Cinco.

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Era una masacre

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Era una masacre.

Una masacre que nadie se esperó, porque Real Way iba con mejor paso en el torneo regular.

Minuto 80, Ocaso 4 - 1 Real Way.

Limpié con el dorso de la mano las gotas de cerveza que se resbalaron de mis comisuras, y me recosté un poco mas en el asiento. Las cosas se habían puesto tensas después del primer gol de Ocaso. No era algo inteligente gritar el gol cuando estabas rodeado de fans del equipo contrario, pero nunca nadie dijo que los barristas fuéramos los seres mas inteligentes.

Lenz pasó su brazo por mis hombros, aparentando una despreocupación que estaba segura no sentía.

Entramos a la zona preferente del estadio. Había mas que nada padres de familia con sus mujeres e hijos. Así fue hasta el minuto 15, que marcaron penal a favor de Ocaso, y Lenz, Milan quien estaba unas filas mas abajo, y yo, festejamos.

Lenz fue quien se dio cuenta que algunos hombres empezaron a cambiarle sus lugares a las familias, acercándose cada vez más a nuestros lugares. Para el segundo gol, cortesía de Anghel, goleador de Ocaso, estábamos rodeados de puros hombres. Al finalizar el primer tiempo llegaron policías y rodearon las escaleras, que estaban a solo unos cuatro asientos de nosotros, tomaron la primera fila también, y formaron un cuadrado a nuestro alrededor, con fila doble.

Nos pidieron que no festejáramos más.

El tercero y el cuarto lo gritamos con mas fuerza.

Así pues, ahora nos encontrábamos a la espera de que salieran los aficionados del Real Way, lo que era una estupidez, si me lo preguntaban. La policía nunca aprendía. Si sacaban a los locales primero, les daban tiempo de planear, esconderse y emboscar a los visitantes cuando salieran.

Idiotas.

Lo inteligente era sacar a los visitantes primero, esperar a que se fueran, y ahora si, dejar que la barra local saliera, eran las medidas que habían tomado en el Grand Montagne, y la mayoría de los estadios a donde viajábamos, les daba resultados, pero la policía de Oriente era idiota, igual que su gente.

Lamí el chupetin que Lenz me había comprado para pasar el rato en lo que nos permitían salir. Milan ya se encontraba con nosotros, León y Sam llamaron para decir que estaban en nuestra misma situación.

—Estoy tan jodidamente feliz, que casi ni me importa que lloverán putazos bien cabrones al salir.

Sonreí de lado, solo habíamos logrado venir como veinte de Ocaso, a algunos incluso no los dejaron pasar a pesar de tener boleto, aunque ya lo habían advertido. Fue una patada en el culo cuando la policía montada de Poniente llegó y disolvió la caravana, estaríamos siendo unos diez contra todo los Maleantes. Seh, probablemente moriríamos aquí.

Chasquee la lengua al pensarlo. Maldición, no quería morir en Oriente. Odiaba Oriente, era como si la ciudad tuviera ese maldito aire de superioridad, la gente se veía por encima del hombro así fueran vecinos. Tenían un palo bien enterrado en el culo, era una cagada. Y la ciudad en general era fea, toda llena de concreto y colores grises apagados.

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