Capítulo 8

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— ¿De qué hablas, Emma? — preguntó la de cabellos azules, haciéndose la desentendida. En su fuero interno, comenzó a preguntarse si alguno de los niños que habían aparecido cuando estaba hablando con la pelinegra le había dicho. Lo más seguro, era Rei o Norma.

— No te hagas la que no sabe, Dalila. — respondió amenazante, siendo notaria su molestia. — Claramente sabes que te dije que no le hicieras nada a mis niños, y créeme cuando te digo, que le enviaré una carta a la Abuela sobre esto.

Dalila evitó tragar grueso, y contuvo por un momento el aliento. No dudaba de que Emma cumpliese su amenaza, pues ella se veía muy seria y era intimidante cuando estaba furiosa.

Emma suspiró, sobándose la sien. Miró un poco más calmada a la mujer frente suyo, aunque conservaba su seriedad. Decidió sentarse.

— Tienes una última oportunidad. Si vuelvo a enterarme o vuelves a hacer algo como esto, definitivamente le enviaré una carta a la Abuela.

Dalila suspiró imperceptible, aquello había estado cerca.

— No volverá a suceder. — se reverenció, saliendo del despacho. Una vez Emma ya no la escuchó, suspiró, pegando su frente al escritorio; ser Mamá era un oficio de lo más agotador, siempre cuidando y fingiendo antes los niños, y siempre cuidando sus espaldas.

Se enderezó, abriendo con su llave el cajón de la derecha. Buscó ahí un momento, sacando unas fotos. Cerró el cajón, sin ponerle llave.

Una sonrisa melancólica apareció en su rostro. Había una foto de Phil, una de sus hermanos más pequeños, una de ellos tres, y una que tomó a escondidas, donde aparecían Norman y Ray; se quedó mirando por un rato la de sus dos mejores amigos, suspirando.

— No saben cuanta falta me hacen... Norman, Ray.

Las volvió a meter en el cajón, y apartó otras cosas, destapando así, un bisturí que guardaba ahí. Su mirada se tornó sombría, mientras lo tomaba entre sus manos, como si estuviera examinándolo.

¿Debería darle uso ya? ¿O debería esperar?

— Dalila no es idiota, seguro comenzó a sospechar... Aunque Rei y Norma no me han dicho si los demás niños lo saben, además de que no han entrenado todavía... — suspiró. El tiempo apremiaba y no esperaba a nadie.

Guardó el bisturí de nuevo en el cajón y lo cerró, esta vez con llave. Se levantó de su asiento, comenzando a caminar hacia la puerta y salió.

Necesitaba hablar con ellos. Más que nada, si es que todavía iban a escapar, no, ellos iban a escapar. Sólo esperaba que no fuese demasiado tarde.

...

— ¿Todo bien con Emi?

— Ya te he dicho que no ha pasado nada. — le dijo, frunciendo el ceño, lavando los platos. Norma hizo un mohín.

— Te conozco Rei, y sé que algo pasó... Además, Emi ha estado animada desde hace rato, ¡Incluso se ofreció a tender las sábanas y cuidar de Zary y los demás bebés sola!

— ¿Y por qué insinúas que yo tuve que ver?

— Porque se le nota la cara de tonta... Más de lo normal.

— Oye...

— Es broma... Es que se nota que Emi está enamorada, y tú también.

— No es verdad.

— ¿A quién estuvo por caérsele los platos hoy?

— Tsk, como molestas. – se secó las manos, saliendo de la cocina, Norma se rió. — Por cierto, tenemos algunas cosas de qué hablar.

Pour Mes Enfants  [The Promised Neverland]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora