"La obviedad de ser, a pesar de nosotros, la pareja que despierta los suspiros de las madres que nos contaron el cuento del príncipe azul.
El perfecto fetiche "sado" de las envidias solteronas.
Las sonrisas industriales estampadas en dos estatuillas doradas dispuestas a ser alzadas por cualquier ganador.
El sueño que no pudo ser de Laura guardado en el fondo del placard, a punto de convertirse en un fantasma de polillas tan blancas como la luz mala.
Todo eso y tal vez, mucho más, seamos Diego y yo en la cabeza de quienes nos rodean"
Punto.
¡Basta de alimentar la fucking escritora que llevas dentro, es hora de dejar a la poeta dark en un rincón para pasar al modo real life!
La casa es un desastre y hoy vienen Eneas y Luciana. No me exijo mucho, un poco de esmero para no dejar al descubierto lo cirujas que somos en nuestra cotidianeidad más íntima. Diego y yo nunca estamos en casa, trabajamos todo el día. No tenemos hijos y podemos dejar que la desidia avance de manera suspicaz, pero codearse con ella demasiado tiempo tiene sus riesgos. El vuelo de mis aspiraciones es proporcional al aleteo de aquel increíble insecto que intenta ganarle al curso de mis pensamientos.¡Puta madre, tengo una cucaracha en la cabeza! El grito es más eficaz que el manotazo y la sabandija finalmente sigue su curso.
Intento pergeñar una teoría redentora de nuestros hábitos de higiene sin suerte, mientras pienso que Eneas Larson y Luciana Parker son nuestra antítesis: pulcros y ascépticos como un jabón antibacterial. En su triplex minimalista no habita siquiera posibilidad de existencia para un nonato de cuca, de eso estoy segura.
Eneas y Diego son amigos desde la secundaria, íntimos, casi hermanos. Tal vez haya sido por eso es que cuando lo vi a Eneas por primera vez en un cumpleaños de Diego tuve la sensación de que algo no encajaba. No estaba muy segura de cuál era el problema hasta que una voz interior gritó ¡Dejá de mirarlo como una fucking freak! Es que estaba a un hilo de dejar en evidencia lo incuestionable: era demencialmente sexy.
¡Socorro, yo no soy esa señora!
Intento cumplir con la rutina histórica de maquillaje para superar aquella imagen. Una capa de base bien clara, ojos bien esfumados con sombra negra, mucho rímel oscuro. Me gusta ponerme intensa con la brocha entre los pómulos y la boca para finalizar con un rojo opaco en los labios. Corono la obra con un enorme beso en el cristal, mientras me debato entre pop o rock star.
Un cierto alivio me invade a pesar de los treinta pirulines que vienen. Solo faltaría camuflar esta pequeña curva abdominal que creció año tras año sin piedad. Diviso con entusiasmo una calza con corset incorporado. Chan. Mi orgullo y cierta preocupación no me dejan. ¿Por qué tanto empeño? ¡Es una cena con amigos, muchachita!
—¡Que linda estás!
Diego piropeandome desde la cama detrás de un libro de Saramago. Me suena a cumplido de mamá sobreprotectora.
—¡Gracias! —Frunzo los labios y subo los pómulos.
¡Pop Star, definitivamente! concluyo mi debate anterior. Katie Perry de fondo.
Diego me mira con dejo de resignación.
Lo que sucede entre Diego De Luca y yo, no es muy distinto a lo que le pasa a cualquier relación promedio después de cinco años juntos. El flechazo del comienzo, el delirio de los primeros meses, la seguridad de tenerse el primer año, la rutina de saberse el segundo año y finalmente la calma ultra llana de asentarse.
Y ahora estamos en eso: la llanura pura de una perfecta pampa interminable y tediosa hasta el hartazgo.
Aunque debo decir que Diego es lo mejor que hay y hubo en mi vida. Solo él pudo salvarme del pozo de walking deaths que tenía en mi haber. No exagero si digo que Diego es lo más cercano a un príncipe azul que puede existir en la faz de la tierra. A pesar de las dudas insalvables sobre este personaje de cuento, debo reconocer a la pequeña princesita que alojo en algún lugar. Esa misma que se enamoró de los rulos caminantes y de una sonrisa de fogón que inunda de calor hasta el fondo del corazón. Ni que hablar de su mirada oceánica, tan franca, que duele pensar en traicionarla hasta con una mentira piadosa. O de sus nobles cualidades, reconocidas en todo caballero medieval. Diego, es el mejor compañero de la clase, por unanimidad, el abrazo que está para atajar.
Sin embargo, nunca dejé de preguntarme por los otros personajes del cuento. Siempre me interesaron aquellos maltratados por el discurso oficial o simplemente ignorados: villanos, artistas solitarios y almas ambiguas fueron pasando por mi vida gracias a esa poética curiosidad. Podía decirse de mí que había sido una máquina de acumular "hombres proyecto", esos que siempre queremos reconvertir o salvar. Y la realidad es que no sucede. No pasa en las películas, tampoco en los libros y menos en la vida. Encarar una relación con uno de ellos es como un vómito completamente desperdiciado. Aunque debo reconocer que algo te lleva ahí. Un encanto border, la seducción de lo prohibido, el juego del límite, la piel que exuda por cada poro. Es como ir hacia un Body jump de emociones. Enamorarse locamente. Dramáticamente. Pasar días y noches de psicodelia amorosa, de "perreo" mental, de cuerpos "metanfeta-minados" de pasión. Pero, como cualquier droga, rápidamente el efecto yace. De inmediato está la realidad en su estado más crudo: la desidia, el abandono, la falta de compromiso, el querernos tan poco.
Y la pregunta es: ¿vale la pena tanto sufrimiento, tan solo por esa adicción a salir del guión y enamorarse de quien está prohibido en el cuento?
¡Timbre!
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El club
ChickLitUna atracción tan imparable como imposible. Un viaje en donde lo prohibido, los límites y las tentaciones pondrán a prueba una amistad. Un intercambio irreversible que aflora un drama oculto. Una protagonista contradictoria que desea, ama, odia y l...