Relato de un Hombre de la Noche

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Para empezar, yo era normal. Muy normal. Tanto que me ganaría una mención honorífica en ser normal. No diré lo que tenía porque aun no lo pierdo, pero siento que pronto dejaré de ser parte de mi familia y huiré lejos, en donde nadie descubra qué soy.

Lo diré de este modo, como uno de los libros que siempre me ha gustado El Ladrón del Rayo, obviamente adaptado a mi situación, que en lugar de ser un semidiós, soy lo que se conoce como vampiro:

‘Mira, yo no quería ser vampiro. […]

Ser vampiro es peligroso. Asusta (y que lo digas). La mayor parte del tiempo sirve para que te maten de manera horrible y dolorosa (lo cual no he comprobado en carne propia, y espero jamás hacerlo) […]

 

En fin.

No era alguien fuera de lo extraordinario, y ni siquiera creo haber hecho algo para merecer esto. Sé lo más mínimo de los vampiros. Realmente alguien como yo no anda por la vida creyendo antiguas leyendas venidas de siglos y siglos atrás, y no me atrevo a tocar una computadora porque no sé realmente qué es lo que pueda pasar (no me juzguen.)

Tal vez la pregunta que comienza a formarse en sus cabezas es: Bien, eres un vampiro, ¿y?¿A cuántos has matado ya?, ¿cómo fue que sucedió?, ¿para que lo confiesas?

Bueno, pues no tengo la respuesta a eso.

Lo único que recuerdo antes de hace un día es que mis amigos (sí, los pocos que tengo) y yo, quedamos ir de campamento a la Sierra de Lobos, un tipo bosque que está al norte de la ciudad, y con el mejor nombre para convertirte en una cosa como yo (no, no lo tiene). El punto es que decidimos ir de campamento con el permiso de nuestros padres y así fue.

Seguramente fue la primera y la última noche más caliente de mi vida. Y sí, sí es lo que están pensando.

Nunca antes había tenido a una chica tan cerca de mí y besándome (las madres no cuentan). Era como el paraíso tenerla en mis brazos y, bueno, háganse a la idea de lo que pasaba con mi mente y mi cuerpo.

El punto es que no pasó nada más que el calentón que me dejó aquella chica, de la cual no diré el nombre porque un caballero no tiene memoria.

Se hizo de noche y todos dormían menos yo. Me sentía tan incómodo porque al día siguiente cómo le miraría la cara a ella y a los demás, lo cual no debería importarme, pero digo que era normal.

Salí de mi saco de dormir y comencé a caminar. La fogata aun resplandecía, pero estaba a punto de morirse. La oscuridad era impenetrable, lo que no me importó y seguí caminando hasta donde me sentí seguro.

El frío me helaba los huesos y no paraba de temblar. Ya no me parecía tan buena idea pararme a caminar, porque repentinamente ya no veía la luz de la fogata por más que me esforzara, y entré en pánico.

Comencé a andar con torpeza por donde supuse que había venido, sin embargo, enseguida me di cuenta que la acababa de cajetear horrible. Me sentí más que perdido, era un niñito que rogaba por encontrar a su madre. No esperaba que aquello me pasase a mí, al resto de mis acompañantes sí, ¿pero a mí?, creo que me sobreestimé.

Luego comenzaron los ruidos. Para aquel entonces yo estaba seguramente tan lejos del campamento que si gritaba o pedía auxilio, nadie me escucharía, así que traté de hacerme a la idea de que era hombre muerto, lo cual no sirve para que te tranquilices.

Volteaba a todos lados cuando oía una rama partirse, o el chasqueo de las hojas secas o lo que hiciera ruido necesario para espantarme.

Me lo merecía por idiota.

Pasó el tiempo y con cada segundo me sentía más indefenso y rogaba por mi muerte. Posterior a eso las cosas transcurrieron demasiado rápido.

Un grupo de animales pasó hecho que lleva el diablo por mi espalda y lancé un grito tan agudo que debió llegar hasta la ciudad o más lejos. Y tras pasar los animales, algo me derribó.

Primero, fue difícil saber qué me veía con unos ojos inyectados en sangre, después, me hubiera hecho pis en los pantalones si no hubiera soltado un grito y una grosería.

—¿QUIÉN MIERDA ERES? —Le dije.

El sujeto comenzó a mirarme como si fuera la victima perfecta para un asesinato, lo cual no es agradable saberlo. Comenzó a olerme como si fuese un perro, pero sin acercarse a mí, más bien era como si quisiera sacarme el alma con su nariz.

—Lo siento —se disculpó, y yo no supe por qué hasta que un dolor agudo, bueno, muchos dolores agudos en mi cuello me recorrieron todo el cuerpo.

Simplemente lo último que pensé es que era hombre muerto, luego todo se tiñó de negro.

Lo siguiente que recuerdo es haber despertado en el automóvil de mis amigos mientras volvíamos a la ciudad.

La luz me cegó en el instante que abrí los ojos. Y ahí lo supe.

En realidad saberlo a ciencia cierta, no, aunque comencé a sospecharlo.

Al siguiente día hice la tontería más grande de mi vida. Me suicidé.

Me excuso diciendo que era lo que ponía un blog en Internet con respecto a los vampiros. Debes morir para convertirte. Y estoy seguro que al meterme todos los analgésicos que encontré en mi casa, y algunos medicamentos de control que mis padres guardaban en sus habitaciones, me hace tener la certeza que morí y volví a la vida hace justo una media hora.

Sí. Fue estúpido, pero la curiosidad mató al gato, que en este caso volvió muerto a la vida, porque estoy helado y mi corazón no palpita.

Y por lo que dije de no saber si ya había matado a alguien, es porque no lo sé. No sé si desperté hace tres, cuatro, seis horas, y maté a alguien, pero sé lo que soy ahora. Nadie vuelve de la muerte, a menos que alguien vaya al Hades por tu alma y haga un trato con el señor del inframundo y te traiga de vuelta a la vida. Lo que también es improbable.

Y aquí me tienen. Lo cual es como un milagro, pero sé que tendré que irme ahora que es de noche. No puedo salir con el sol brillando en lo alto, o sé que moriré.

De lo único que no estoy seguro es que si esa persona que me mordió, bueno, vampiro, lo haya hecho a propósito o espero enterarme que fuera porque se le antojó convertirme.

Es duro decir adiós, y más ahora. Porque realmente no sé quién soy. Es como una maldición ser yo. Todo te sucede sin un motivo o porque simplemente la vida quiere joderte más la existencia.

Tomo mis cosas. La conmoción ya ha pasado y me ha dado tiempo de guardar algunas prendas mientras cuento esto. Miro mi habitación con detenimiento y luego vuelvo la cabeza hacia la ventana. Son seis metros de alto, lo cual no debe matarme.

Salto hacia la calle. Son alrededor de las tres de la mañana, y afuera no hay nadie quien pueda verme. Y emprendo el camino.

Cualquier rumbo que tome, dejaré que lo guíen mis instintos de vampiro. Porque los de humano, que seguramente ya perdí, no me van a funcionar ahora que ya no lo soy más.

Comienzo a sentir una sed que es insaciable con agua, y sé lo que significa. Supongo que ustedes también, así que, probablemente su amigo, el vampiro por accidente (ajá) se convierta en un asesino silencioso de la vida (pensarlo me causa gracia, y la verdad no sé qué pasará conmigo de aquí a una semana, deséenme suerte con eso).

No sé qué más agregar. Pero si me ven vagando por ahí, no se asusten, procuraré no asesinar a nadie si me es posible.

Repentinamente alguien se para frente a mí.

—¡Qué tal! —dice ese alguien, y sé que el viaje no lo emprenderé solo. Y tal vez el destino me depare un par de raras sorpresas.

 Se cuidan. Adiós.

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