Vamos camino a un "coffeeshop" que se encuentra en la ciudad de Berlín. Es una de las paradas señaladas dentro de la solapa oculta de viaje confeccionada por Diego.
No sé por qué, pero todo se ve gris en esta ciudad. La fuente de amistad de los pueblos ubicada en la plaza central, los edificios que la rodean y hasta incluso el famoso reloj mundial lucen vacíos dentro de una postal perdida en el tiempo.
Eso observo detrás de mi filmadora personal, mientras avanzamos los cuatro, casi en cámara lenta, por Alexanderplatz hasta llegar al Check Point Charlie.
El bar está ubicado en un sector clandestino de la ciudad, de modo que vagamos por la calle señalada sin reconocer el local. Todas las casas parecen estar abandonadas o haber sido utilizadas con otra función antes de la caída del muro. Una gran cortina de hierro llena de grafitis capta nuestra atención.
—Es aquí —señala Luciana, ubicándose con su celular. No recordaba que fuera fosforescente. Su cara junto a la de Eneas y Diego se ve opaca. Es extraño, no parecen ser las mismas de siempre. Es como si el agobio gris de esta ciudad también se reflejara en las estructuras óseas de sus rostros. Entramos al bar través de una palabra clave, la contraseña es BABy.
Diego me toma la mano para acceder y se siente fría, a pesar de que estamos en primavera. El suelo está lleno de dibujos, que parecen ser réplicas de cada lugar emblemático de la ciudad: su trazo es muy parecido al de Eneas.
—Mirá. —Señalo el piso con entusiasmo.
Mi mano se ve como si estuviera enfocada por una cámara.
—Si, los dibujé yo —afirma como si fuera obvio, sin ninguna emoción. Sus ojos se ven sepia.
No entiendo, pero no pregunto más, temo estar entrando en un ataque de pánico otra vez.
Nos sentamos en una mesa de madera rústica, plagada de dibujos, grabados e inscripciones de otros visitantes en distintas épocas y años. Capta mi atención uno de ellos, que dice: Hello Kitty, 1999....
¿No puede ser cierto esto? Otra vez, es casi un deja vu, pero la fecha...
Un muchacho muy apuesto nos acerca la carta. Su mirada es también blanca y negra. Es muy parecido a Jerome ¿Estaré drogada ya?
—Que divertido, ¡quiero un crazy brownie! —exclama Luciana, señalando la cartilla de portada acartonada.
—¡Yo también! —Diego la mira con una complicidad nueva.
—A mí me gustaría un narguile —agrega Eneas, extremadamente serio, como la última vez que lo ví en la parada del metro de Praga.
—Lo mismo para mí. —Intento acercarme a él con la elección.
Todo es demasiado curioso, pero a la vez, me resulta extrañamente familiar. Las paredes también están colmadas de grafitis. Son realmente buenos. Me quedo hipnotizada con uno de ellos, es una especie de código...¡Woww, es increíble, el código hamburabi intervenido!
Es como si hubiera demasiadas casualidades juntas aquí.
Suena una melodía, no logro identificar quién la canta, pero se siente cálida, parece un arrorró...
Llega nuestro narguile junto a una bandeja con cuencos de hierbas diversas. Parece una gran pipa del amor, todos sus cristales son colorados y las inscripciones a lo largo de su desarrollo tubular son sinónimos de LOVE en distintas lenguas.
Luciana y Diego comen del brownie y ríen como dos tortolitos. No me extraña ni me produce celos, porque hoy es todo distinto, aunque no sé todavía por qué razón. Hasta me parece justo, es como si se hubiera decidido tácitamente un intercambio.
Fumo varias pitadas largas entre turnos junto a Eneas, mientras reímos sin parar, como si estuviéramos por enloquecer. Diego nos deja, tampoco me cela.
—Uy esto es bastante fuerte —suelto tosiendo.
—Sí, como nuestro b...eso. —Su voz suena como una melodía entrecortada, no logro entender lo que dice.
La torta que comparten Diego y Luciana se deshace en mil pedazos y empiezan a lamerla de la mesa como si fueran dos lobos alimentándose queriendo devorarse entre sí ahora que no queda nada.
