Abrió la llave de la ducha para darse un baño. Sintió todas las gotas de agua caliente rodando sobre su cuerpo. Se quedó paralizado debajo de la regadera pensando. Recordaba lo que había pasado. La discusión con Ezequiel. La interrupción de Christian. La golpiza. Sangre. Gritos. No le gustaba ver a Christian de esa forma. Sabía que él estaba ahí, es esa casa, por algo. Era su deber permanecer el bienestar de Christian a toda costa. Quería verlo feliz. Contento. Estar cómodo con lo que tiene. Pero parece que a pesar de todo su esfuerzo nada es suficiente. ¿Lo notará? ¿Sabrá Christian cuanto es el cariño que Edward le tiene o acaso lo único que ve en él es un bonito cuerpo con el cual acostarse?
Estaba destrozado. A pesar de sentirse roto por dentro, no lloraba. Los hombres como el no lloran, solo tienen la mirada perdida en ese objeto inútil que se asoma a la vista. Entre más vueltas le daba al asunto más preguntas se hacía. Recordaba más cosas. Su llegada. Sus aventuras. Los demás habitantes de la casa. Esteban... Ese chico rubio que lo arruinó todo. Analizaba cada recuerdo que le pasaba por la mente. Cada uno de ellos con cada detalle. No había sido su culpa, tal vez fueron muy obvias las miradas y gestos de su cara al ver a Christian gozando de su fiesta. Tal vez él lo quería para sí solo. Solo ellos dos. Edward y Christian juntos. Sin nada que esconder.
Aunque sabía perfectamente que aquello era solo una fantasía. Un sueño tan efímero que solo se sentía feliz por unos segundos, ya que desechaba la idea por absurda.
La desilusión puede ser el arma de lo ajeno con daño personal.
Cerró la llave, era algo estúpido seguir dejando el agua andar. Buscó una toalla blanca para secarse. Se agitó el pelo y continúo con todo su cuerpo. Al final se la acomodo en la cintura. Salió de su habitación sin saber a dónde exactamente se dirigía. No tenía cabeza para nada. Ya no se sentía triste o melancólico, tampoco estaba enojado, solo no quería pensar más.
Fue a la cocina, con la esperanza de encontrar algún bocadillo que Edgar o Erick hayan preparado, luego cuando estaban de buenas hacían galletas o pastelitos, tal vez ese día estuvieran de buenas también.
Abrió el refrigerador y no encontró nada apetitoso. Optó por hacerse un emparedado con crema de cacahuate. Buscó el frasco de la crema, agarró un cuchillo y empezó a preparárselo.A media operación, Ernesto se asomó por la puerta. Se asombró al ver al jardinero con solo una toalla como vestimenta.
Se dirigió igual al refrigerador, al ver lo mismo que Edward había visto unos momentos antes, optó por hacerse un mismo emparedado con crema de cacahuate.
El chico no podía dejar de ver a Edward. Este era un hombre muy bien marcado. Recordaba verlo varios días ejercitándose en el enorme jardín que poseía Christian. Siempre hacia ejercicio con un short corto y ya. Su sudor recorrer su cuerpo hacia que Ernesto, un inexperto en cuanto al sexo en ese entonces, volara su imaginación creando las mejores posiciones con el jardinero. Edward era un hombre grande y ancho. Tenía tatuajes alrededor de su torso y brazos. Sus grandes bíceps se hacían notar aun con el uniforme puesto por eso al verlo ejercitarse y tenerlo ahí mismo al desnudo en frente de Ernesto era más impactante de lo que la imaginación pueda superar. Pero lo que más volvía loco a Ernesto era la uve que se le marcaba en la ingle. Quería saber en qué momento se juntaban esas dos líneas.
En ese entonces, la cocina comenzaba a ponerse caliente. El calor sofocante se sentía en el aire. Algo que solo Ernesto podía sentir. Sin embargo, a pesar de tener todo duro, captó el cambio de ánimo de Edward. Estaba cabizbajo. Parecía triste.
-¿Edward?- preguntó el chico sin saber a donde quería llegar. De todos los inquilinos de la casa era el jardinero con el que menos había convivido - ¿Estas bien?
-Si- contestó Edward dándole un mordisco a su emparedado- Solo estoy un poco atareado.
-Mucho trabajo ¿Eh?
El jardinero asintió
-Te creo, veo que trabajas demasiado y nadie se da cuenta.
Edward volteó para verlo. Era como si le estuviera leyendo la mente.
-¿Te ha pasado algo parecido?
Ernesto estaba nervioso. Todo esto lo hacía con un fin. Solo que no sabía muy bien como ejecutarlo.
-Últimamente te he notado un poco más cansado de lo inusual. Es como si fueras un zombi. Vas de lado a lado viendo hacia el infinito. ¿Es cansancio lo que tienes o se trata de algo más?
¿Podía confiar en él? No le importo. Solo quería a alguien con quien desahogarse.
-Se trata de alguien- tenía que ser muy cuidadoso con sus palabras, no quería que Ernesto se enterara de quien estaba hablando- A veces creo que yo me tomo las cosas muy enserio.
Ernesto estaba atónito. No creía que realmente el jardinero se abriera con él y le estuviera contando cosas personales. No sabía que decir. Estaba entrando en terreno enemigo. Hasta que volvió a repetir el comentario de Edward en su mente y sintió esos sentimientos familiares.
-No es mutuo. Tu sientes grandes cosas, estas ilusionado. Por primera vez te sientes en paz con alguien pero ves que esa persona no siente lo mismo. Y te sientes miserable, pero sabes que no puedes obligar a alguien a que te quiera igual.
Asombrado, el jardinero se preguntó como es que le está contando esto a un adolescente. A pesar de la corta edad de su compañero en la cocina, lo había entendido perfectamente.
-¿Te sientes igual?
Por un momento a Ernesto se le salía contarle lo de Elías. Él también quería ser escuchado. Sacarse todo para así poder superar el rechazo indirecto del nuevo inquilino. Pero se rehusó.
-Si hay algo de lo que he aprendido- exclamó Christian, acercándose a él con paso lentos- es que no sirve de nada seguir acordándonos de ellos. No vale la pena seguir aferrándonos a algo que tal vez no tenga solución. Solo lo que importa es el ahora. El momento.
Y lo besó.
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La Casa De Los Susurros
Mystery / ThrillerElías es un chico que decidió irse de intercambio a un nuevo país. Por lo que tuvo que mudarse con la Nueva familia, un grupo de varones que viven en una enorme casa. Mientras Elías permanece en aquella casa, nota diversos factores sospechosos entré...