II.

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Las manos me tiritan por el frío.

Me apresuro a ingresar al pobre edificio en el que vivo. La luz artificial parpadea, dándome un ligero dolor de cabeza, ¿o ya tenía el dolor desde antes?

Las manos no dejan de tiritarme, pero es por el frío, me repito... aunque tengo un mal presentimiento y los hechos recientemente ocurridos me tienen con los nervios en punta.

Abrazo con mayor fuerza al pequeño bultito que es mi hija, la cual ya se encuentra más dormida que despierta y el cual es, desde hace meses atrás, mi cable a tierra, mi ancla, mi salvación.

El pasillo del quinto piso esta vacío y compruebo, en mi reloj de pulsera, que estoy, quince minutos antes de lo que estoy en casa todos los días. Con una mano comienzo por buscar las llaves, porque sé que las puse en algún lugar de mi bolso, ¿o quizás en el de Bandit? El temblor en mis manos no se detiene, cierro los ojos con fuerza y abrazo con mayor intensidad a mi bebé. Sigo a tientas buscando la maldita llave, hasta que al fin la consigo y el temblor incontrolable de mis manos hace su trabajo, lanzándolas lejos.

- ¡Mierda! - me agacho a recogerlas, pero veo mi puerta... veo y escucho y aguanto con fuerza la respiración.

Vuelvo sobre mis pasos, con la respiración atorándose en mi garganta, apretando de más a mi hija, rogando a dios, los ángeles, el diablo, quien quiera escuchar, que, por favor, por favor, me dejen llegar a salvo al otro lado del pasillo.

Tomo las escaleras y diciendo dos pisos. Me detengo frente al 303 y de inmediato escucho los pequeños ladridos del pequeño perro de la única vecina que vale la pena en este sucucho del infierno.

Golpeo con intensidad la puerta. Me parecen eternidades y vidas en lo que mi vecina demora en abrir, pero cuando lo hace siento que puedo respirar un poco, solo un poquito.

- ¿p-p-puede? - tartamudeo con fervor, pero es el frío, me repito de nuevo, es el frío, es el frío, es el frío.

Mi vecina solo quita a mi hija de mis brazos, sin preguntas, sin palabras, pero con su mirada llena de pena, de lastima. Odio la lastima, odio la pena que la gente pueda tener hacia mí, porque no soy una persona que merezca la pena de nadie.

No merezco nada más que dolor...

Camino hacia el ascensor, el corazón en la garganta, el pulso acelerado, el miedo cortando el aire, quitándome el aliento, atenazando mis sentidos.

Llego a mi piso, de nuevo, pero esta vez con miedo, con terror, con hielo en las venas en vez de sangre.

Observo, de nuevo, mi puerta y me pateo mentalmente, porque ¿en serio, Gerard?, ¿tan idiota eres para no darte cuenta de que volaron la chapa?

Tomo aire, lo poco que puedo y con mis temblorosas manos empujo luego de escuchar con atención y asegurándome que no hay nadie.

La luz blanca del pasillo ilumina el recibidor, pero todo esta hacia arriba, en desorden.

Todo es...

Caos.

Ingreso un poco más, buscando a tientas la luz. La respiración se queda atrapada en mi garganta, sin poder terminar. La luz se proyecta por todo el pequeño departamento, pero todo es caos, es destrucción, es mi vida cayendo a pedazos, una vez más.

Camino con seguridad hacia el interior, observo como mi pequeño sillón, ese que fue la ultima de mis adquisiciones, esta con sus cojines rotos, los rasgaron, así como el respaldo, el papel mural y me imagino que mi cama también se encuentra así, capaz que la cuna también.

The man in suits... (FRERARD)Where stories live. Discover now