Capítulo 2.

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Viernes. Eran las ocho y cuarenta de la mañana cuando Guido llegó al restaurante Solea. Un mesero lo llevó hasta su mesa. Estaba lista, para dos personas. El mesero retiro la silla y Guido tomó asiento.

–Buenos días, señor, ¿algo de tomar? –Preguntó el mesero.

–Un café, gracias. –Respondió Guido.

El mesero garabateó algo en su pequeña libreta y se alejó de la mesa caminando lentamente. Guido miró su reloj. Maravilloso, faltaban quince minutos para que su viejita llegara. Bueno, no tenía mucho que hacer así que decidió admirar el paisaje.

Claro que en un restaurante no había mucho que observar, hasta que sintió una mirada sobre él. Cuando levantó la vista se encontró con que una mujer lo miraba de cuando en cuando, con sonrisas coquetas y jugando con su rubio cabello. En ese momento el mesero obstruyó el contacto visual cuando le llevó el café.

Cuando volvió a ver a la rubia, ella lo seguía mirando discretamente por el rabillo del ojo. Guido le puso un poco de leche y azúcar a su café con la mirada fija en ella. La mujer volteó abiertamente, sonrió y le guiñó un ojo. Guido solamente levanto su café a modo de saludo y dio un trago, sin despegar la mirada de ella.

–Si ya terminó de estar coqueteando ¿puedo sentarme?. –Pregunto una voz femenina a su lado.

Guido se atragantó con el café, pero se puso de pie inmediatamente. Cuando miró a la joven que estaba a su lado se quedó anonadado. Sus ojos escrutaron cada centímetro de su cara, su sedoso cabello rojo que le caía por los hombros y sus... –No estaba coqueteando. –Logró al fin decir.

–No, obvio que no. –Dijo ella pasando por su lado.– ¿Puedo sentarme?

–Aunque me encantaría compartir la mesa con vos, me temo que no puedes. –Aclaró él.

–¿No es usted el Licenciado Sardelli?

–Si, soy yo pero estoy esperando a...

–A mi. –Dijo ella terminantemente interrumpiéndolo.

La mirada de Guido la recorrió por completo. Tratando de no demorarse mucho en su escote, miró su vestido floreado, sus blancas piernas y sus sandalias. Después de su riguroso examen volvió a mirarla a los ojos.

–No, creo que no, señorita. Yo espero a una pintora mayor.

–Si con mayor se refiere a una gran pintora entonces, gracias.

–No, yo hablo de una persona de la tercera edad.

–¿Acaso parezco una mujer de la tercera edad? –La voz de Lara estaba teñida de indignación.

–No, por supuesto que no. Yo no dije nada así. –Se apresuró a aclarar.

–Acabas de decir que estabas esperando a una mujer de la tercera edad cuando me esperabas a mí.

–¿Vos... vos sos Lara? –Preguntó un poco anonadado.

–Si, yo soy. –Guido no dijo nada.– Ya podes cerrar la boca, eh.

Instantáneamente Guido reaccionó, rodeo la mesa y retiró la silla para que Lara tomara asiento.– Perdón, es que... me dijeron que era una mujer mayor, simplemente no me esperaba a alguien como vos. Toma asiento, por favor.

–Gracias. –Pasó frente a Guido y el aroma de su perfume se quedó grabado en su memoria.

Guido volvió a su lugar y se sentó. No hizo nada, no habló ni se movió. Solo se dedicó a observarla.

–Si ya terminó con su examen sobre mi persona, ¿podemos empezar con mi problema? –Sintiéndose un poco incómoda ante el estudio de Guido.

–¿Puedo hacerte una pregunta antes de cualquier cosa? –Ella asintió.– ¿Porque hiciste una cita a tan temprana hora?

Esa pregunta no era para nada lo que ella esperaba.– Bueno porque tengo que desayunar, además, no tengo un horario bien definido y esta es la única hora a la que podía. –Lara tuvo la sensación de que Guido no había escuchado ni una palabra de lo que dijo.– Este... ¿podemos comenzar?

–¿Qué?... Ah, sí, claro, claro. Voy a llamar al mesero para ordenar.


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we re bobo el Guido.

Opuestos | Guido Sardelli Donde viven las historias. Descúbrelo ahora