Capítulo 18. Todo tiene un porqué

38 3 0
                                    


Diego propuso una salida nocturna, pero quiso que esta vez seamos solo nosotros dos. Creyó que sería una buena idea que tengamos una cena romántica para poder hablar de nuestros asuntos, respirar un poco más de intimidad. No eligió previamente el lugar, estuvo investigando zonas en donde había movida nocturna en la ciudad, que aquí es muy nutrida, los artistas llegan desde diversos lugares del mundo para encontrarse y compartir sus producciones independientes.

Caminamos tomados de la mano mientras anochece por la calle Mareschstr, una zona que evoca a barrio, algo que no es usual aquí en toda Europa. Nos topamos en una esquina con un bar colmado de gente, se llama B-Lague. Su fachada no parece ser muy atractiva, pero lo que nos convoca poderosamente es la pizarra de la puerta que anuncia los artistas invitados del día. Allí dice: Gastkünstler des Tages: Juan Farcik. Nos miramos sorprendidos. Encontrar un nombre latino en este rincón del mundo no solo nos produce curiosidad sino alegría. A esta altura del viaje estamos empezando a extrañar todo aquello que es nuestro: las familias, los amigos, los mates y las milanesas.

Elegimos este ecléctico bar y nos ubicarnos en una de sus mesas, el mobiliario recoge distintos estilos y tipos de reciclados, las paredes combinan cemento con ladrillo a la vista y el ambiente es relajado. La comida es vegana y los precios son puestos por los clientes.

Suena mi celular, es un mensaje de Martín. No me agobia tanto, lo esperaba para mandarle la gema que tengo con el material de Praga y dejarlo sin palabras. Ni siquiera leo lo que dice, simplemente adjunto las fotos y filmaciones para después apagarlo.

Los encargados del local están preparando el escenario. Diego lee la tapa de un flyer promocional que hay sobre la mesa.

—Qué bueno, el artista de hoy además está presentando su disco. —Mira entusiasmado el panfleto.

La moza, altísima, de aspecto vikingo, llega con unas cervezas y unos chips de batatas fritas.

— ¡¡Eyyyy, no lo puedo creer, el artista es de Buenos Aires!!! —exclamo al arrebatarle el papel de las manos leyendo su biografía.

—Es una coincidencia increíble. —Levanta el ceño.

—¡Sí, tenemos que hablar con él, que locura! —Me sumo divertida haciendo crujir una batata.

Se siente cómodo estar aquí solo nosotros dos, disfrutando de una buena cerveza, necesitábamos este tiempo para nosotros. Diego, está apacible, como es habitual en él e incluso jolgorioso, aunque algo en su expresión hace intuir cierta preocupación y no desacierto.

—¿Cómo te sentís? —Su tono es cauteloso, como si fuera a introducirse a otro tema.

—¡Bien, excelente!, la estamos pasando genial... ¿o no? —dubito ante su gesto levemente pálido.

—Sí...—Su pausa es enorme, termina de masticar—, pero me preocupa que no hables de lo que pasó, que no te abras después de tanto tiempo —. Traga con dificultad.

No entiendo, me la paso hablando. Bebo mi cerveza ávidamente, lo miro extrañada.

—¿Qué decís? soy una cotorra. —Me pongo una panera alargada sobre la nariz emulando un pico de loro.

Sonríe con un gesto piadoso.

—No paro de hablar, ¡a veces pienso que te atormento! —arengo frenética.

—No me refiero a hablar en general, de eso no hay dudas. —Pone cara de suplicio burlón.

—Hablo de que me asusta un poco tu mutismo a esta altura. —No puede completar la frase.

El clubDonde viven las historias. Descúbrelo ahora