—¡Vodka!—Exclama con entusiasmo.—Eso es lo que bebía cuando esos borrachos se me acercaron.
Bea deja los libros sobre la mesa de piedra en la que estamos almorzando Jason y yo y se sienta.
—Ha pasado ya una semana, Bea.—Pronuncio.—Déjalo ya.
—No pienso dejarlo hasta que queme el coche de esos cabrones.—Saca un libro que resuena al caer sobre la mesa de lo gordo que es y Jason y yo nos miramos.—Y vosotros, mis queridos padawanes, me ayudaréis.
Abre una página al azar de las del libro y señala un número de teléfono marcado con lo que creo que pone que es ''cabronazo''. Suelto una carcajada.
—¿Me estás diciendo que has encontrado su número?
Asiente victoriosa.
—Tras varias horas y noches de stalkeo en Facebook entre otras redes sociales, descubrí que el de la coleta, es nada más y nada menos que uno de los empresarios jefes de una empresa súper famosa de ropa.—Comienza a relatar.—Esta noche, mis queridos amigos, no hagan planes; Tenemos un coche que quemar.
—¿Cómo sabes dónde vive?—Pregunta Jason.
—Me ofende tu duda, pequeño...—La fulmino con una mirada amenazante porque sabe que no quiero que nos llame así y corre a corregirse.—Amigo.—Asiento en respuesta.—Hablé con Sergio, y no era la primera vez que ese capullo drogaba chicas para intentar llevárselas a la cama.
—¿Y por qué Sergio no avisó a la policía antes?
—El hombre pagó una buena cantidad al pub para que Sergio o los otros camareros no se chivasen.—Dice con pena.—No estoy orgullosa de lo que Sergio hizo, pero me dijo que hacerlo conmigo había sido pasarse y que no le dejaría entrar más.
—Mucho tardó en prohibirle la entrada.
—El caso es que me dio su nombre, y ¡Bendito Facebook! Encontré su dirección.—Exclama con entusiasmo.—Como dije, hoy ya tenemos plan.
—No vamos a quemar su coche, Bea.
—¿Por qué no?—Pregunta indignada, cruzando los brazos sobre su pecho.—Ese hombre debe pagar por todo lo que hizo.
Miro a Jason, quien ignorando las locas ideas de nuestra amiga, mueve una de las patatas de su comida en círculos. Está pensando.
—¿Tú qué opinas, Jason?
Nos mira a ambas como sorprendido, seguro que estaba absorto en cualquier otro tema que no fuese este.
—Sí me apetece quemarle el coche.
***
—Shhhh—Susurro hacia mi amiga, quien no para de mover la bolsa de plástico que porta.
Al final sucumbí. La idea de Bea era descabellada, ilegal, y peligrosa, pero recordé cómo el de la coleta se restregaba con mi amiga drogada, cómo su amigo y él pateaban en el suelo a Jason hasta que quedó inconsciente, y no pude evitar corresponder sus deseos de venganza.
—Pásame los huevos.—Jason le susurra a Bea y ella se los pasa.
Decidimos no quemarlo porque era totalmente una locura; En vez de ello, lo llenaremos de huevos y grabaremos un pequeño mensaje en su querido descapotable rojo.
Admiramos el alto muro casi invisible por las enredaderas que lo envuelven desde la lejanía. Es totalmente de noche, y me asusta tener que saltar el muro para poder entrar, pero es la única forma.
—Pon esta pierna ahí.—Le señalo a Bea, quien no da subido el muro por lo apretada que lleva la falda.
No tardamos mucho más en saltar, a excepción de la falda de Bea nada más nos dio problemas. Corremos en cuclillas hacia detrás de uno de los árboles de la finca para admirar el terreno.
Las luces de la casa están apagadas todas menos las de lo que parece ser el salón, viendo a través de las cortinas consigo disipar un par de siluetas acurrucadas en el sofá viendo la tele con tranquilidad.
Si su mujer supiese lo asqueroso que es su marido no lo cogería de esa manera, apuesto a que ni siquiera se atrevería a mirarle.
—Primero hacemos la escritura ¿Cierto?
Asentimos Bea y yo, y de seguido Jason se apresura hacia el descapotable rojo aparcado justo detrás de la ventana de la mansión. Bea y yo no podemos evitar reír por un instante, y a medida que más reímos más difícil nos resulta parar. Jason nos hace una señal para que cerremos la boca y ambas no miramos decepcionadas.
—De verdad ¿Quién me manda venir a estas cosas con niñas?—Jason clava el cuchillo en la puerta del coche y comienza a escribir. Suena un ruido irritante y que me produce una grima en el cuerpo que me estremece.
—¿Acaso una niña tiene la talla de sujetador que yo tengo, estúpido?—Golpea el hombro de Jason como protesta y sonrío ante su comentario.
—Cierto.—Dice Jason resignado.—Un argumento contra el que desde luego no puedo objetar nada.
Una de las luces del patio se enciende, y Jason nos hace una señal silenciosa para que mientras él se entretiene con la escritura, nosotras estampemos las dos docenas de huevos que compramos.
Uno a uno, los vamos rompiendo en cristal, puertas e incluso capó, hasta que nos quedamos sin la primera docena.
—Procura que se entienda bien, Jason.
Admiramos por un momento lo que nuestro amigo está haciendo y con pura adrenalina corriendo por mis venas leo el mensaje;
''Recuerdos de todas las chicas que has drogado y manoseado, pedazo de cabrón''
Ambas chocamos las manos con énfasis, contentas por la pequeña (enorme para él) venganza que hemos hecho.
Jason talla la última letra y se endereza al escuchar una alarma saltar en la casa. Las luces a nuestro alrededor se van encendiendo con dramatismo una a una, como si nos estuviesen apuntando justo a nosotros, como si ya se supiese lo que hemos hecho.
Agarro la mano de mi amiga por inercia cuando unos ladridos se escuchan en la lejanía, cada vez con más potencia, como si una manada de perros se estuviesen acercando a nosotros.
Suelto la docena de huevos de inmediato, como si eso pudiese dejarme impune de algún castigo, y Jason nos arrastra a ambas hacia el muro de nuevo.
—¡Corred!—Exclama con fuerza.
No me atrevo a mirar atrás, no cuando los ladridos y la voz enfadada llamándonos gamberros suena cada vez más cerca, asique simplemente corro. Mis piernas se mueven ágiles y con una pesadez que no esperaba, pero extrañamente soy la primera en llegar.
Sin embargo, y sabiendo que Bea es la que no porta la ropa adecuada para la ocasión, dejo que sea ella quien salte primero. Mientras Jason la ayuda, me atrevo a girar la vista atrás.
Los ladridos no siguen sonando, el señor no está gritando. Y para mi sorpresa, el coche está envuelto en llamas. Los perros se alejan corriendo en dirección contraria, y el señor está atónito, mirando su preciado coche arder.
Mi corazón, casi al borde del colapso, solo se acelera un poco más al disipar una sombra en la lejanía, justo detrás de los árboles de detrás de la enorme mansión.
—¡Malia!—Exclaman mis amigos ya detrás del muro.
Las sirenas de policía no tardan en sonar, seguramente porque los vecinos llamaron nada más el coche comenzó a arder en llamas y porque la comisaría de policía queda a tan solo cinco minutos de trayecto.
Eso solo empeora mi nerviosismo.
Mis movimientos son al principio torpes, pero lejos de enfocarme en que seguramente pueda ir presa a comisaría esta noche, no puedo quitar esa sombra de mi cabeza. No puedo dejar de recordar todas las veces que creí verla.
Mis pies tocan el suelo en un golpe seco, y aunque me cuesta procesarlo, no tardo en saber que es hora de correr más que nunca. Por suerte el coche de policía se estacionó en el otro lado.
—¡Os dije que era una pésima idea!—Exclamo apenas con aire en los pulmones, con las rodillas ardiendo de tanto correr.
—¡No me arrepiento de nada!—Grita Bea acelerando el paso, yendo de primera y con los brazos levantados.
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HELLHOUND | Libro I ¡YA A LA VENTA! ©
RomansaLas puertas del infierno han sido abiertas. Todas las criaturas que han caído del cielo, y las que desde las más profundidades han regresado, tienen una sola misión. Pelo y ojos castaños, constitución aparentemente fuerte... ¿Por dentro? Está hecho...