El día del juicio

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La empresa Alpes estaba ubicada a cinco kilómetros hacia el sur del bar Refugio y trece al norte del río. Este lugar estuvo hecho de una gran sutileza para todo tipo de público: empresarios, trabajadores, gente de la gobernación, espías, vándalos, mafiosos, ladrones de toda calaña, drogadictos, jíbaros, músicos, escultores, pintores, y diferentes bandas armadas. En el bar sólo habían dos normas: no se puede revelar identidades y las promesas se cumplen. Se tenía que respetar en sus adentros y alrededores. Así que los empresarios y los ladrones podrían unirse, los miembros de la gobernación y los mafiosos se tomaban sus copas juntos, espías y jíbaros compartían cigarrillos, nadie tocaba ni irrespetaba los pinceles o colores de los pintores, ni los materiales de los escultores. Todos eran uno. No era una norma digna de cualquier utopía, y no siempre se lograba que todos colaboraran, pero esa noche fue diferente. Odio los que tienen problemas con la bebida.

Le llegué a hablar una vez, después de una emergencia orgánica que tuve. No era muy alto, tenía una gran frente y su traje permitía que el lugar se intoxicara con el olor que manaba, aunque lo intentaba disimular con una muestra de Invictus. Su familia poseía una propiedad notable, de la que él era único heredero. Su madre no tardaría mucho más postrada en cama. Se hablaba de muchos interesados en esas tierras, ninguno de ellos de apellido desconocido. Todos se le acercaban. Me decía que no estaba interesado en la mayoría de ellos, pues eran objetos o dinero que pronto acabaría. Él es un hombre trabajador, aunque siempre odió su puesto.

En ocasiones no veía la hora de recibir el cliente, mostrarle nuestra selección, entablar alguna que otra conversación interesante. Otras veces, no veía la hora de irme. Esa fue una de esas. Muchos se lucen por grandes relojes, propiedades, vehículos, mujeres y otros factores. Yo era bastante alegre con lo que tenía: un Clio blanco del noventa y ocho y mocasines apenas desgastados. La simpleza del mezclar, revolver y entregar me regeneraba la tranquilidad de mi monotonía. De vez en cuando me servía algo entre cliente y cliente. Creo que con él debí usar más hielo, de pronto era mejor usar los alternos o, simplemente, atender otro pedido. En cualquier caso pasó. De vez en cuando alguien del bar viene a visitarme. Ella era muy linda, lo admito, pero yo no le haría eso a nadie, menos a alguien por fuera de mi edad. Muchas veces se tomaron juntos su Judment Day hasta tarde, aunque a ella nunca se le veía contenta. Ya confundo la cantidad de copas de aquella vez. Sus jefes y el mío me obligaban a continuar sirviéndoles.

Terminaba ya en la madrugada en medio de una tormenta. Adentro no quedaron más personas que el dueño del bar y algunos grandes apellidos de la ciudad. Mi sombrilla hizo todo lo posible. Al sentarme en mi vehículo, me percato inmediatamente que el vidrio del copiloto está dañado. Maldición. Debí saberlo por el olor emanado de Rabanne, pero el petricor era más fuerte. Hasta que... Agilicé para salir e intentar ver mejor desde afuera, pero escuché un chasquido mientras sentí el arma cargada en mi nuca. El tibio cañón, el pulso seguro y la orden fuerte y clara me hicieron arrancar el vehículo y salir de ahí. Desde el retrovisor noté sus manos llenas de sangre, junto a las mangas y pecho salpicadas. Detrás de él había una pequeña cantidad de cinco bolsas oscuras. Le llevé al río. Aún me persigue, mirándome fijamente. Yo sé que me reclama.

En cualquier caso, él me hizo tirar las bolsas, mientras sostuvo la sombrilla. Yo no quería tener nada que ver. Cuando me intentó sobornar con un buen monto intenté quitarle la pistola, manchándome yo de la sangre que aún tenía fresca. Me golpeó en la sien con el mango de la sombrilla. A la mañana siguiente, una patrulla estaba apuntándome, ordenándome soltar el arma mientras informaban por radio que me habían encontrado. Al levantarme pude ver mi precioso carro aún en llamas. Al levantarme sentí mi entrepierna húmeda.

A los diez años me comenzaron a visitar –o los dejaron, más bien-. Me actualizaron de todo: el bar cerró, la empresa cambió de nombre, y el subdirector es ese señor. Dentro de los que querían su propiedad se encontraba uno de sus jefes, y éste estaba dispuesto a darlo todo. Incluso sacarlo de aprietos. Yo, intentando hablar, fui amenazado varias veces, por lo que decidí callarme hasta ahora que sé que no saldré de aquí vivo. Mis zapatos era el único recuerdo que me quedaba. Se los quedó alguno de los tantos presos pagados para intimidarme. Sé que yo moriré después de esto, y sé que él verá esta declaración, si es que llega a salir. El fantasma de la niña me persigue, carcomiéndome cada sensación de mi ser para hacerme arrepentir de todo aquello que pude haber evitado.

Ahora yo lo perseguiré a él: acabaré cada fibra de su ser al encontrarme en los espejos de los baños, de los retrovisores, y siempre que vaya al trabajo. Sentirá mi aroma cada vez que intente ocultar el suyo propio y ni el mejor de los olores le ayudará a cubrirse de mi hedor. Y estaré ahí cuando vuelva a hacerlo. Este es mi último mensaje, mi último aliento, mi último esfuerzo por no dejarme ganar. Esta fue mi promesa.

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⏰ Last updated: May 17, 2019 ⏰

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