✿ Te demostraré que...✿

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<< Probablemente estás usando la ropa que te compré.
Probablemente te echas del perfume que te compré.
Y en este momento, de seguro estás riendo con ella. ¿Tanto te gustó que tuviste que dejarme? >>

Una pálida chica de hebras azules corría de un lado a otro sobre el alfombrado piso de su departamento. Atareada, nerviosa y feliz. Con dos copas de fino vidrio en una mano y el mejor vino que sus ahorros le permitieron comprar en la otra.

Acomodó todo lo que cargaba, en la mesa, cuidando minuciosamente cada pequeño detalle.

El fuego de las blancas velas danzaban casi en sincronía con el Jazz de fondo que había puesto hace unos minutos, fino olor a canela y madera emanaba de las varillas de incienso. La tenue iluminación daba un toque sensual pero hogareño, y el contrate de la vajilla en colore fríos resaltaba entre todo lo demás. Un pequeño arreglo de flores artificiales descansaban sobre el centro de la mesa, los relucientes cubiertos brillaban ante las llamas de la chimenea.

La menuda chica siguió con su trabajo, tomando los vitroleros con comida tibia y recién hecha entre sus guantecitos de cocina con dibujitos de galletas. Se deleito con el olor mientras se daba una palmadita mental en la espalda por su gran trabajo.

Una vez obtuvo el resultado más satisfactorio para su visión, en la mesa. Se permitió respirar con tranquilidad.

Se había esmerado tanto ése día, y cómo no hacerlo si era especial, para su Adrien. Lo amaba tanto que haría lo que fuera por él.

Suspiró, sonriendo, subió las escaleras, pues estar en el sucio delantal no era lo más cómodo, una vez dentro se puso un gran suéter azul como el cielo, unos pantalones de vestir color arena y alineó sus lentes sobre el puente de su nariz.

No muy segura se admiró frente al espejo, casi decepcionada por no poder ser más bonita. Sin embargo no tuvo más tiempo para pensar pues el timbre resonó por el departamento. Con la fiel creencia de que su Adrien la amaba tal cómo ella era, se animó a bajar.

Llegó hasta la puerta, aspiró hondo, con su mejor sonrisa y el corazón en la boca, abrió.

—Bienvenido Adrien.— dijo quedamente, haciéndose aun lado para que el rubio entrara.


—Hola Marinette...— susurró de vuelta, con un semblante raro y sin mucho ánimo. Ella lo atribuyó a que debía venir agotado de su trabajo.

Una vez ambos estuvieron dentro, Marinette esperó por su beso de siempre... Más nunca llegó.

—Hice la cena...—

—Huele bien.— medio sonrió, tomando asiento sin dirigirle la mirada a la más baja.

Dupain sólo suspiró, temblorosa, quizás sólo tuvo un mal día.

Tomó asiento ella también y sucumbieron al silencio mientras comían. Lo único que se escuchaba era el sonido de los cubiertos y la música.

Cuando él termino con su plato, se quedo sentado, mirando sus manos. Incómodo, culpable.

—¿T-Te gustó?— se animó a preguntar, el otro asintió en respuesta.—Oh... Qué bueno...—

—Uhum...— suspiró Agreste, inquieto.

—¡Por cierto!— se levantó de la mesa.—Tengo algo para ti.— sonrió entusiasmada, sin siquiera terminar su plato, para dirigirse alegre hacia la habitación.

Regresó en menos de dos minutos y encontró a Adrien de pie, recargado en la isla de la cocina, mirando el fuego.

Marinette se acercó suavemente hasta estar frente a él, con sus mejillas bañadas en un reluciente sonrojo que encogió el corazón del chico.

—¡Feliz aniversario número tres, Adrien!— exclamó con sus ojos brillantes y aquella preciosa sonrisa.

—Marinette... Debemos terminar.—

El mundo de la peliazul se vino abajo tras esas palabras. Su corazón se estrujó con una fuerza desgarradora, y sintió cómo mil agujas querían atravesar su garganta justo en el nudo que se había creado en ella. Sus ojos picaron, y el regalo cayó de sus manos, hacia el suelo, haciéndose pedazos como su corazón.

—¿Qué?— probablemente había escuchado mal, sí, eso debía ser. Incrédulo levantó su mirada bañada en lagrimas que desbordaban rebeldemente por sus rojas mejilla.

—Perdóname... Estoy con alguien más.— suspiró derrotado, tratando de no mirar a Marinette, nunca podría perdonarse el haberle hecho daño. Sin embargo allí estaba, al frente de su temblorosa chica que se deshacía en hipidos y sollozos bajos.—No puedo seguir con esto... Marinette yo ya no te amo.— miró el portarretratos con un pequeño lazo rojo.—Creo que... Yo nunca te he amado.— se dió la vuelta, no podía estar un minuto más allí. —Lo siento, esto se acabó.— salió por la puerta, sin admirar la imagen destrozada de su pálida exnovia. Que cayó de rodillas al suelo, con sus manos en el rostro, sin importarle cómo los vidrios se encajaban en su piel.

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