CAPÍTULO 4

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Samantha

S[Así que ahora te dedicas a pegarle papeles a la gente, en vez de hablar.]

N[No tenía tiempo.]

S[Pero sí para invitarte a mi casa.]

N[Te ahorró el trabajo de venir.]

Le mandé mi ubicación.

N[Ahí nos veremos.]

S[Si tienes tiempo...]

N[Para eso sí.]

Sinceramente ni siquiera sé por qué hago esto, bueno sí, para aprovechar el tiempo en prendarlo de mí, porque yo casi nunca hago trabajos escolares.

(...)

Eran ya las 19:55, faltaban 5 minutos para qué llegará con lo que me arreglé, pero me dejé la ropa que llevaba esta mañana. Revisé el móvil una vez más y luego lo apagué, pero se iluminó con un nuevo mensaje.

Era de Alexander, con lo que no le presté mucha atención y volví a apagar el móvil.

Miré el reloj de la cocina que marcaban las 20:00, y escuché como sonaba el timbre.

Me aproximé a abrir y vi a aquel chico con la ropa negra combinando su chaqueta de cuero, podría decirse que entendía en parte por qué tanta obsesión con él, era todo un portento físico.

Pero su mirada no se me hacía nula, recorría cada parte de mi cuerpo.

Le invité a pasar y entró, no sin antes alargar el brazo para que siga adelante.

—Chico ocupado.

—Princesa —me sonrió, sabía que no me gustaba el mote y lo decía para molestarme.

—Vamos al salón anda —le devolví la sonrisa.

Me siguió hasta el salón y se acomodó en el sofá, dejando la mochila aún lado de este.

—¿Quieres algo para tomar?

Me miró en silencio por un momento.

—No.

—De acuerdo.

Me fui a mi habitación para recoger el portátil, para después volver al salón y ponerlo sobre la mesa. Después Nathaniel sacó un cuaderno para apuntar todo lo que necesitemos.

—¿Vives sola?

—Sí, mi familia está en otro país trabajando —encendí la laptop y me senté a su lado.

—¿Y dejan a una niña sola? —bromeó.

—Sé cuidar de mí misma, además de que ya soy legalmente adulta.

—Pensaba que eras de la misma edad que los de tu curso.

—Pues no, he repetido un año.

—Eso explica por qué estás con Alexander —susurró pero le escuché.

—¿Qué? ¿De qué os conocéis?

—Nada, de haberlo visto.

—Bien pues ahora vuelvo —me levanté del sofá—. Voy a por un lápiz.

—Tengo yo —me cogió de la mano y me atrajo al sofá de nuevo cayendo a su lado.

Se agachó para abrir su mochila, sacando un lápiz y dándomelo.

Amar hasta quemarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora