Luego de un día de esfuerzo y mucho trabajo, el conde Phantomhive, más conocido como "El Perro Guardián de la Reina", se disponía a tomarse su ya tan deseado descanso. Se dejaba cambiar por su mayordomo, Sebastian Michaelis.
Una vez tenía puesto simplemente su ropa interior y una camisa de una talla más grande que la suya, se encontraba sentado en su cama, recostado por su cabecera. En la espera a que su demonio regrese con la leche mezclada con miel que le había pedido traer.
Ah, esos sentimientos eran realmente molestos...
En ese momento de soledad, una duda azotó con su inocente cerebro. Tal vez sería vergonzoso planteárselo a su demonio, pero a quién mentiría... La única persona, si es que así podía llamarlo, en la que podía confiar tal cosa, era el demonio que lo había educado y el cual había cuidado de él. A pesar de que sólo lo hacía por obligación y una razón egoísta.
Bueno, no es como si fuera digno de enojarse con él por eso... ¿Verdad? Al fin y al cabo él lo quería sólo por un objetivo egoísta también... ¿Verdad que sí?
Se perdió en sí mismo en sus pensamientos, hasta que el sonido de su puerta abriéndose lo sacó de su pequeña burbuja. Y ahí estaba... Su fiel sirviente se acercaba a él con una falsa sonrisa amable, unos ojos cerrados y una charola en el cual le traía aquel pedido. Caminando elegantemente como si tuviera una habilidad especial de ecolocalización (y tal ves lo tenía, hay tantas cosas que no conoce de los demonios).
Cuánto odiaba esa fachada de ser humano agradable. Y esa mirada tan superficial... Era tan... Tan...
—Aquí tiene, joven amo.—Pronunció el galante demonio, mientras le pasaba aquella taza con leche tibia y miel.
Gustoso, el conde lo aceptó. A tan sólo tres segundos de hacerlo, se llevó la taza a la boca, un comportamiento extraño ya que ni siquiera lo olió como acostumbraba a hacerlo. Signo de nerviosismo y ansiedad. Detalle que percibió el demonio, pero por su propio bien, decidió simplemente callar y observar.
Finalmente, fingió no estar tan atento al comportamiento de su amo cuando éste le dirigió la mirada luego de terminar la taza de leche con miel. Finalmente, inhaló y habló. Consultó, más bien.
—Sebastian...—Pronunció con una voz suave y tenue.—¿Qué es la pubertad?
El demonio simplemente esbozó una sonrisa, entre tierna y divertida. Pues sabía que tarde o temprano llegaría a él ese tipo de preguntas. Y tenía en claro el hecho de que su condición como demonio lo favorecía al tener un conocimiento más extenso del cuerpo humano que los humanos mismos. Pero su mismo problema también estaba en eso, ¿Cómo explicárselo a un niño de catorce años que estaba cargado de inocencia en esos temas? A lo mejor sólo debía dejarse llevar por la sensibilidad que había recobrado en esos últimos años trabajando con él.
No es que Sebastian no le hubiera enseñado bien, de hecho lo hizo, pero la educación sexual no era algo muy querido en este lugar y esta época. Sebastian le enseñó lo necesario para sobrevivir y para relacionarse con importantes contactos. ¡Le enseñó honestamente con todo lo que un demonio podría hacerlo!
Así que respiró, respiró y trató de buscar las palabras correctas para responder a su amo.
—Joven amo... La pubertad es un proceso de crecimiento. Es el proceso en el cual su cuerpo pasa de ser el de un niño a convertirse lentamente en el de un adulto... En los hombres comienza desde los trece hasta los diecisiete más o menos...—A medida explicaba, el demonio hacía ligeros movimientos con sus manos, los suficientes para intentar explayarse lo más posible de una manera suave.—Verá... Usted comenzará a tener cambios de humor y cambios físicos. Comenzando por los espinillos...
Silencio... Esa fue la respuesta que tuvo el mayordomo por parte de su amo. Simple silencio. A su vez, éste le dedicaba pequeñas miradas analizando sus gestos, según lo que podía leer, ¿Qué expresaba? Ah... Eran dudas y vergüenza. Aquello consiguió remover algo dentro del demonio.
—¿Dura... Tanto...?—Preguntó nuevamente el chico de cabellos y ojos azules. A lo que el mayordomo de ojos rojos simplemente asintió.
Sin embargo ese contacto visual que había quedado en ese mismo momento había sacado la duda del demonio.
Algunas veces su contratista simplemente se le quedaba viendo. Como si estudiara qué tan bien podía imitar la naturaleza humana. O a lo mejor se quedaba analizando su apariencia, quién podía saberlo ya. Ni él mismo tenía las respuesta.
—Buenas noches, joven amo.—Pronunció finalmente para acabar de una vez con esa situación de mutuo análisis, con esto tomaba las velas y la charola para retirarse de aquella habitación.
Sin embargo un llamado lo ganó antes de que este alcanzara la manija de la puerta.
—Sebastian...—Llamó en voz baja el conde. Quien se encontraba todavía sentado en su cama, abrazando una almohada y con el rostro ligeramente rojo.
—¿Sí?—Preguntaba amablemente el mayordomo. Con una sonrisa intentaba disimular sus enormes ganas de lanzarse a preguntar algunas cosas que conseguían hacerle estallar de los nervios.
Sin embargo al ver que su amo no respondía, simplemente se quedó quieto. Tal vez necesitaba un poco más de tiempo para pensar en las palabras que debía utilizar, o al menos eso quería pensar. A la vez que se fijaba en sus azules ojos y su apariencia, el cual destellaba inocencia a pesar de tener ya unos catorce años cumplidos.
Ciel, por su parte, simplemente sentía la molestia nacer desde lo más profundo de sus entrañas. Podía pasarse horas y horas vigilando todos y cada uno de los movimientos que podía hacer aquel demonio. A decir verdad, había conseguido llamar su atención. La curiosidad lentamente embargaba su ser, al punto en el que quería experimentar el calor que podría dar su cuerpo. ¿Sería exactamente igual al de un humano? ¿Con la misma temperatura? La mayoría de las veces en las que este lo había alzado, no pudo siquiera pensar en eso debido a la adrenalina que había sentido.
—¿Quiere que me quede como en otras noches?—Preguntó el demonio, con aquel tono de voz que denotaba amabilidad fingida. Cosa que realmente odiaba el menor, y cosa que definitivamente consiguió hacerlo enojar.
—No, vete.—Dijo éste, cortante.
—¿Está seguro?—Preguntó el pelinegro, levantando una ceja.
—¡Sí! ¡Ya vete de una maldita vez!—Gritó el conde. Iba a tirar su almohada pero tendría que recogerlo él mismo o lo haría su estúpido mayordomo.
—Descanse...
Finalmente este hombre de negro suspiró y abrió la puerta, para luego salir y volver a cerrarla. Dejando en la oscuridad con la luz de la blanca luna a su amo. Quién simplemente se recostó e intentó acomodarse para dormir. Con la cabeza llena de preguntas, quería saber cuál era el verdadero motivo de aquella molestia que le nacía simplemente al verlo. Algunas veces se perdía en su voz o en su mirada, cosa que en sí lo aterraba. El corazón se le aceleraba de sólo pensarlo. Un poco irónico teniendo en cuenta que no tenía un corazón humano, era sencillamente una cáscara.
Pobre chico, poco iba a saber que nada dormiría esa noche.
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❝Dentro de la habitación❞.-Sebaciel.
FanficLos cambios emocionales en el conde Ciel Phantomhive eran más que comunes en su adolescencia, y fue también la llave que abrió la puerta al romance. Habiéndose dado cuenta de nada más y nada menos, que sus sentimientos correspondidos hacia su mayord...