Él nunca necesitó te quieros. Él nunca creyó que mereciera ser amado o querido. Que valiera la pena vivir en un mundo tan extraño.
Un mechero, un bote de gasolina y el fin del mundo.
Eran cosas simples.
Una simpleza que los sentimientos no le daban. Sus emociones y las de los demás eran algo demasiado complejo con lo que él no deseaba lidiar.
Sin embargo se enamoró.
En el fin del mundo. En el lugar más remoto, inaccesible y vacío, Joo Heon se enamoró.
Donde nadie podía encontrar nada él encontró su hogar.
Y ya no habría fuego que pudiera llenarle, ya no había sangre que pudiera saciarle. Solo esa persona especial y nada más.
La obsesión simple de un hombre simple.
La obsesión simple de quien solo deseaba destrozar el mundo en un millón de pedazos y que, cuando le encontró, se curó de esos pensamientos y jamás volvió a pensar en ellos.
Le abandonaron tantos años que creyó olvidarlos, que creyó que habían dejado de ser parte de él.
Enamorarse de alguien así requería sacrificios que Joo Heon no había asumido, pero a los que le habían forzado a aceptar.
Y no se trataba de nada físico, no se trataba de una imposición forzosa y directa. Se trataba de algo que siquiera Joo Heon había querido.
Porque Ki Hyun le forzaba a ser alguien que no creía ser, pero lo hacía solo con existir, solo con respirar cerca de él.
Estando con él, Joo Heon no deseaba hacer daño a nadie más. Lo único que deseaba era que el mayor le enterrara entre sus brazos y cuidara de él. Que le besara hasta que se durmiera, que le desnudara e hiciera suyo. Tocarle y besarle hasta que no quedara ni un ápice de nadie que hubiera estado allí antes.
La idea de que alguien más pudiera tener a Ki Hyun en cualquier sentido, en cualquier aspecto, le destrozaba el corazón en mil pedazos. Le hacía hervir la sangre.
En ocasiones normales hubiera estallado en cólera, pero con Ki Hyun solo le salía llorar.
Llorar y llorar hasta que no quedaran lágrimas.
A Ki Hyun en momentos como ese solo le quedaba acunar al menor y jurar y perjurar que nunca le abandonaría, que estaría allí siempre. Pasara lo que pasara. Aunque el mundo terminara de desmoronarse ante sus ojos. Que sobrevivirían hasta el final juntos.
Pero Ki Hyun no pudo cumplir esa promesa y los pensamientos destructivos de Joo Heon habían vuelto con más fuerza que nunca.
De rodillas en el suelo, él cubierto de sangre y todo en llamas.
Como debía ser.
Como siempre debió ser.
Si el mundo tenía que acabar de destruirse, si todo tenía que terminar, si Ki Hyun ya no estaba... entonces todo volaría por los aires de su mano.
Los cadáveres que se acumulaban y que se seguirían acumulando porque Joo Heon no pensaba detenerse hasta que le detuvieran a él.
No había otro plan, solo el deseo suicida y kamikaze de ser abatido porque todo había dejado de tener sentido. Porque no quedaba nada a lo que aferrarse.
Solo cristales rotos.
Olor a gasolina, sangre y carne quemada.
No había remordimiento o arrepentimiento, no había deseo de hacer las cosas de otro modo. Solo vacío. Un vacío enorme y una tristeza inmensa por la que no tenía más lágrimas que derramar.
Le quería tanto como para olvidar sus instintos más básicos, para olvidar sus deseos, sus aspiraciones e ideales. Para olvidar que odió al mundo tanto como para querer que su fin llegara.
Cuando alzó la mirada ante los pasos acercándose y descubrió tres pistolas en manos de tres personas diferentes apuntándole a la cabeza, dispuestos a detener esa matanza, Joo Heon dejó caer de sus ojos las últimas lágrimas que le restaban y cerró los ojos esperando con paz un final que llevaba ansiando mucho tiempo.
Fueron tres disparos lo siguiente que se escuchó.
Tres disparos y silencio.
Tres disparos y ninguno impactando contra él.
Notando humedad llegando hasta sus rodillas y subiendo por sus pantalones, abrió los ojos con lentitud para comprobar lo que ya sabía, comprobando que aquel líquido era ni más ni menos que sangre procedente de los cuerpos de las tres personas que le habían apuntado segundos antes.
Terminó de alzar la mirada. Poco a poco, poco a poco hasta que pudo encarar al autor de los disparos justo frente a él
"Pensaba que no ibas a volver" susurró.
Ki Hyun, rifle en mano y con su camisa salpicada de sangre, suspiró preguntándose en qué momento Joo Heon había llegado a tal cosa.
Solo había estado fuera de casa una semana.
Sin embargo, Joo Heon había estado convencido de que, después de la fuerte discusión que tuvieron la última vez que estuvieron juntos, le había perdido para siempre.
Porque cuando Ki Hyun dijo que tenía que viajar fuera de la provincia, cuando Joo Heon descubrió que Ki Hyun iba a estar con otras personas que no eran él, su llanto y su desesperación se hicieron tan palpables que no quería dejar ir físicamente a Ki Hyun, que quiso incluso encerrarle dentro de casa.
En el momento en el que Ki Hyun perdió el control y le abofeteó, pensando que no habría otro modo para hacer al menor entrar en razón, el tiempo parecía haberse parado.
Joo Heon se había quedado llorando en el apartamento, Ki Hyun había salido corriendo sabiendo que no tenía ninguna otra opción.
Porque era el fin del mundo y su prioridad era proteger y cuidar a Joo Heon; y no podía hacerlo sin armas, no podía hacerlo sin comida. Sin embargo, tratar con Joo Heon nunca fue tan sencillo.
Mucho menos lo era hacerle entrar el razón.
Harto de la distancia, sin importarle mancharse los zapatos de sangre, Ki Hyun se acercó lentamente hasta terminar de reducir cualquier distancia que hubiera entre ellos. Tan cerca que Joo Heon se permitió apoyar la cabeza contra el vientre ajeno, tan cerca que Ki Hyun sonrió cuando el contacto se hizo real.
Sus dedos se introdujeron con premura y cuidado entre los cabellos del menor y peinaron aquellas hebras rubias, aunque teñidas del carmesí por la sangre y la matanza que había cometido Joo Heon pensando que había a Ki Hyun perdido para siempre y que solo le restaba morir.
"Yo nunca rompo mis promesas, Heonie" susurró Ki Hyun. "Y te voy a cuidar hasta el día en que me muera. Quieras o no".
Kiheon | 2019.05.09
ESTÁS LEYENDO
Gloomy April » MONSTA X. Short Stories.
УжасыTodos ellos sabían que el amor brotaba como las flores en abril, con paciencia y sin prisas. Pero su amor florecía rojo en el infierno porque era falso, porque ellos no amaban a las personas a las que amaban. Amaban mancillarlas y poseerlas. Solo qu...