Capítulo 2. Eneas y Luciana

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Salgo disparada al portero mientras Diego se despereza.

—¿Quién es? —Sostengo una caja de fósforos en la mano mientras intento abrir la puerta del horno con la punta del pie.

—Eneas y Luciana. —Una voz redonda y firme llega hasta mi ansioso tímpano. 

Los diviso conversando través de la puerta vidriada que separa al pasillo de la calle. Una pareja soñada: él, altísimo de gran contextura, como un atleta olímpico, su innegable atractivo resaltado por la luz nocturna lo hace ver como lo que es: un auténtico Dios griego. Ella, como una pequeña muñeca broche, de esas alargadas y reimpresas en un estilismo vintage,  una gran melena cobriza y brillante corona el look. El resultado es impecable.

 La iniciativa de saludar primero la toma Eneas. Me abrazo con Luciana y ambas sonreímos a la vez. Hay un milímetro casi imperceptible de tensión en el ceño. 

—¿Así que hoy salen pizzas caseras? —Eneas frota sus manotas.

—¡Así es!

Luciana sigue con el gesto alienado.

—Entiendo que sos especialista en esto —refrenda con seriedad. —¡Por lo que veo, todo lo que salga de esas prometedoras manos va a ser bueno! 

 ¿Está intentando un juego de seducción conmigo? ¡Orden Azul, te vas a la banquina!

—¡Bueno, me alegro!  ¡Espero no defraudarte! —agrego batiendo las manos.

Por suerte ya estamos dentro del dúplex. Diego y Eneas se saludan con un abrazo de oso, vuelvo a enfocarme en Luciana. Su cara mantiene una niebla de conflictividad oculta. Diego la abraza y ambos sonríen con afecto cómplice, el siempre es cariñoso, fraternal y cálido con ella. Algo los une.

Diego y Eneas comienzan una charla sobre fútbol. Luciana y yo nos acercamos a la cocina para preparar la mesa.

—¿Cómo estuvo la vuelta? —pregunto.

El verano pasado, coincidimos casualmente en nuestro destino vacacional, nos encontramos en una playa al sur de Brasil. Pero las vacaciones para ellos terminaron abruptamente. De un día para el otro ellos ya no estaban. Según Diego, Eneas quería volver a Buenos Aires para ver jugar a su ex equipo de Rugby y el clima justificó su huida. Pero yo creo intuir bien la razón y no me enorgullece. Eso sí, estoy segura de que no fue el clima, ni el Rugby.

Luciana decide reforzar la hipótesis del clima.

—Bárbaro, pero ni bien pisamos tierra, salió el sol y volvió el calor.

Eneas termina de abrir el vino y lo coloca en la mesa, nos mira intentando escrutar nuestra conversación.

—¡Nos quedamos con las ganas de ir a la fiesta de la playa! —exclama interrumpiendo la charla. Sus ojos se empequeñecen todavía más mientras pita un cigarro imaginario. Todo su encanto queda desplegado y lo sabe.

—¿Fueron ustedes al final? —agrega.

El vino desaparece de la copa recién servida.

—¡No! nos quedamos dormidos como troncos —contesta Diego. Le da un sorbo largo a la copa de vino. La intimidad más cruda de nuestro aburrimiento diario queda al descubierto. Lo ojeo con reproche.

Una de las noches habíamos salido a caminar y nos topamos con una gran fiesta en la playa. Lo que más nos había llamado la atención fue ese olor inconfundible a marihuana que inundaba la costa. A los cuatro se nos encendieron recuerdos no tan lejanos de un clima perdido que evocaba años de fiestas de secundaria. Casi de inmediato coincidimos en volver la noche siguiente.

Sin embargo, al otro día ellos ya no estaban.... y nosotros finalmente, no fuimos.

—¡Ay, los nonos! —Eneas enarbola un bastón imaginario. Todos reímos con carcajadas de salón. Luciana y yo inclinamos al mismo tiempo la copa para llenarla nuevamente. Ya nos terminamos media botella de vino.



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