—Cuando quieras —respondí, apoyándome en el marco de la puerta en forma seductora.
Claro que hablaría con él, pero sería cuando yo lo deseara. No tenía intenciones de correr detrás suyo cual mascota que hacía lo que fuera por recibir una muestra de cariño; no era mi puto dueño ni estaba desesperada por estar junto a él. Bueno, si lo deseaba, pero no iba a demostrarlo tan jodidamente como todas esas putas que siempre estaban siguiéndolo. Así que esa vez, sería yo quien impondría las reglas.
—Entonces, acompáñame —Damián se volteó y comenzó a caminar por el pasillo en dirección a la salida.
—¿Es en serio? No pienso ir a ningún puto lado —me asomé al corredor, sosteniéndome del marco—, es tarde y Mina está esperándome — señalé la habitación enarcando una ceja—. Te veré mañana.
Antes de que Damián o Darién pudieran continuar con su sarta de estupideces regresé al cuarto y cerré la puerta.
—¿Estas bien? —preguntó pink panter.
Me quedé con la frente apoyada sobre la superficie de madera, dándole la espalda, y moví la cabeza de lado a lado negando.
Escuché los movimientos que realizaba sobre la cama y, segundos después, sus pasos se acercaron hasta mí. Cuando estuvo lo suficientemente cerca como para tocar mi espalda me hice a un lado y me apresuré a atravesar la habitación para alejarme de ella, por algún motivo el monstruo intentaba salir nuevamente.
—Necesito un poco de espacio —le advertí.
Ella asintió y se metió al baño, dejándome un momento a solas para que pudiera calmarme.
“En verdad es una buena amiga. Kotaro, en su lugar, ya me estaría acosando con abrazos y palabras inservibles”.
Me acerqué a la ventana abrazando mi pecho en un vano intento por contener a la bestia. A través del cristal, en la escasa luz de las farolas que iluminaban el empedrado sendero, pude observar como Damián y Darién se dirigían a los dormitorios masculinos. Mi corazón se estrujó al verlo marcharse y comprendí por qué mi lado salvaje deseaba adueñarse de mi ser.
Sin otra opción más que afrontar las consecuencias de mi decisión, me recosté sobre mi lado destinado de la cama e intenté conciliar el sueño imaginando los posibles escenarios que me esperarían al llegar el alba.
Una incesante melodía me obligó a abrir los ojos. La luz que entraba por la ventana e invadía la habitación me indicaba que era muy entrada la mañana. La irritante melodía volvió a escucharse y mi sien parecía latir a su ritmo.
—Maldito teléfono —mascullé.
Intenté levantarme de la cama sin despertar a la cosa extraña en la que se había convertido mi amiga. Minako podía haber interpretado un show de terror con sus cabellos alborotados, el maquillaje completamente esparcido por su rostro y su boca babeante que dejaba salir su lengua. Mi estómago se revolvió hasta el punto que tuve que esforzarme en demasía para contener las arcadas, Mina no me resultara repugnante, pero su aliento matutino era peor que un cuerpo en descomposición.
Quité la pierna que tenía sobre mi cadera y lentamente me deslicé para salir del lecho. Las pocas horas de sueño me afectaron lo suficiente para cambiar mi perspectiva y terminé de espaldas sobre el suelo, golpeándome la cabeza.
—¡Con un maldito demonio! —grité.
Mi amiga se sentó de golpe con la mirada desencajada y observó a su alrededor desorientada. Al dar conmigo parpadeó un par de veces e inclinó la cabeza.
—¿Qué haces ahí?
—Estoy viendo sí limpiaste debajo de la cama —hablé con ironía— ¿Qué mierda piensas que hago? Intento encontrar mi endemoniado teléfono.
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Instintos
RandomUna joven de diecinueve años, de cabellera dorada, con ojos celestes como el cielo de verano y una piel tan blanca como los pétalos de un jazmín camina por el campus con prisa para llegar a su primera clase. A simple vista puedes jurar que es una un...