Poco a poco y P-50 a P-50, se fue formando un organismo acéfalo, que ni siquiera tuvo nunca un nombre, nos llamábamos unos a otros "Los muchachos" y nuestro radio de acción era principalmente, el barrio de La Villa, en las cercanías del Colegio y en el centro del parque de Los Asnos.
El clima era muy agradable y las matas de framboyán de la Avenida Del mismo nombre, eran un adorno grandioso de la entrada del pueblo, pero el mal estado de las calles, la pésima iluminación y la escasez de energía de aquellos días, convertía al pueblo en una tumba nocturna.
Desde luego había dos personajes que orquestaban, las maldades de turno, uno era el Capitán Burbujas, un personaje sumamente inquieto y otro era El Cholo, hijo de un alto oficial del ejército martingo.
Estos eran los cerebros de lo mal hecho, como dicen las abuelas y así sucesivamente hasta llegar a mí, que era una especie de mascota de la pandilla, que había que cuidar, porque era muy pequeño, muy flaco y no sabía pelear. Pero era el hijo de la maestra querida por todos y me adoptaron. Además tenía una P-50, que era la que más corría de todas.
Bien, la primera invención tuvo que ver con las luces de la avenida que eran unos bombillitos de tipo gorrito chino que cuando había energía alumbraban menos que una lamparita de gas. Nuestros viejos tenían años, tratando de que pusieran las de mercurio, que creo que existen todavía.
La idea era la siguiente: Aprovechar la puntería de aquellos que la tenían: El Colmillo, El Martillo y otros más y...las P-50, para ponerlos espalda contra espalda y dispararles a las sombrillitas , El Colmillo, uno de los grandes tiradores de la pandilla...desde luego, se fue conmigo.
El ataque fue un éxito total, no quedó una sola de las escuálidas bombillas y semana tras semana, volvimos al ataque hasta, que pusieron las lámparas de mercurio....
Al chinero que se paraba en una esquina del Parque de los Asnos. Le habían ordenado recoger los bagazos de la acera y hizo una pequeña junta entre Burbujas y El Cholo y finalmente nos quedamos con los bagazos.
La jugada siguiente vino del Capitán Burbujas, que conectó un foco a una vara larga, le llamaban latas, y la puso en la fotocelda de iluminación de la Avenida.
El plan era tan maquiavélico, como simple. A una señal de que viniera un grupo de autos, el foco iluminaría la celda, las luces se apagarían y una andanada de bagazos, se estrellaría, contra los autos, luego, se encenderían las motos y saldríamos huyendo de los super irritados conductores.
Todo marchó de maravilla, hasta que una aciaga noche nos topamos con la patrulla de la policía, donde el raso Jim, hombre de una reputación terrible, nos hizo correr como el mismísimo diablo.
En este caso dejamos las motos tiradas y nos metimos por un callejón de tierra, que daba a la parte trasera de la casa del Colmillo, detrás de mí, venía el hijo más pequeño de la secretaria del Colegio al cual, habíamos ordenado que se alejara de nosotros, pero era otro de los terribles y simplemente, pues no le dio la gana. Cuando crucé la cerca trasera y oí un: Coño nos jodimos! La Bahía, otro de los componentes del grupo, señalaba la cara del niño, que era una sola mancha roja.
Madre me había hecho un experto con mis propias heridas y pedí agua muy fría y un paño limpio, la sangre parecía no acabar nunca, me movía muy despacio, pero el niño ni caso me hacía, todos me rodeaban, sabíamos que nos íbamos a joder, si le pasaba algo grave.
Al final, luego de dos poncheras manchadas de rojo, apareció el culpable, de todo el caos. Un pequeñísimo orificio en su frente hecho por alambre de púas, creó ese "sangrerío", que nos hizo palidecer.
La Bahía, se puso rojo y le pegó un coscorrón al chico y lo agarró por el cuello, lo llevó al baño y terminó de curarlo, con alcohol y una curita.
Nos quedamos todos sentados en la galería pensativos, tratando de decidir cuál era la mejor forma de meterlo en su casa sin que su madre se diera cuenta y cómo cruzar el cerco que la patrulla de la policía había hecho a nuestros alrededores. Finalmente, uno a uno, a pié, nos fuimos marchando a nuestras casas, prometiéndonos mentalmente que nunca más, lo volveríamos a hacer...
Luis Cedeño D.
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