Día 5: Huella.

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Con tus malas costumbres, tus malas palabras. 

Tu pésimo hábito de decir todo lo que piensas sin pensar lo que dices.

Con todo lo malo que sientes, con tus negras intenciones. 

¿Cómo dejaste una huella en mí? Aquí, cerca de mi corazón, en el ángulo entre mis costillas.

Me miras mientras escribo este intento de poema en mi Mac, estoy sentada frente a ti debajo de nuestro árbol favorito desde que hace tres años, cuando nos conocimos. Era el que más daba sombra y por eso nos gustaba tanto, ahora ha crecido mucho, como nosotros.

- ¿Qué haces? ¿Tus tontos cuentos otra vez? Me preguntas tratando de inclinarte hacia la pantalla. Minimizo la página.

- No, y no son tontos, estoy... haciendo la tarea de inglés. Me excuso lo mejor que puedo.

- Qué bueno, necesito que me la pases. Te sientas al lado de mí y robas la mitad de mi sándwich, como siempre. 

- Siempre te paso la tarea, ¿cuándo aprenderás a hacer las cosas por ti mismo? ¿cuándo entres a la universidad y yo me vaya a EUA? Te pregunto con toda la intención de regañarte.

- No, cuando tú vayas a casarte e EUA, yo le pagaré a una linda chica en la universidad para que haga mis tareas. Contestas con esa tranquilidad tan tuya mientras me quitas la computadora del regazo para pasarte la tarea tú mismo. 

- No voy a EUA a casarme, voy de niñera, -aclaro devolviendo la computadora a mi regazo porque claramente no tenías capacidad ni de hacer copy-paste- ¡además, a mí nunca me has pagado!

- Yo te dije que te pagaba con besos, no quisiste. Te defiendes acomodándote mejor contra el tronco del árbol. 

Hace mucho que tus insinuaciones ya no tienen un efecto en todo mi organismo, ni ponían mi mundo de cabeza. Solían acalambrarme el estómago y darme cosquillas en el corazón, las manos me comenzaban a sudar y hubo un tiempo en el que tartamudeaba ligeramente, pudiendo safar apenas. Pero ya no, ahora solo queda un pequeño rastro en la boca del estómago, como si me hubieras marcado cual ganado con hierro al rojo vivo, y ardía cada vez que me mirabas, o me sonreías, o hacías un comentario idiota como acaba de suceder. 

- Ay no, qué asco. Dije por fin.

- ¿Quieres saber cuál es tu problema? Me preguntas mirándome con tus ojos clarísimos.

- No.

- Tu problema es que eres muy lista, por eso nunca te enredas con alguien. 

- Sí, tendría que ser tonta para liarme con alguien como tú. Contraataco ofendida por esa parte de ti que cree conocerme por completo que me molesta tanto. 

- Tú crees que soy un imbécil, que nadie apostaría tres pesos por mí, pero lo que no sabes es que soy justo como todos los chicos. Tratas de explicarte.

Te miro como suelo hacerlo a veces, tratando de comprender el enigma de tu mente de simio. 

- ¿Te puedes explic...?

- Lo que pasa es que tú no eres una imbécil como todas las chicas, por eso no checas, eres demasiado amargada. -Terminaste la oración entre risas y mis orejas comenzaban a sentirse calientes. - Tal vez te interesaría un señor de 50 años. 

Esta vez sí golpeé tu brazo.

- No me interesa un señor de 50 años, por ejemplo Julián, el de laboratorio, no tiene 50 años. Y estamos de acuerdo en que...

- ¿Te gusta ese matadito? Preguntas incrédulo.

- No todos los que tienen buenas calificaciones son "mataditos", Lucas. - Lo defiendo inmediatamente- Es inteligente, amable y...

- El punto es -siempre me interrumpes cuando trato de hablar de alguien más- que el que seas tan incrédula puede hacer que nunca te enamores, o al menos no de un idiota como yo.

¿Cómo dejaste una huella en mí? Aquí, cerca de mi corazón, en el ángulo entre mis costillas.

- No, nunca...



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