—¿Cómo? No te escuché bien —digo señalando mi oído, pero Eneas mira hacia el techo y hace dibujos con sus dedos.
Un corazón y varias letras de colores quedan pinceladas en el aire: E y A. Todo se vuelve móvil y psicodélico, al ritmo de mis pálpitos sonoros cardíacos.
Ambos tomamos la pipa al mismo tiempo y nuestras manos quedan entrelazadas, al igual que nuestras miradas. Miles de chispas trazan un camino entre nuestros ojos. Un sendero de fuego reluce marcado y me maravillo intentando tocarlo.
Come on, come on, come on touch me baby... se escucha de fondo. Es una melodía de The Doors.
A un costado de la mesa, hay un enorme sillón cuadrado, del tamaño de una cama King size. Lo acompañan almohadones de colores, con detalles hindúes y fanales bordeando sus lados.
Que locura estar en este lugar. En este estado, ya nada parece real.
Luciana se lanza a la cama como si se zambullera en una pileta y su carcajada suena grotescamente deformada. Se arrodilla sobre el borde, su esbelta silueta queda dibujada sensualmente a contraluz; lleva puestas unas calzas negras y una musculosa blanca con un escote pronunciado.
Diego y yo la observamos juntos desde la mesa tomados de las manos. Los ojos de Diego se ven realmente brillantes al enfocarla.
Desde allí lo atrae a Eneas con una mano hacia el gran cuadrilátero acolchado, mientras se bambolea de un lado a otro al ritmo alucinógeno de la canción. Se besan apasionadamente y ambos caen recostados uno sobre el otro.
Los grafitis de las paredes parecen tener una cuarta dimensión y se entremezclan con las figuras humanas.
Diego me señala la forma de un gran huevo luminoso que vuela sobre nosotros.
—¿Seremos nosotros sus papás? —pregunta con melancolía irónica.
—Nos estarían faltando las alas —contesto sonriendo, mientras una lágrima helada se desliza por mi pómulo.
Me da un beso largo, eterno y con los ojos cerrados siento viajar dentro suyo a través de sus venas. De repente, nosotros también estamos acostados sobre el enorme sillón al lado de ellos. Solo escasos centímetros nos separan. Estoy sobre Diego, en la misma posición que Luciana sobre Eneas. Ella avanza como una gata, desde sus caderas hasta arriba rozando los pechos contra el cuerpo de él al deslizarse lentamente. Eneas no deja de ojearla con excitación y una enorme serpiente viaja debajo de su pantalón mientras le toma sus cabellos al acercarse a su boca.
Estoy empezando a sudar, mis palmas están mojadas y también mi ropa interior. Diego, presiona sus manos sobre mis piernas hasta llegar a los glúteos. Estoy mareada de repente. Me siento sobre sus caderas y muevo la cabeza con los ojos cerrados, ondulando la melena de un lado al otro al ritmo de la canción. El roce de mi pelo sobre la piel se siente como caricias de cientos de manos.
Seis enormes ojos solo me observan a mí y caigo de espaldas en el sendero que nos divide. Así debería sentirse el muro, deliro hacia adentro.
Luciana se acerca y quedamos enfrentadas. Es como si la estuviera observando desde el fondo del mar. Me acaricia la frente y dice algo que no logro escuchar, como si me hubiera pasado una posta porque ella ya no está.
Ahora solo frente a mí resplandecen los incandescentes ojos de Eneas. Su boca, como un fruto del paraíso se acerca a la mía. Siento la suavidad de una margarita entre los labios, una miel deslizándose sobre mi lengua, una sensación de éxtasis que creo conocer me lleva nuevamente a perder la conciencia para solo escuchar:
—No lo olvides Azul.....
Despierto absolutamente empapada.
—Azul, creo que tenés fiebre. —La voz cálida de Diego llega desde la oscuridad.
Estamos recostados en la cama.
Solo nosotros dos.
Suspiro aliviada, aunque no logro recordar qué es lo que no tendré que olvidar.
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El club
ChickLitUna atracción tan imparable como imposible. Un viaje en donde lo prohibido, los límites y las tentaciones pondrán a prueba una amistad. Un intercambio irreversible que aflora un drama oculto. Una protagonista contradictoria que desea, ama, odia y l...