzaron a mirarlo con buenos ojos. Sin embargo, había algo en la vida del joven que no terminaba de hacerlo feliz. Sí, tenía éxito con los estudios y sí, había conseguido cierta estabilidad económica, pero ante todo lo que el muchacho ansiaba era formar una familia. Desde muy joven había soñado con casarse, tener hijos y darles aquella soñada infancia que una madre ausente y un padre casi inexistente le habían negado. Por eso nadie se vio sorprendido cuando tiempo después de acabados sus estudios, se prometió con la hija del jefe de su bufete, Eleanor.

Ambos hacían una pareja magnífica; él un joven y exitoso abogado y ella una elegante señorita de sociedad, hacían las delicias de cuantos los conocían.

Su boda fue un gran evento al que acudieron desde grandes hombres de negocios hasta las familias más importantes de la burguesía. Sin embargo, detrás de tanta ostentación se escondía un triste contrapunto, la bancada del novio se encontraba completamente vacía. Su madre, quien en sus últimos días se había convertido en una mujer débil y resentida, no había manifestado interés por su hijo desde que este marchó a la universidad. Incluso aquel anciano profesor que había sido casi una figura paterna en su infancia había dejado el mundo por culpa de unas fiebres.

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