El fruto en sus labios

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Tom lo estaba haciendo de nuevo.

Sus pulgares paseaban parsimoniosos sobre la superficie roja de la manzana. La tomó distraídamente al terminar de desayunar. Era de los que siempre debían comer un postre, aunque fuese una saludable fruta.

Pero, Tom tardaba en pegar el primer mordisco. En cambio, con expresión meditativa, acariciaba y, de vez en vez, hundía sus uñas, causando que el dulce jugo se deslizara por sus dedos.

Él prefería fingir que no lo notaba, pero Jake era un experto en descifrar qué pasaba por la cabeza de su joven amante. Más fácil de entender que un cuadro de Miró.

Tom había adquirido esa manía hace unos meses. Jake debía admitir que le fascinaba ver ese recorrido de dedos traviesos,  que mandaban señales directamente a su pantalón. Despertaban y acrecentaban el deseo que buscaba dominar, pero con el chico se le hacía difícil. Más, si lo espiaba sopesando su siguiente encuentro de alcoba.

Ese jugueteo a primeras horas de la mañana, era solo el preludio de sus encuentros nocturnos. Cuando solo existían Jake y Tom; cuando ambos se volvían el universo del otro. Fuera del foco de las cámaras, se acercaban tanto como para escuchar el latir agitado de sus corazones, hasta el punto de confundirse en el momento en que sus pechos se juntaban bajo las sábanas.

Jake se sentía abrumado. Era el único responsable de las nuevas obsesiones de Tom. Nunca pensó que el chico terminaría así de afectado con su propuesta. Aunque los resultados no eran del todo negativos, eran más de lo que su mente llegaba a procesar. Sabía que Tom le admiraba desde los nueve años: fue su primer amor desde que vio Donnie Darko, en lugar de Jena Malone. También, sabía que trabajar juntos era su sueño, que el chico quería aprender de él.

Ninguno de los dos esperó que, el sólo hecho de conocerse, resultara en un magnetismo cargado de complicidad y protección. Los besos pasaron de forma tan natural que, cuando se quisieron dar cuenta, no recordaban sobre qué estaban hablando antes de juntar sus bocas.

Probar esos jóvenes labios y sentir esa respiración acelerada; las manos inquietas y dudosas, que no saben dónde tocar y tiemblan, indecisas, al momento de desnudarle . Con la suma de estos gestos, Jake sólo podía cerrar los ojos y agradecer que estaba vivo.

Al contrario de otros compañeros de set, Jake nunca percibió a Tom como un chiquillo. Ciertamente, su rostro era angelical e infantil pero, el chico tenía veintitrés años. Su compromiso con la actuación era de la talla de veteranos como Anthony Hopkins o Jack Nicholson. Por eso, fue sencillo ignorar la diferencia de edad e iniciar un romance en el que no existía ningún tipo de presión. No buscaban llenar las expectativas del otro, con ser ellos mismos bastaba para ser feliz.

Pero, Jake pasó por alto algo muy importante: la madurez sexual. Los conocimientos y opiniones de Thomas, cargadas de diplomacia y empatía, le hicieron olvidar la brecha de dieciséis años de experiencia que los separaba. Cuando el chico a penas llegó al mundo, ya Jake tenía superada la paranoia de los condones rotos y había disfrutado de cuerpos femeninos y masculinos. Tom, en cambio, que a veces pecaba de inseguro, solo había dormido con dos de sus novias.

No era virgen, pero nunca había probado esa sensación de electricidad cuando estás con alguien que te hacía sentir pleno y desnudo, en más de un sentido. Jake pensó que, ese muchacho elocuente, disfrutaría del sexo, como lo haría cualquier otro, y que sólo sería un paso más en su relación, que auguraba prometedora.

Pero, terminó por despertar al monstruo de la líbido en Tom. Su deseo estaba afectando al autocontrol que, a sus casi cuarenta años, Jake creyó tener.

Todo se desploma, como un castillo de cartas, cuando Jake sabe lo que Tom piensa. Cuando da el primer mordisco lento, cerca del tallo y luego le mira como pidiendo permiso.

El fruto en sus labios (#Gyllenholland)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora