XXVI

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—Inglaterra... t-te mentí... —repitió dolorosamente— ¿Podrías perdoname?

"¿Qué es lo que haces?" es lo que la mexicana hubiera querido preguntar, pero una vez más se encontraba amordazada, con las muñecas atadas al respaldo de la cama del español, mientras que este, a su costado, sostenía con una mano el teléfono y con la otra acariciaba con lentitud y dulzura las piernas de la chica.

—¿Q-qué...? ¿Qué dices? —cuestionó el británico exaltado por el comentario.

—L-lo siento... —terminó diciendo el español dejando que su voz se quebrara con libertad— De verdad lo siento...

Parecía estar al punto del llanto y de hecho lo estaba. Al terminar de decir aquello, se desmoronó en lágrimas siendo incapaz de detenerse.

P-pero... España, no lo entiendo, ¿a qué te refieres? —preguntó— Oh God, deja de llorar ¿si? Todo está bien, te escucho.

—No, es que tú no lo entiendes —refutó el otro—. Yo... Yo sé que ella no está, siempre lo supe, y Francis, yo también lo sabía y te mentí —añadió, agobiado— ¿Y si algo malo les sucediera por mi culpa? Dios mío, no podría vivir con eso.

B-bien, habla despacio y explícate. ¿Que sucedió exactamente? ¿Sabes dónde está Francis, entonces?

—¡Si lo supiera no estaría mortificandome ahora mismo! Solo... Ah, no puede ser...

Se detuvo. El británico lo alcanzó a escuchar intentar controlar su propia respiración para prepararse a hablar.

Antonio, por favor —le insitó a continuar.

—¿R-recuerdas aquella noche en que me visitaste para preguntar por Francis? —terminó por decir.

—Por supuesto... —respondió algo temeroso mirando de reojo al estadounidense quien no le había despegado los ojos de encima, inundado de intriga.

—Cuanto lo siento, Inglaterra —se disculpó enseguida el español—, de verdad... —terminó diciendo en un sollozo.

España, continua —insistió el contrario impaciente, pero enseguida una segunda voz se añadió con desperacion— ¡Inglaterra! ¡Dime ya que está diciéndote!

—¡Ah, gracias a Dios! —exclamó el español— ¿Alfred está ahí? ¿Puedo hablar con él?

—Yo... Eh, s-supongo... —titubeó el británico algo confundido ante la petición.

Enseguida la llamada fue atendida por el americano y el español fingió suspirar de alivio en cuanto esté respondió.

—¿Antonio...?

—¡Alfred! Alfred, por favor dime qué has sabido algo de México, dime que ella está bien.

Un nudo en su garganta, ojos llorosos, el corazón paralizado de solo escuchar aquel nombre y aquellas descaradas mentiras. Era México, justo al lado del español, deseosa por dejar escapar un imposible grito que indicara que ella estaba ahí.

—¿M-México...? ¿Yo? ¿Por qué tendría yo que saber dónde se encuentra? ¿Que tú no...?

Pero se detuvo.

¿Que haría? ¿Preguntar si no era él su secuestrador simplemente para asegurar? Era una idea ridícula y aún más con aquella fría y malhumorada mirada británica clavada sobre él a un costado suyo.

—Perdon... Simplemente lo supuse —declaró el español decaído—. Pero si no sabes nada, no sé a quién más acudir. Estoy tan asustado.

—Con eso quiero suponer que tú no sabes nada de ella, ¿cierto?

—¿Yo? Ahora ya no lo sé... —suspiró— Eso es lo que quisiera.

—¿A qué te refieres?

—Te lo explicaré todo. Escucha, por favor —pidió este como si la petición de que hablara de una vez por todas no hubiera estado presente desde antes.

—Adelante, soy todo oídos —gruñó el americano sin aún atreverse a descartar sus sospechas sobre él.

Y aunque se sintiera furioso, por alguna razón sus manos temblaban y había comenzado a sudar. Quizás esto le sucedería a cualquiera al hablar con un potencial sospechoso de secuestro.

Aún esperaba que aquella "explicación" fuera una confesión.

Fue así que el español comenzó a relatar todo desde principio a fin, afirmando que la chica supuestamente había asistido con él para avisar acerca de un viaje que planeaba hacer. Que como le era costumbre ese deseo por huir de sus responsabilidades, no le sorprendió que quisiera escaparse de vacaciones clandestinamente.

Ella le había pedido que guardara el secreto además de el favor de dejar una nota en su hogar afirmando que se encontraba en un viaje de negocios.

Afirmó entre sollozos cuanto se arrepentía de ello ahora.

Alfred, por su parte, fue incapaz de pronunciar palabra alguna para responder a todo aquello. ¿Qué se suponía que debía hacer ahora? ¡Todas sus sospechas habían sido bateadas con esa aparentemente "sincera" explicación de los hechos!

Sus ideas estaban desordenadas. Sentía que podía escupir una buena contradicción para echarlo en cara, pero ahora todas sus pruebas eran una basura.

¿Su nerviosismo? ¿Él porque de su nula preocupación tras el primer mes de su desaparición? ¿La razón por la que le mintió a Inglaterra? ¡Hasta la maldita nota estaba justificada ahora!

No podía creerlo.

—Lo que sucede ahora es que ya no se donde se encuentra —continuó relatando el español con un tono profundamente deprimente—. Deje de recibir sus llamadas y por más que he intentado contactarla no logro dar con ella. De verdad estoy tan arrepentido, ¡pero ya no sé que hacer! Yo siempre quiero lo mejor para ella, pero en ese momento no podía pensar. Simplemente me es imposible decirle que no a su sonrisa.

Pasaron unos segundos de silencio que fueron transformados rápidamente en minutos.

Inglaterra pareció confundido ya que noto que más que estar esperando una respuesta al otro lado de la línea, el estadounidense simplemente se había quedado callado.

España sonreía.

—¿Alfred?

Colgó.

Antonio observó el teléfono y comenzó a reír por lo bajo de solo imaginar la cara que el americano tendría en ese momento. Enseguida se giró a ver a su adorada rehén con una dulce sonrisa.

—Ni siquiera preguntaron por Francia, y eso que planeaba hacer que lo consideraran el culpable —le dijo, divertido.

México ni siquiera podía permitirse verlo. El brillo esmeralda en sus ojos le provocaba un temor inmenso.

El hombre deslizó sus manos a lo largo de su cuerpo pasando por sus muslos hasta detenerse en su abdomen. Ahi fue que se recostó a su lado y la abrazó por la cintura apoyando su cabeza sobre su pecho.

—¿Viste lo fácil que fue deshacerme de todo? Ya no habrá problema alguno —aseguró—. Ya no tienes que tener miedo como antes a que lo descubran. No sucederá. Podemos escondernos aquí para siempre.

Pero, ¿descubrir qué? ¿Que no para él todo eso era una conducta normal? Solo un normal conquistador sometiendo con suma normalidad a su normal colonia. En pleno siglo XXI, claro, algo que sin duda se veía todo los días.

—No deberíamos —volvió a hablar mientras se reincorporaba para verle nuevamente el rostro frente a frente.

La obligó a poner sus ojos en él para tener la facilidad de descubrir finalmente sus labios.

—Es un sentimiento prohibido —continuó hablando, pero la expresión en su mirada había cambiado por completo— y Dios nos castigará por esto.

Se inclinó sobre ella para fusionar sus labios en un beso en medio de una sonrisa y una mueca inundada de confusión y miedo; mientras que al fondo, un jadeante y mortalmente torturado francés luchaba vagamente por deshacer sus ataduras con la ya casi inexistente fuerza física que aún le quedaba.

"Todo será como antes" [SpaMex] 𝙃𝙚𝙩𝙖𝙡𝙞𝙖Donde viven las historias. Descúbrelo ahora