Capítulo 9

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Pasé lo que quedaba de la mañana investigando delante del ordenador, pero no encontré información relacionada con el maldito hijo de perra que me atacó, tampoco hallé una explicación lógica del por qué esa mala imitación de vampiro tenía en su poder la fotografía de mi familia. Ese retrato estaba muy bien guardado en la mesa de noche junto a la cama de mi madre ¿Cómo carajos ese maldito consiguió una copia?

Los recuerdos regresaban una y otra vez, presioné las palmas de mis manos contra mis ojos para evitar llorar. Los gritos de mi padre llamándome, los brazos de mi madre sujetándome con fuerza mientras corría con desesperación, el chillido que emitían los asesinos y el fuego consumiéndolo todo, arrasaban como un bravío oleaje contra el puto muro que levanté para reprimirlos.

Unos suaves golpes en la puerta me sacaron de mi transe, por el exquisito aroma que llegaba a mis fosas nasales sabía que Damián se encontraba del otro lado. Tenía el placer de sentir su perfume natural a diario, pero cuando sudaba como ese día la fragancia que desprendía su piel era tan fuerte que embotaba mis pensamientos. Estaba agradecida por ello, ya que no deseaba recordar la porquería de mi pasado.

—¿Nicky? Tu madre dice que es hora de almorzar —me llamó.

Me apresuré a salir y cerrar la puerta tras de mí, no quería que él entrara a mi cuarto y observara lo que había estado haciendo. Aunque pude mentir y remarcar que mi interés en los vampiros era debido al ataque recibido, estaba segura de que si la historia llegaba a oídos de mi madre me obligaría a mudarme de nuevo.

—¿Me puedes explicar que mierda sucede ahí? —pregunté, al salir al pasillo y encontrarme con mi madre y John “coqueteando” y riendo como un par de estúpidos adolescentes, mientras preparaban el almuerzo.

—Sólo se están divirtiendo, princesa —Damián acarició mis cabellos y me quitó de las manos los platos que había sacado de la alacena para colocarlos sobre la mesa.

Después de comer de nuevo me encerré en mi habitación, no podía continuar escuchando las estupideces que mi madre y John conjeturaban sobre el futuro que me esperaba junto a Damián.

“¿Qué demonios sucede con esos dos?”.

Me arrojé sobre la cama y ahogué un grito en la almohada. Anhelaba olvidar todo aquello y simplemente volver a ser yo misma, volver a ser esa bestia sanguinaria a quien no le interesaba los sentimientos de los demás y solo se dejaba llevar por el deseo de probar carne humana, pero sabía que por más que lo intentara ya no podría hacerlo gracias a ese estúpido lobo que irrumpió en mi vida saturándola de emociones que aborrecía por la debilidad que creaban en mí. También estaba la loca de Minako, por su causa me veía en la obligación de defender la universidad de esos hijos de perra que me perseguían desde niña para mantenerla a salvo; era jodidamente frustrante descubrir que alguien tan enfermizamente alegre e irritante logró conseguir que bajara la guardia.

Sin más por hacer me senté delante del ordenador y, nuevamente, busqué en cada página, en cada blog, incluso hasta en los menos populares, algún dato relevante, pero no hallé nada que me ayudara a dar con ese hijo de puta que se hacía llamar maestro.

La puerta se abrió de pronto y de inmediato minimicé la ventana de búsqueda dejando paso al proyecto que debía presentar unas semanas más adelante.

—¿Es mal momento? —Damián asomó la cabeza esperando que le diera mi aprobación para que pudiera pasar—. ¿Está todo bien? Desapareciste después de almorzar y me preocupé.

—Sólo no quería escuchar las sandeces que decían nuestros padres —me giré sobre la silla y señalé con la cabeza la cama para que se acomodara— ¿Puedes creer esa mierda de boda e hijos que estaban mencionando?

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