Capítulo 18

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Esteban

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Esteban

Nunca había sido un aficionado de los coches.

Conocía personas que si los eran. Todo era acerca de tener el mejor vehículo, la velocidad a la cual andaba, cuán fácil era manejarlo. Todo tenía que estar equilibrado y tenía que ser lo mejor.

Yo nunca me sentí así. Lo único que realmente me apasionaba era pintar, algo que mi abuela me había inculcado desde pequeño. Nada más me hacía sentir el sentimiento profundo y fuerte recorrer mis venas.

Así que conducir largas horas no era de mis cosas favoritas. Lo encontraba tedioso, cansador. Todo hasta que hice mi primer viaje con Hebe y todo cambió. No el sentimiento de conducir sino la razón porque lo hacía.

Para hacer feliz a Hebe, lo cual si era algo que amaba hacer.

Dando un vistazo de reojo, vi su rostro sereno sumergido en el más profundo de los sueños mientras una canción de los ochenta flotaba sobre nosotros.

Cuando me había preguntado si es que podía acompañarla a su antigua ciudad para el día de los muertos, no hubo respuesta en mi mente más que un «sí». Era algo que necesitaba hacer, lo había visto en como sus ojos brillaban y la tensión en su rostro.

También sabía cuán difícil era para ella todavía pedir ayuda en ese tipo de cosas, así que no lo hubiese hecho sino hubiese sido necesario, aunque, con sinceridad, no me importaba.

Si Hebe necesitaba que condujese horas y que la acompañase, lo haría.

Podía escuchar los murmullos bajos en mi cabeza, diciéndome cuan estúpido era, pero solo me concentre en conducir.

Los últimos días todo había estaba mejorando. Pocas veces ocurrían cosas que desencadenara que las voces se hiciesen presentes con tanta fuerza que no pudiese ignorarlas. Sabía que eso se debía a la visita que le había hecho a mi psiquiatra. Luego de todas las cosas que habían sucedido, era momento de cuidar de mí mismo.

La receta médica cambió y mis visitas a la psicóloga eran más regulares, no avergonzándome de ello en lo absoluto. Que todos los chismosos se jodieran. Lo único que importaba era mi salud mental y todo iba de maravilla, así que no había manera de que dejase de hacer lo que estaba haciendo.

Era muy probable que fuese de las pocas veces que creía que toda la felicidad que tenía la merecía. Que todas las personas que existían en mi vida no eran meras coincidencias. Era lo que la vida me había dado y me sentía el chico más afortunado por aquello.

—¿Estamos por llegar? —El susurro de Hebe me sacó de mis pensamientos y, dándole una mirada de reojo, vi cómo se estiraba lo más que podía en el espacio reducido del auto—. ¿Cuánto dormí?

—Dos horas, un poco más. Estabas cansada —dije, tomando una de sus manos y dándole un apretón. La calidez envolvió mi piel y sonreí, sin poder evitarlo—. Y llegaremos en veinte minutos, tal vez menos.

Sentirse Completo (#2 Sentirse Viva)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora