Qué noche.

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«Quizás, Alcaldesa, debería tomar una buena, dura mirada al espejo y preguntarse por qué es eso. ¿Por qué todos siguen huyendo de usted?».

Lo dijo y, Dios, se sentía bien echarle en cara a esa mujer la verdad de una vez por todas. De pronto, un puño chocó con su cara. Mejor dicho, Regina la golpeó. La alcaldesa tenía un buen derechazo, más fuerza de la que aparentaba. Emma, como ser civilizado que era, devolvió el golpe. Veía rojo y azotó a Regina contra la pared del mausoleo.

Un brillo la encegueció de repente y Emma frunció el ceño mientras una extraña preocupación se reflejaba en los rasgos de Regina por primera vez aquella noche. No por los puñetazos, no por la violencia, no por las palabras, sino por la luz. Un raro cosquilleo llegó a los poros de Emma, en las palmas de sus manos, justo donde tocaba a Regina. La morena tragó en seco y cerró los ojos, como si quisiera calmarse o esperar que alguien—algo—se calme.

Emma no entendía como pasaron de la violencia a estar quietas contra la pared del mausoleo familiar de Regina, las manos de la rubia aún sobre ella aunque no se veía capaz de soltarla aún. Su confusión aumentó cuando el haz de luz creció en esplendor, el cosquilleo curioso ahora junto con unas ansias de...algo que Emma no podía reconocer. Algo que necesitaba salir ya de sus manos, explotar, aliviarla al fin.

Terminó por cerrar los ojos cuando la extraña luz se volvió insoportable, lo último visto siendo la mirada en pánico de Regina que todavía la confundía como nunca.

Cuando Emma abrió los ojos nuevamente, ella ya no estaba forzando a Regina, sino que ambas estaban tiradas en el suelo. Por alguna razón, la alcaldesa con mucha más gracia de la que Emma era capaz. ¿Cómo eso era posible? Emma no lo podía imaginar, pero era una de las cosas que más que gustaba de Regina. La endurecida perfección, lo impredecible que ella era. Emma decidió que era una mala idea pensar de aquella forma así que alejó su mirada de la ya compuesta mujer, poniéndose de pie y observando su alrededor.

Estaban frente a la alcaldía y Emma frunció el ceño.

«¿Cómo...?»

«No pregunte» dijo Regina. «No lo entendería de todos modos».

«¿Y eso qué quiere decir?» replicó Emma poniéndose a la defensiva.

Para su sorpresa, la morena la vio con calma y una pizca de inquietud, sin aplicar en la Sheriff toda esa actitud por la cual era conocida.

«Usted no cree».

«¿Creer en qué?» no pudo evitar espetar.

Esa situación estaba colmando su paciencia, apareció de la nada en un lugar que estaba segura no recordaba haber ido y la única persona que podría saber qué pasó no estaba dispuesta a responder sus dudas. A eso se lo llama Suerte de Emma Swan.

«En la magia» contestó Regina en un susurro, su mirada ahora perdida en algo—alguien más.

Emma se hubiera reído de aquella respuesta de no ser porque antes divisó el objeto de la atención de la alcaldesa. Su mandíbula chocó el suelo. En la lejanía, una segunda Emma Swan estaba entrando a la alcaldía, determinación y un poco de desesperación pintada en su expresión.

Mientras la Emma original estaba con la guardia baja, aún en estado de shock después de lo que acababa de presenciar, Regina la tomó de la muñeca y la arrastró a seguir a su doble.

La Magia No Es Real.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora