Capítulo 10: Una piedra.

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Asher Thorn.
21 de diciembre, 2019.
Sábado.

Y pensar que lo teníamos todo, y fueron nuestras manos lo que lo destruyeron.

Creí que podía amar, porque los demás lo hacían. "Si ellos pueden, yo también puedo", pensaba.

—Por favor, Jean, ahora no...

Su pesada respiración en mi oído me excitó más, haciéndome estremecer. Sus hombros temblaban y sus rodillas parecían cabrearse. Sollozaba, dejando caer su frente sobre mi hombro, abrazándome como si su vida dependiera de mí. Deslicé mi mano por su torso, tocando con delicadeza su piel aterciopelada, haciéndole gemir.

—Sólo será un momento.

Un romance oculto tal vez era lo que necesitaba. La sensación de vértigo cuando alguien estaba por descubrirte y las arcadas que dabas por el terror. El miedo al rechazo y excitación de perderlo. Yo no tenía problemas, pero los demás parecían tenerlo, dándome la satisfacción de algo sin control.

—Alguien viene...

Se angustió Luis. Cubrí su boca para escuchar mejor los pasos dados entre las ramas, apartando las hojas de los árboles. Lo pegué más al tronco, ocultándonos bajo la penumbra de los árboles. Era una noche de fogatas en el festival, habían muchos alumnos donde no debían, y nosotros pertenecíamos a ese grupo. Podía ser quien sea.

—Por cierto, ¿has escuchado de Anna? De repente volvió a la ciudad, pero no se ha aparecido por aquí. Tremenda amiga.

—No digas eso, Ema. Recuerda los rumores que se corrieron hace unos años. Dicen que tuvo que huir porque la embarazaron a los 14. Pobrecilla.

—¿Pobre? ¡Ja, ni de broma! Que cierre las piernas o use protección. Era una niña, no una idiota.

—Dicen que tiene dos hijos. ¿Quién la habrá embarazado después?

Los mosquitos comenzaban a picotear mis brazos. Comencé a sentir mi hombro mojado por las pequeñas lágrimas de Luis. No supe si lloraba porque le gustaba o porque sabía lo que yo estaba pensando en ese momento. No pregunté, y las cosas tal vez hubieran sido diferentes si lo hubiera interrogado.

Las chicas se fueron minutos después. Sólo habían ido a orinar por unos retos ridículos. Aunque también habían soltado chismes y prejuicios como perras.

—Ya me tengo que ir.

—¿A dónde vas, Jean?

Preguntó, jalando con timidez mi camiseta. Esa reacción suya casi logra hacerme sentir lástima. Aparté su mano enseguida y tomé mi mochila.

—Voy a visitarla. Necesito verla.

—¡Pero los profesores del festival...!

—Que se jodan.

Comencé a caminar en dirección contraria a las fogatas. Traté de recordar el camino a casa de sus abuelos. Lo más seguro es que ella se encontrara ahí.

—¡Tu amiga te había hecho señas para que fueras a hablar con ella!

—Que se joda —me detuve un segundo a verlo irritado—. ¿Qué condenada amiga?

Las flores más bellas se dejan marchitar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora