Les presento a Dylan, él es todo mi mundo. Desde el momento en que descubrí que estaba embarazada, ha sido mi razón de vivir. Él es mi sonrisa, mi amor, mi latido del corazón. Él también es mis lágrimas, mi dolor, mi ceño fruncido... él es mi vida entera.
Descubrir que un hijo tiene cáncer es una experiencia desconcertante e incluso aterradora. Cuando el médico nos dijo que Dylan tenía leucemia, me invadió la desesperanza. Me pareció que el suelo se hundía bajo mis pies. Comencé a afligirme como si mi hijo ya hubiera muerto.
"Cariño, vamos a salir de esta juntos, como familia", Wilmer siempre me repetía esa frase como si al repetirla se volviera realidad. Él también estaba devastado, era nuestro hijo quien sufría y nosotros no podíamos hacer más que permanecer a su lado y sostener su mano.
Siempre pensé que el dinero podía comprarlo todo, pero qué ingenua fui, qué equivocada estaba. Tengo millones en el banco y no me sirven de nada. He pagado por el mejor hospital, los mejores médicos, los mejores tratamientos, y aun así, el dinero no ha podido salvar a mi hijo del sufrimiento. Me duele ver cómo cada día va decayendo, está prácticamente en piel y huesos porque tengo que rogarle para que coma un poco de puré o que al menos tome un vaso con agua.
Wilmer y yo hemos perdido nuestra intimidad, pues Dylan duerme con nosotros porque tenemos miedo de que algo suceda y esté solo, y por algo me refiero a morir. A menudo tenemos conversaciones a la mitad de la noche, donde me pregunta: "Mamá, ¿iré al cielo?" y trato de ser fuerte, trato de ser optimista y a la vez egoísta, porque sé lo mucho que está sufriendo y le exijo que siga luchando, porque no quiero perderlo.
Esa mañana, desperté muy temprano y bajé a preparar sus medicamentos. Sentí unos brazos que rodeaban mi cintura y esbocé una leve sonrisa.
Wilmer: Tengo que volver al trabajo, mi vida. (susurró a mi oído)
Demi: Lo sé.
Me volteé para rodear su cuello con mis brazos y me aferré a él, intentando recargarme de su energía. Desde que tuvimos el diagnóstico de Dylan, ambos dejamos a un lado nuestras carreras para dedicarle todo el tiempo a él. Pero ya habían pasado ocho meses, ocho largos meses donde nuestra vida se resumía en citas médicas, hospitales, medicamentos, quimioterapias, y momentos familiares.
Ya era tiempo de que uno de los dos volviera a la normalidad, además necesitábamos seguir generando dinero, así que decidimos que fuera él quien se reincorporara al trabajo.
Wilmer: Prometo volver temprano para cenar juntos y ver una película. ¿Te parece?
Demi: (asentí) Te estaremos esperando.
Cuando lo vi salir por esa puerta, me dejé caer al suelo y comencé a llorar. Él había sido mi sostén durante todo este tiempo, había permanecido a nuestro lado y a pesar de que su corazón estaba igual de roto que él mío, se encargaba de ser el motivador de esta familia. Tenía miedo, miedo de que algo malo pasara y él no estuviera en casa para sostenernos. Sentía que estando sola no sería lo suficientemente fuerte para darle a Dylan el apoyo que necesitaba.