Capítulo 21: Tuya.

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Después de todo lo que me había demostrado, no debería sorprenderme nada que hiciera Alec. Me había demostrado que por mí estaba dispuesto a llegar al límite de sus fuerzas, que cruzaría el infierno con tal de hacerme feliz, y me entregaría el cielo si yo se lo pedía. No sólo la Luna, no: el cielo entero, con sus estrellas, sus asteroides, sus planetas, sus nebulosas y sus agujeros negros. Me daría todo lo que yo pidiera sólo por el mero hecho de que lo hiciera, y eso que lo único que quería a cambio era mi existencia cerca de él.

Y cruzaría el infierno por mí. Ya lo había hecho. Lo habíamos hecho los dos, en aquellas semanas horribles en que nos habíamos distanciado, cuando parecía que nada volvería a ser lo mismo y nos estábamos hiriendo de muerte.

Pero supongo que Alec en sí era una sorpresa, la mejor de todas. No en vano había sido el que me había demostrado que había vivido equivocada toda mi vida, y que la cercanía con una persona no implica que no la conozcas.

Cuando lo vi sentado en el sofá, con su sonrisa de chulo de siempre, escaneándome como si fuera la tía más buena de todo el mundo, la top model mejor pagada de la historia y con más derecho a ostentar ese título, en mi cabeza estalló una idea con la misma efervescencia con que estalla la primavera: seguro que en algún idioma natural de algún rincón perdido del mundo, un idioma que estuviera muriéndose lentamente al lado de su población, "Alec" y "acostumbrarse" eran antónimos.

Era increíble cómo puedes estar tan acostumbrada a una persona hasta el punto de que la conoces mejor que a la palma de tu propia mano, y a la vez esa persona es la que más se las apaña para sorprenderte.

Había venido con ganas de fiesta, y yo había celebrado que no se hubiera aguantado las ganas de verme y no hubiera querido esperar hasta las nueve subiendo las escaleras todo correr, cogiendo el teléfono y avisando a mis amigas de que Alec estaba en mi casa, así que ya no tenía razones para salir esa noche. Mientras Momo mandaba muchos emoticonos de fiesta, Kendra no paraba de preguntar cómo es que Alec estaba en mi casa y yo no estaba furiosa, y Taïssa intuía lo que había pasado. De mi grupo de amigas, sólo Momo estaba al tanto de mi recién recuperada situación sentimental, "es complicado"; me había prometido a mí misma que les contaría a las demás mi reconciliación con Alec cuanto antes, pero una parte de mí quiso posponerlo un poco más, hasta verlas en persona. Quería verles las caras, que se alegraran conmigo (o comprobar si lo fingían solamente), pero también lo hacía por motivos más egoístas: mi reconciliación con Alec era una miel en mis labios que aún no quería compartir con demasiada gente, porque cuando un secreto es dulce, hacer que deje de serlo es también amargarlo un poco.

Así que a Momo le tocaría explicarles a las demás el precioso mensaje que me había mandado, la carta que yo le había escrito y nuestra reconciliación sellada con un beso y un orgasmo en el parque.

Después de preparar mi cama como luego él me acusaría de haberlo hecho (con un poco de preocupación y apuro, porque pensaba hacerla justo antes de irme, para que así no hubiera ninguna arruga en la colcha de cuando me pusiera las botas sentada en el borde del colchón), bajé las escaleras con toda la dignidad que pude reunir, me metí en la cocina, preparé unas palomitas y me fui al sótano, bajo la atenta mirada de mis padres, que me miraban con una sonrisa en los labios ambos, y la nariz un poco enrojecida y los ojos llorosos mamá, por el catarro que había pillado y les había impedido salir.

La casa estaría llena esa noche. Era una faena a la que yo no iba a permitir que me amargara la velada. Tenía muchísimas ganas de Alec, todo por ganar y muy poco por perder: me había lavado el pelo con los champús más caros, me había depilado cuidadosamente, para no hacerme ningún corte ni tampoco dejarme ningún pelito rebelde; me había hidratado con las cremas de la línea de mi mismo champú y perfume, con extractos de hibisco y fruta de la pasión, hasta tener la piel tan suculenta y jugosa que estaba segura de que él no podría resistir la tentación de morderme; había elegido a conciencia mi vestuario, especialmente la ropa interior, y me había maquillado de forma sutil, pero con los mejores productos, porque quería hacerlo con él estando en mi mejor momento: con los labios de un color delicioso y los ojos grandes, expresivos, casi interminables.

B o m b ó n (Sabrae II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora