Con un pequeño salto consigo colarme dentro del atiborrado ascensor de Punto Urbano. Las sombras de mi agobio quedan reflejadas en el espejo como una máscara tribal. Solo sé que tengo nulas intenciones de ver las caras Martín y Laura hoy.
Mañana sale la tirada de la semana y empiezan los neurotismos de último momento. La portada de la revista es el centro de todos los dardos.
Supongo que todos los escritores que trabajan allí estarían orgullosos de estar en ella. De hecho, debe ser "el" objetivo a cumplir para un humilde redactor como los que frecuentamos Punto Urbano. No es mi caso, claramente. Estar en la portada es como abrir un extraño regalo: no sé dónde colocarlo, ni qué cara poner. Siempre fui de huir a los protagonismos, no me gusta ser el centro de atención y menos el Trending Topic de los comentarios que deben estar circulando en este instante por todos los grupos de whatsapp de la revista.
Como ahora, mientras saludo a Pina, la secretaria de Martín, que no puede dejar de teclear en su celular con cara de beba con sonajero nuevo. Estoy convencida que está haciéndose un bobalicón festín con el grupo de recepcionistas y secretarias de la revista al que frecuenta.
Y no es un delirio paranoide mío, al menos sé que este grupo existe. Por equivocación quedé agregada a una comarca de WhatsApp llamada "Las divinas"...Creo que con eso digo todo acerca de grupo y también sobre mi fugaz estadía en el mismo.
Como una pequeña laucha de edificio metropolitano, me escabullo en mi refugio dentro de la revista. Un cubículo de dos por dos que he decorado con imágenes de todo tipo: artículos de revista que adoré cuando estudiaba, tapas de libros y discos que marcaron mi adolescencia y algunos collages de fotos mías y de Diego en viajes que hicimos hace algunos años.
Tengo también mi "petit" escritorio de madera, ese que yo misma traje de la casa de mi mamá y que reciclé con tanto esmero pintándolo de un color turquesa tremendo. Tuve que darle unas lijadas de último momento para que no pareciera un mueblecito salido de la casa de juguete de una muñeca. Y mi notebook en el centro de escena, fiel compañera de andanzas literarias y de escapismos prestidigitadores.
Aunque debo reconocer que la protagonista principal de la oficina es mi ventana, aquella por donde entra toda la magia; esa dorada y cálida energía que alimenta mis impulsos mecanográficos. De hecho, no le coloqué ni cortinas para atesorar todo el sol que entra, y poder ver desde allí, el hermoso parque de una casa que motiva todo tipo de elucubraciones mañaneras. Como las que se vienen en breve, al ver dos parejas a los arrumacos desayunando en ese maravilloso jardín.
Me calzo mis anteojos antireflex, como un perezoso, intentando hacer el menor ruido posible. Quiero tomarme un café tranquila, antes de que vengan a atormentarme con preguntas irresolubles; aunque sé que esto va a ser breve, dado que Pina me vió.
Tomo mi celular para evadirme esos pocos preciados minutos, mientras sigo relojeando de a ratos las escenas del jardín.
Parece que el grupo del viaje está más activo que nunca. Los "millennials" están hablando de itinerarios y de ilícitos por lo que veo. Parece que Diego armó un archivo con la lista de coffeshops en todos los lugares a donde vamos a ir.
Por lo que veo, más allá de la charla que suscitaría la atención por parte de la división antinarcóticos nacional está todo muy ordenado por aquí. Conversaciones que corresponden a cuatro amigos. Nada de histeria, fotos sexies, ni insinuaciones. La única que estaría realmente desubicada es mi "Pumpin Head".
¿Será hora de resetear? me pregunto, mientras pienso en el asunto Eneas y en el delirium tremens de infidelidades supuestas. Sería lo lógico. Me dispongo a ejecutar autoanálisis y antivirus ya.
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El club
Chick-LitUna atracción tan imparable como imposible. Un viaje en donde lo prohibido, los límites y las tentaciones pondrán a prueba una amistad. Un intercambio irreversible que aflora un drama oculto. Una protagonista contradictoria que desea, ama, odia y l...