Capítulo 3. El club

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Luciana acaba de contar que se puso botox en la cara.

—¡Te quedó súper bien! —digo abriendo bien los ojos. Miento solo para mostrarle mi apoyo.

—Ay, gracias, es solo un "Touch".

—La verdad...sos una chica linda, joven, lo tenés todo, no necesitas hacerte nada —enfatiza Diego arqueando una ceja con una sonrisa enorme.

—¡Ay, Gracias!

—Tiene razón —intervengo como una auténtica monalisa.

Eneas se sirve otra copa de vino. Está indiferente a la charla.

—Estaba pensando en ponerme un poco de relleno en los labios.

Diego esgrime una sonrisa clara negando con la cabeza. Ella le devuelve una risita aniñada. Eneas chequea su celular y bebe otro sorbo de vino hasta terminar la copa. La botella está vacía de repente.

—¿Leíste el libro que te presté en las vacaciones? —Le pregunto.

El libro es "Generación A" de Douglas Coupland.

—Sí, me lo leí todo en menos de una semana... ¡está muy bueno!

Su mirada ámbar me atraviesa. Un cosquilleo me recorre e incomoda de repente. Intento enfocarme nuevamente en el libro. 

—Ah, ¿y qué te pareció el final?

—La verdad es que me quedo con el mensaje del autor, antes que con el final en sí.

Vuelve a mirarme fijamente. El tentador dibujo de los labios me deja sin habla. Luciana y Diego están retirando las pizzas del horno y siguen intercambiando sonrisas ya etílicas. Los miro de reojo.

—O sea, Coupland hace una reflexión sobre la sociedad digital en la que hoy estamos, habla de nosotros, "los millennials".

Luciana y Diego se acercan a la mesa interrumpiendo su idilio.

—Cuestiona esa especie de voz que llevamos en el interior de nuestras cabezas. Una voz que casi nunca coincide con nuestra propia voz, una voz genérica —continua mientras asiento atónita —, como si un locutor nos diera órdenes sobre qué comprar, qué elegir, cómo sentir... a ver, nadie es totalmente libre.

Diego acomoda la primera pizza en la mesa y yo me apuro a servirla sin dejar de escucharlo.

—Esto es así ¿cuándo hacemos lo que verdaderamente queremos en el fondo? siempre está esa voz... —Finaliza. Una serie de delicados pliegues quedan dibujados alrededor de su boca y hacen que olvide la frase final.

Por suerte Diego contesta.

—Coincido en parte. Tal vez, para la generación que nos sigue, la de "los centennials", esos que crecieron con la sociedad digital, esto pueda ser así. —Frunce el ceño. Luciana lo observa magnetizada, parece ser la nueva fan de Diego.

—Tal vez, para ellos sea más difícil o imposible despegarse de esa voz ¡Pero para nosotros no! nuestra infancia transcurrió en la calle, con "walkie talkies" a lo sumo ¡no coincido para nada! Yo pienso que todavía nos queda un brote de autonomía. Más, si alcanzamos a leer un poco y a madurar fundamentalmente.

Su última frase deja un resabio casi imperceptible de agresividad flotando. 

Un impulso salomónico me urge de repente.

—Es que ¿saben una cosa? —La a se extiende por unos segundos más de lo debido—. Hoy, hay algo que nos une a una y otra generación, más allá de los cambios tecnológicos —. Hago una pausa, mientras los miro a ambos fijamente por igual—, es el vacío mismo de la posmodernidad, la pérdida de un horizonte colectivo, la ausencia de razón en cada cosa que hacemos...

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