Aprendiendo del dolor

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Éramos inseparables. Se nos conocía como el trío daurat.

Y es que los dos lo adorábamos, él era mejor que nosotros en todos los sentidos y siempre permanecíamos en su sombra ajenos a los cumplidos.

Recuerdo cuando robaron el dinero para la merienda del colegio. ¿Sabes quién lo robó? Fue él. ¿Sabes a quién castigaron? A nosotros.

Jamás le culparon y él nunca hizo nada por defendernos. A pesar de aquello nos queríamos como hermanos.

25 de agosto. Esa fecha se repite en mi mente. Recuerdo que hacía mucho calor y ese día los dos marginados del trío daurat estábamos en mi casa jugando a un nuevo videojuego. Él no vino en ningún momento.

Nos enteramos al pisar las puertas del colegio a base de millones de preguntas por parte de nuestros compañeros.

Ya no estabas. Te habías ido. Fuiste un egoísta por no decir nada durante el verano y es que pensábamos que estabas en múltiples campamentos.

Todo el mundo acudió a tu funeral. Compañeros de clase, profesores, familiares... Fíjate que fueron hasta los del club de debate. ¿Sabes quiénes nos fueron? Nosotros. Los profesores y amigos nos dijeron que era una falta de respeto por nuestra parte.

¿Sabes lo que hicimos en plena noche? Fuimos a tu tumba y nos quedamos allí durante horas. Cuando comenzó a amanecer nos abrazamos.

Nos abrazamos buscando consuelo en los brazos más necesitados. Éramos como polillas buscando a nuestra luz, en ese momento fuimos conscientes de que te habías fundido para siempre.

Tú muerte nos marcó para toda la vida.

No sé cómo sucedió pero comenzamos a salir, nadie se lo esperaba y todos pensaban lo mismo: Te estaba traicionado.

Jamás te traicionaría pero el mundo quería que tú y yo estuviésemos juntos, incluso tú hermana pequeña comenzó a planear nuestra boda.

Después de muchas citas nos casamos y ese día pude jurar que te vi entre los invitados, me sonreías y te ibas.

Durante años evitamos decir tu nombre o recordar algo relacionado contigo. Pero en el fondo sabía que una parte de nuestros pensamientos siempre iba dirigido a ti.

Cuando nació nuestro primer hijo le pusimos tú nombre y jamás entenderé como ese niño se parecía más a ti que a su padre.

Unos años más tarde nació mi primera hija y en ese momento volví a ser feliz.

Nuestros hijos se hicieron amigos de un niño de su misma clase. No me lo podía creer, éramos nosotros, el trío daurat. Mi marido y yo pensábamos lo mismo: Ojalá no se volviese a repetir la historia.

La oscuridad volvió a su reinado. La historia se repetía. Mi hijo se había marchado para siempre.

Lo único que nos consolaba por las noches es que nuestro hijo estaría con su tocayo.

Cada vez que nuestra hija venía a casa con su amigo, mi marido y yo no podíamos evitar mirarle con odio. Él era el que tenía que morir y no nuestro adorado hijo.

Con el tiempo nos dimos cuenta de que nadie debería desearle la muerte a ninguna persona. Pero nosotros no éramos nadie, nosotros habíamos pasado por mucho.

Y como nosotros habíamos imaginado nuestra hija se casó con su amigo de la infancia. ¿Sabes cómo llamaron a su primer hijo? Lo llamaron como a mi primogénito, como a ti.

Décadas más tarde, en mi lecho de muerte, rodeada de mis hijos y mis nietos, solo pienso en vosotros. Espero que estéis esperándome los dos.

Cierro los ojos por última vez y cuando los abro estáis allí. Nos abrazamos los tres como siempre nos habíamos abrazado.

Y es que aprendimos de nuestro dolor y fue lo que nos unió. Fue lo que nos hizo mejores personas.

Juntos caminamos hacia el infinito que nos esperaba y esta vez ya no éramos polillas, nos convertimos en mariposas que volaban por la inmensa campiña verde, tendida ante un hermoso amanecer.


Quizá fue nuestro dolor lo que nos unió.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora