• Veinte - Pasado •

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Henry empezaba a odiar la Biblioteca, ya había leído la mayoría de los libros que se encontraban en ese lugar y no se sentía orgulloso de eso, empezaba a convivir más con los Ravenclaw que con los de su propia casa. Bufó viendo cómo Tom le explicaba a una Ravenclaw de cuarto año una de sus tareas usando su sonrisa de galán.

No podía decir que no comprendía a la mayor parte del sector femenino (y poco del masculino) al amar a Tom Riddle, hasta él también lo hacía. Llevaba siete años haciéndolo, sería absurdo negarlo.

Sonrió amablemente cuando un Hufflepuff se acercó a él para que le explicara algo de Runas. Los Ravenclaw se solían acercar a Tom como los Hufflepuff a Henry, la única casa que parecía odiarlos era Gryffindor, claro, aunque había muchos que parecían asombrados cuando ellos sacaban buenas notas.

El ojiazul era quien sacaba las mejores notas entre ellos dos, Henry no iba a contradecir eso. Tom realmente parecía fanático del conocimiento, por otro lado, el ojiverde prefería hacer la tarea tal cual se la pedían y dormirse o distraerse con otra cosa, no como el mayor, que empezaba a investigar más de la cuenta.

Si le preguntaban, el pasatiempo favorito de Tom era leer, si Henry había leído la mayoría de los libros de la Biblioteca, Riddle ya había leído todos, menos la sección prohibida, aunque le había comentado que estaba persuadiendo a su Jefe de Casa para que le diera un permiso especial y comenzar a leer esa sección.

Tom realmente amaba los encantamientos.

Por otro lado, Henry adoraba las runas.

Los dos, en cierta parte, se sentían más atraídos por la parte oscura. Henry tenía memorizado ya varios rituales rúnicos y Tom ya conocía cientos de encantamientos.

Se acostó en su silla cuando el Hufflepuff se fue sonriendo, quería dormirse, pero no podía dejar a Tom solo en la Biblioteca o acostarse en la mesa como usualmente lo hacía, los exámenes están a la vuelta de la esquina y eso causaba un revuelo de libros en ese lugar.

Alumnos estúpidos que querían pasar el año en dos semanas.

La Ravenclaw seguía y seguía preguntándole cosas a Tom, aunque a Henry no le pasaba desapercibido los pequeños roces que le daba en las manos o brazos del mayor. Siseó molesto, levantando su libro a la altura de sus ojos para no ver la interacción de los dos. No que desconfiara de Tom, sólo... bueno, sólo quería sacarle los ojos a la chica por no saber lo que es el espacio personal.

—Gracias, Tom, realmente aprecio que te tomes el tiempo de explicarme —susurró la chica con una sonrisa que no le gustó a Henry. Sí, bueno, tal vez había bajado un poco el libro.

El menor bufó poniendo los ojos en blanco y siguió leyendo, o intentando leer su libro.

—Procura prestar más atención a los giros con tu varita —aconsejó sonriendo cortésmente—, también recuerda la velocidad en que lo harás, si iniciaste rápido, sigue de esa manera —comentó agarrando la mano de la chica y alejándola de su brazo—. Otro consejo que te puedo dar es no tocar de más a las personas, —los ojos de Tom empezaron a brillar de forma peligrosa— menos los que tienen pareja.

La chica abrió los ojos y, con un deje de temor, se levantó de su asiento y se fue recogiendo rápidamente sus cosas. Tom se recargó en el respaldo de su silla con una sonrisa en sus labios, mientras que sus ojos se dirigían a él con burla.

—No lo menciones —siseó Henry sin bajar el libro, el cual ahora cubría el pequeño sonrojo que abarcó sus mejillas.

—¿Celos?

—¡No lo son! —chilló mirando a otro lado—... pero me alegra que la pusieras en su lugar.

—Eso me huele a celos —afirmó el mayor agarrando el libro en las manos de su chico y quitándoselo—. Entonces... ¿al niño no le gustan los Ravenclaw?

Sueños profundos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora