Me levanté a las ocho de la mañana, me vestí, cogí el bolso y caminé hacia el trabajo, como cada mañana entré al bar de al lado a tomar mi dosis de cafeína.
Me pedí como cada día, un café con leche desnatada y sacarina y me senté en la misma mesa de siempre, en la terraza de atrás para poder fumar mi cigarrillo matutino, pero ese día encima de la mesa habían dos cigarrillos enteros y una flor, exactamente un rosa blanca.—Perdone, alguien se ha dejado esto en la mesa— le dije al camarero.
—No señorita, lo han dejado para usted—
—¿Para mi? ¿Quién?—
—Lo siento, no lo sé—
Le insistí varias veces, pero no había manera de que hablara. Miré a mí alrededor, había las misma gente que solía frecuentar, la señora canosa de mediana de edad, el chico del uniforme azul, la chica elegante y el señor calvo con sobrepeso que siempre me sonreía.
Llamé a mi marido, y se extrañó bastante ya que él no había sido, quizá sería una confusión y aquello no iba comnigo.
Al día siguiente volví a mí bar, pero con otro chico atendiendo la barra.—¿Hola, tenemos nuevo camarero?— Le pregunté.
—Sí, el antiguo cambió de trabajo—
—Encantada—
Fui a la mesa y volví a encontrar los dos cigarrillos y la rosa, con una servilleta escrita que decía, "Estela la rosa es para ti, los cigarros para nosotros". Lo cogí todo con la mano y lo apreté con todas mis fuerzas hasta romperlo, quizá quien fuera se daría por aludido. Miré a mi alrededor y el señor sin pelo me guiñó un ojo, me levante enfurecida,
—¿Es usted quién se dedica a dejar objetos en la mesa?— le grité.
El tipo solo sonrió y empezó a emitir una risita nerviosa. Lo que faltaba, un chiflado.
Al día siguiente otra vez estaban allí los dos cigarros y la rosa y al otro día también y así los siguientes treinta días. Pensé que el anormal se cansaría al ver que cada día lo tiraba, pero no lo hizo, estaba harta y agobiada. Así que le comenté a mi marido que me acompañara al bar, aunque él llegara tarde a trabajar. Cuando se lo expliqué enseguida aceptó.
Nos sentamos en la mesa enfrente de los repetitivos regalos, nos miramos.
—Pues vamos a aprovecharlos— dijo.
Cogió su mechero y encendió uno de los cigarros, a las dos caladas empezó a toser, cada vez más fuerte, todo el mundo nos miraba, y de repente se puso azul.
—¡Ayuda por favor!— Todo el mundo corrió hacia nosotros.
—¡Un medico!, ¡Una ambulancia!— se oía gritar.
Miré hacía el camarero nuevo a ver si pedía ayuda, pero solo se acercó y me susurro al oído.
—Estela ahora eres solo para mí—
—¡¿Querías matarnos?!— exclamé horrorizada.
—Era cuestión de tiempo que te presentaras con tu marido, tenía un cincuenta por ciento de posibilidades de acertar y tú siempre te sientas a la derecha— sonrió.
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EL BAR (relato corto)
Mystery / ThrillerRelato corto de misterio Concurso: Dos cigarrillos, una flor