Una mañana cualquiera en una ciudad común. Las masas se movían de un lado a otro, algunos hacia el trabajo, los niños a las escuelas y los desempleados y lo enamorados hacia la cita de su vida. Los carros se atascan en el tráfico, las groserías vuelan de un lado a otro, alterando más a los ya impacientes e impuntuales obreros. Una pelea de crudos y malolientes hombres espanta a los transeúntes que caminan hacia el instituto número 9, en el lado Sureste de la metrópoli.
Una escuela preparatoriana, aquellas de estudios medio superior, de las que te sientes a un paso más hacia el anhelado título. Tiene dos edificios para el alumnado de tres pisos, cada uno con cuatro salones y un baño en cada piso, y un edificio de dos pisos que funge como la dirección; un enorme patio que divide ambas edificaciones, un estacionamiento a un lado para los maestros y una pequeña cafetería en el rincón más recóndito. La entrada es un portón corredizo, lo suficientemente grande para que los estudiantes entren en cuatro filas.
La mayoría de los alumnos llegan solos, pocos en carro o acompañados por sus padres, pero es normal. ¿Qué adolescente quiere verse como un niño que lo miman? Al menos que el carro sea lo suficientemente pretencioso para mostrarlo ante todos.
El conserje da los buenos días, inspeccionando que los chicos lleven el uniforme, un pantalón o falda negra con camisa blanca, un suéter negro, zapatos voleados y, para las chicas, calcetas blancas largas, y que no tengan algún accesorio que la directora odie. Los muchachos se reúnen en sus grupos, charlan sobre lo sucedido en el fin de semana y se quejan de las tareas. Algunos van con su pareja. Besos inocentes y uno que otro atrevimiento que se termina con una risa nerviosa. El timbre suena, todos se forman en el patio, divididos por el salón y el grado que les corresponde.
La directora dice unas palabras sobre el inicio de una nueva semana y les recuerda que las normas deben respetarse. Terminado el sermón, uno a uno, los grupos se retiran a su salón. Dentro, entre quejas, holgazanería y el desorden de los alumnos, las clases pasan lentamente. El reloj parece detenerse para los chicos y los maestros sangran por dentro en cada segundo que pasa. El timbre suena y es hora del descanso. Todos salen sin orden, se desparraman en el patio y siguen con las pláticas, juegos y demás cosas.
Una rutina normal, asentada en cada escuela. A la mitad del receso, todas las miradas se posan en una escena extraña: la directora lleva de la mano a un chico de tez apiñonada, rostro frío, cabello medianamente largo y de facciones ordinarias, mientras murmulla maldiciones inofensivas y tiene toda la cara llena de yogurt. Muchos se rieron, a los que no les importó, de inmediato regresan a sus actividades y solo un pequeño grupo se preocupa por lo sucedido.
-¿Por qué hizo eso Yoel? -pregunta una chica de tez apiñonada, de cabello negro con peinado de hongo, delgada, poco pecho, caderas medianas y pocas posaderas. No es una hermosura, pero no cae en la fealdad.
-Enloqueció -responde un chico con granos en las mejillas, cabello marrón, robusto y con una torta en la mano derecha-. Lo vi arrojarlo frente a ella.
-¡No digas tonterías, Carlos! -exclama otro muchacho, alto, negro, cabello abundante y con anteojos-. Él no se atrevería a eso.
-Yo lo vi, Martín. Enloqueció de repente.
-No me lo creo.
-Te juro que así paso, Nalle. Ni siquiera se molestó en negarlo.
Los tres esperan a que su amigo salga de la dirección. El receso termina y Yoel no regresa. Al termino de la segunda clase del segundo periodo, Yoel pide permiso para entrar. Todos lo miran detenidamente, no parece que haya recibido algún castigo.
-¿Qué diablos pasó? -le pregunta Nalle cuando se sienta en la mesa detrás de ella.
-Nada.
-Estás actuando raro. Carlos dice que lo hiciste frente a la directora.
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Incubadoras
Science FictionLa especie más fuerte siempre predomina, pero que tal si, entre las sombras y a la vista de todos, algo está moviéndose, usando a las civilizaciones más jóvenes para subsistir. No, no es una lucha por la supervivencia, simplemente un peón peleando p...