Era una tarde de verano en South Valley. El sol incidía cual destellante fulgor sobre las hojas de los árboles. Las aves trinaban e iban de aquí a allá, convidando su canto a los que se encontraban de pie, sobre el césped perfectamente cortado, tan verde como los ojos del muchacho que observaba hacia abajo, con triste semblante ante lo que una vez fue su abuelo, y que ahora descansaba dentro de un féretro, descendiendo lentamente a través de sogas sujetadas por 4 hombres, hacia lo que sería su última morada.
El muchacho, de tan solo 17 años, observaba como su querido pariente fallecido era colocado cuidadosamente en la fosa, a lo cual, las lágrimas brotaron de él, a pesar de que la seriedad de su rostro no se viere quebrantada.
El servicio funerario continuó sin problemas, dejando a la vista como cada uno de los parientes y amigos daban su última despedida al anciano sujeto, más el único que no se movió de su sitio, a solo dos pasos de la tumba, estaba el muchacho, con las manos contenidas en una masa de angustia que se apelmazaba como presión en los dedos, en las palmas.
Miró, pues, la lápida, leyendo lentamente lo que rezaba en esta:
<<Aquí yace Irwin Hale, amado padre, amigo, escritor. "La despedida dura tanto como lo haga la memoria" 1942-2018>>
El muchacho, pensando una y otra vez en lo que decía aquella cita que siempre hacía su abuelo, le hizo bajar aún más la cabeza, cerrando así sus ojos, y pensando en aquel hombre que en vida, le enseñó tantas cosas, todavía más que sus propios padres.
—Peter– dijo una voz femenina, a lo cual, una mano se posó en el hombro del chico, vestido de traje y corbata del mismo matiz que el ébano–, es hora de irnos a casa.
—Sólo un poco más, mamá– dijo el muchacho, intentando controlar su voz a pesar de que ésta se quebraba al menor descuido.
—Pero, Peter...
—Dejémoslo un poco más...– dijo otra voz a cierta distancia de la mujer, la cual volteó y le reconoció.
—Thomas.
—Deja que nuestro hijo se desahogue. Sabes bien lo querido que fue mi padre para él– dijo el sujeto, para entonces darse media vuelta y retirarse a paso lento.
La mujer miró como su esposo se marchaba despacio pero copiosamente, entendiendo también que, a juzgar por el débil tono de voz, él también estaba profundamente dolido por su pérdida. Fue así como redirigió la vista hacia el chico, que seguía en la misma posición, como soldado que espera las instrucciones de su superior.
—Está bien, Peter. Sólo 5 minutos más.
—Gracias, mamá– fue todo lo que dijo el chico al ser dejado atrás por su madre, la cual iba en la misma dirección en la que se fue su esposo.
Peter Hale, el nieto de Irwin Hale, se quedó allí, ahora a solas, junto a la arena recién colocada sobre el ataúd. Muy lentamente, Peter se acercó al suelo donde ahora reposaba su difunto abuelo y puso una rodilla al suelo, llevó una mano al mismo y con las lágrimas corriendo por sus mejillas, tomó un puñado de tierra y la lanzó al aire.
—Que éste sea el comienzo de tu nueva aventura, Abuelo– dijo el chico, dejando que su voz se quebrara, que su angustia se liberara y que su corazón se perdiera en el dolor de la pérdida.
Tras unos días, Peter y su familia fueron notificados por un abogado, siendo que éste les indicó que el abuelo Irwin tenía un testamento y que ellos debían asistir a la lectura de éste.
Al asistir a la lectura, Peter se dio cuenta de que él tenía una familia bastante pequeña, no siendo así la fortuna de su abuelo.
La lectura se llevó a cabo sin inconvenientes. Todos recibieron una parte de aquella fortuna.
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El Lapiz
AcakDespués del funeral, un jovencito recibe como herencia, la posesión más preciada de su pariente, algo que ninguno de sus hijos o sus nietos habían visto anteriormente, y el chico, solo el chico, tiene en su poder este tan extraño objeto del cual se...