A la sombra de las rosas más oscuras

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Cuando supo que estaba embarazada, su primera reacción fue el miedo. Sus proyectos de vida no incluían un bebé y menos a esa edad pero sus valores y la falta de conocimiento en esa época le hicieron decidir que lo mejor sería tenerlo. Había sido una cosa de una noche, una de esas fiestas universitarias que a veces se descontrolan sin que nadie sepa realmente en qué punto. Su familia no le dio apoyo y Liane , lejos de llorar y derrumbarse, decidió salir adelante. Múltiples trabajos agotadores y mal pagados, la soledad de no tener con quién compartir los malos tragos y la tristeza de los sueños rotos se evaporaron cuando Eric nació. Había escuchado mil veces esa magia, la alegría de dar a luz pero todo le parecía una tontería hasta que lo vivió. Hasta que lo sintió, con sus ojitos todavía incapaces de abrirse, palpar con sus manos su pecho para acomodarse, reconociéndola enseguida, instintivamente como su protección. Liane no era de las que creen en el instinto materno, pero sin duda supo que algo en ella deseaba ese momento sin ser capaz de comprenderlo hasta que lo tuvo en sus brazos. Amaba a su panquecito con cada fibra de su ser. Sin importar lo duro que fuera el día, su hijo siempre la recibía en casa con palabras dulces, con alguna grata sorpresa como todo el quehacer hecho, incluso alguna vez llegó a reprenderlo por quemar su uniforme al intentar plancharlo él mismo. Ella se esforzó por darle algo más que sólo lo necesario. Un hogar y una educación. A cambio tenía un apoyo, un motivo para salir día a día cuando el sol todavía no asomaba y volver cuando la luna ya estaba muy arriba. Pero tenía a un niño considerado y amable, un pequeño ramito de margaritas que podía presumir como suyo. Enteramente suyo porque incluso cuando su familia intentó contactarla de nuevo, arrepentida por darles la espalda, Liane decidió que no quería a esa gente cerca de su hijo. 

En uno de los trabajos que más duró, como ayudante , le ofrecieron un puesto superior en una sucursal que apenas iba a abrirse. Se dejó sorprender por lo maduro que fue el niño al intentar explicarle por qué ya no vería a sus amigos o por qué ya no podría jugar en el parque que tanto le gustaba ya que debían mudarse. Hablaba como un adulto y eso le hizo darse cuenta que estaba robándole algo a su hijo que no debía. Se dio la oportunidad de alguna vez dejarlo con una niñera para aceptar la invitación a cenar de algún compañero de trabajo, se ocupó de que Eric tuviera un par de actividades fuera de casa. Le gustaba sobre todo ir a los grupos infantiles de la iglesia y su corazón recuperó tranquilidad al verlo reírse con otros niños de su edad. Pensó que South Park sería su segunda oportunidad, su verdadero hogar. Incluso cuando veía en las noticias o escuchaba al hacer las compras los horribles conflictos de la juventud, permaneció tranquila, segura de la educación que le había dado a su hijo, segura que jamás lo vería mezclarse con esas balas perdidas porque él era un buen niño.

Se sorprendió un poco cuando le pidió permiso para un viaje del cual no le había hablado, alegando que no estaba seguro de ir pero uno de sus mejores amigos ( del cual tampoco le había hablado hasta entonces) le convenció. Era por fin de cursos y aunque a Liane le pareció raro que las clases todavía no acabaran, no pensó mal. No de su Eric. Hizo el esfuerzo de acomodar unas deudas y renunciar a unos cuantos arreglos a la casa para darle un poco más de dinero y no se viera limitado. Casi nunca pedía nada.  Algo le decía en sus labios temblorosos, en sus manos demasiado cerradas en su maleta o sus ojos extrañamente brillantes que Eric estaba ocultando algo. O quizá sólo estaba nervioso porque jamás había pasado la noche fuera. Sonrió, besando su frente y sus mejillas, rogando que su pequeño permaneciera un poco más así de inocente.  Sólo serían dos semanas, le juró él y ella volvió a besar sus mejillas, en el sano color durazno de ellas que lo hacían ver mucho menor de lo que era. Le dijo que podía escribirle si la extrañaba y así lo hizo. Todos los días recibía un mensaje deseándole buenos días y enviándole un abrazo o un beso, haciendo cosquillas en sus manos para no pedirle que volviera, que dos semanas era excesivo para un simple viaje escolar. Que incluso había visto a un par de compañeros suyos en la heladería del centro comercial. Pero ella había educado bien a su hijo.Eric jamás le mentiría.


Recién había recibido un mensaje diciéndole que llegaría ese día cuando alguien tocó la puerta y pudo haber jurado que era su panquecito, que quizá había olvidado las llaves o volvió tan cargado con las maletas que no podía abrir. La luz fue entrando mientra sla puerta iba abriéndose y ella esperaba ver esa otra luz en la dulce miel de los ojos de su hijo, en el sano color durazno de sus mejillas redondas, en su sonrisa. No ese brillo metálico en la pistola que no esperó a que terminara de abrir por completo para ser disparada. Directo a la cabeza. 


-Iugh- Clyde miró con asco la sangre que había alcanzado a salpicarlo en la mano, limpiándose con su camisa antes de empujar la puerta para cerrarla, pateando el pie de Liane que lo impedía. Eric debería agradecerle cuando se enterara que no hubiera estado de humor para prolongar su sufrimiento. Sólo fue un disparo. Bostezó, guardando la pistola después de ponerle el seguro en su pantalón, pensando qué podía desayunar esa mañana. 



-En realidad nadie parece ni siquiera notar nuestra presencia- Kenny le susurró, con las manos en los bolsillos de sus pantalones de mezclilla, mirando al pueblo tras sus anteojos negros por si acaso. Pero ese lugar seguía igual de indiferente a todo como lo recordaba. La libertad de vivir rodeado de ciegos era abrumadora para los perdidos como él.


-Tienes razón. Estoy un poco aliviado pero también preocupado, Si realmente fuéramos secuestradores de niños, nos sería bastanta fácil volver a la escena del crímen, no creo que eso sea bueno- negó con la cabeza, alejando los malos pensamientos de su cabeza. Su rostro se iluminó al ver su casa asomarse en la calle, caminando más deprisa sin notarlo. Buscó las llaves en sus bolsillos, temblando por la emoción de volver a ver a su madre más que pensando en el regaño. Lo primero que le hizo apartar la vista al abrir la puerta, antes que el obstáculo que le impedía abrirla por completo, fue la pestilencia que salió y  le hizo cubrirse la nariz con su antebrazo, ladeando la cabeza. Kenny, detrás de Eric, miró curioso al interior. Alcanzó a ver un pie chocar con la puerta y entonces jaló a Eric contra él- ¿Mamá habrá olvidado sacar la basura? Dios esto apesta-


-Eric...- tragó saliva, sujetando con fuerza los hombros del chico, no dejando que mirara las moscas que comenzaron a volar lejos del cuerpo- creo que será mejor que llamemos a la policía-

Soda atómicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora