Amorio

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Puede que no hayamos sido sólo amigos, pero ella nunca me dijo que me amaba.

—¿Y tú a ella sí? —me pregunta Marian con seriedad, sin dejar espacio alguno para sarcasmo o ironía.

—Algo así —le digo con la mayor naturalidad posible—, de hecho pronto te contaré como fue la primera vez que eso pasó.

—¿Crees que tengamos tiempo?

Miro mi reloj, dándome cuenta de que son poco más de las dos treinta. El siguiente punto no está demasiado lejos, a quince minuto si me doy prisa.

—Depende —digo revisado mi reloj otra vez, pero sin consultar la hora—, ¿Hasta que hora puedes estar fuera?

—Básicamente, hasta las diez de la noche.

—Perfecto —sonrío con picardía al mismo tiempo que me levanto— ¿Quieres un trago?

Me sonríe.

—Siempre.

El tráfico nos retrasa un poco, pero aún con todo eso, llegamos al Amorío en tiempo récord —o bueno en un tiempo considerablemente bueno tomando en cuenta el retraso—. Durante el trayecto del campo al bar Marian me preguntó en más de una forma qué tenía que ver una cosa con la otra, pero no le di una respuesta que la dejara lo suficientemente satisfecha. Prefiero que espere hasta que estemos dentro para decirle.

El Bar lógicamente está más lleno en el día que en la noche. Hay varios autos y una camioneta estacionados afuera, y la calle tiene un flujo de tráileres un poco mayor.

Dejo la moto en una esquina, preocupándome un poco por su integridad a pesar de que las llaves se van conmigo. Sorprendentemente en este sitio es más probable que la roben de día que de noche.

Tomo a Marian de la mano, sólo por si acaso, y entramos. La música country que se escuchaba aumenta su intensidad apenas entramos en el lugar. Un cantinero, diferente al que nos atendió a Rick y a mí anoche pero al que aún así conozco, levanta la vista hacia nosotros sin dejar de limpiar el interior de un vaso.

—¿Sería tan amable de darnos una botella? —pregunto en cuanto llegamos a la barra. Me giro hacia Marian— ¿Vodka o Whisky, amor?

Eso último la confunde, pero lo pasa por alto en ese momento.

—Vodka —responde suavizando la voz para sonar un tanto más inocente— pero ¿tienen jugo de uva o algo para rebajarlo?

Su petición hace eco en mi memoria ¿Por qué todas las mujeres que conozco piden eso?

Sorprendentemente para mí el cantinero abre un pequeño refrigerador que debe tener bajo la barra y saca una caja de jugo del sabor que ella pidió, luego toma una cubeta para llenarla con hielo. Nos entrega todo junto con la botella y dos vasos de vidrio. Le pago antes de irnos a una mesa en una esquina, lo más lejos de la música posible.

—Oye, —dice el cantinero haciéndome dar la vuelta—, dile a tu amiga que su consejo sirvió... más de lo que esperaba, sabes. Situaciones como ésta pasan más de lo que te imaginas.

—Sí, claro —respondo al recordar a qué se refiere—, yo le digo cuando la vea.

Estando ya sentados uno frente al otro Marian me mira sumamente confundida. Yo quiero fungir que nada de eso último pasó, pero como era de esperarse ella pregunta por ello.

—Dos cosas: ¿Desde cuando soy tu "amor"? y ¿A qué se refería él?

—Eres mi amor desde que entramos aquí y lo serás hasta que salgamos, ¿vale? —eso sí que iba a explicárselo aunque no me lo hubiera preguntando— es mecanismo de protección contra los que te pusieron el ojo encima apenas cruzaste la puerta, no los ves pero creeme, ahí están.

MAPA DE UN DESAMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora