La princesa Ariadne es despertada por sus criadas cada mañana a la salida del sol y se coloca un vestido bordado de oro que le han preparado sus sirvientes como cada día. Las criadas descorren las cortinas de sus ventanales, le traen flores frescas tomadas del jardín para adornar los cuatro rincones y la ayudan a vestir. Ella peina sola su cabello rubio frente al espejo mientras piensa en sus padres recientemente fallecidos. Aunque aún no ha sido coronada, ella ha heredado el trono y como tal, su primer trabajo del día es sentarse en ese salón a escuchar tanto al pueblo como a otros dignatarios. Se aburre de hacerlo, de aprender a solucionar problemas ajenos, ella es amable y le gusta ayudar gente, pero se le hace difícil. Tiene a sus consejeros y a sus profesores para no meter la pata y a sus mayordomos para ordenar la casa y a los sirvientes en su lugar.
Seguidamente, es su deber proclamar edictos, crear, leer y firmar documentos. Como todavía es joven, tras sus responsabilidades que pueden incluir su presencia en eventos de la capital, regresa al suntuoso palacio adornado en oro y se encierra en la gigantesca bilblioteca a estudiar. Siente que los libros se le caerán encima, debe saber desde política e historia a literatura y artes. Sus profesores la guían en cada actividad y está tan acostumbrada a ellos que prácticamente le son invisibles, los criados son de cartón, le sirven porque es la princesa, pero no sienten nada por ella, y ellos no son su familia ni pueden reemplazarla. La princesa está sola y triste, aun estando rodeada.
La princesa almuerza sola en una larguísima mesa junto a enormes ventanales que dan al jardín, pero la hermosa vista no aplaca su tristeza. Grandes arañas de cristal que cuelgan del techo iluminan sus cenas y hacen resplandecer la fina cristalería y los cubiertos de oro y plata. Hileras de sillas blancas de terciopelo la rodean, vacías. En los costados, en silencio, casi sin ser notados, como espejismos, se apuestan las criadas, sirvientes y cocineros para atender cualquiera de sus demandas. Le sirven los más exquisitos platos, pero la comida le sabe a nada.
Como es mujer, se espera que tome clases de baile y de música. Toca hermosas melodías en el clavicordio de su madre y canta, mientras sus profesores la acompañan con violín o flauta. Sus canciones son bellas composiciones hechas especialmente para ella por músicos del reino, pero en su voz y en sus manos, no tienen espíritu.
Escribe poesía anhelante en la biblioteca, lee historias de tiempos antiguos y si se encuentra con las vivencias de una familia o de una pareja, se siente más sola de lo que está. Los sirvientes no le dicen nada al respecto. Cuando tiene tiempo, borda hermosas imágenes de animales, en pañuelos que colecciona, porque las instructoras le dicen que a su madre le hubiera encantado verla. Sus ojos de aguamarina se humedecen todas las veces.
La princesa se siente en una jaula hecha de piedras preciosas, collares de perlas y brazaletes de oro. Cada noche corre a su balcón como si pudiera escapar volando de la vida que lleva. La enorme pintura que cuelga en la pared de su cuarto representándola de niña junto a sus padres, la tortura. Cada noche, mira el cielo anhelante hasta que una velada, ve pasar una estrella fugaz. Recuerda que su padre le contaba historias en que, si pedía deseos a una estrella, estos se cumplirían: anhela no estar sola y ser feliz, y encontrar a alguien que la ayude a sentir que escapa de tanta presión. Mira pañuelos que ha bordado con cisnes, porque los cisnes, según cuentan los cuentos, tienen siempre una sola pareja fiel. El cielo se lleva su estrella y el viento se lleva su pañuelo.
Plata se levanta cada día antes de la salida del sol, cuenta meticulosamente los grandes tesoros heredados de su familia y los que ha mal habido por su propia mano, luego sale a buscar qué comer. Plata hace religiosamente todo lo que ha aprendido de su padre: prender fuego a los pueblecitos y a los campos, comerse a la gente y robarse sus pertenencias, plata resplandece como las joyas, pero por dentro ha crecido como un monstruo que prefiere andar solo y desplegar su enorme magia y encanto sólo para atraer a sus presas. De noche, disfruta de los deportes extremos y vuela alto con sus bellas plumas para arrojarse en caída libre. El viento trae hasta sus sensibles oídos una queja llorosa que le hace perder el equilibrio y aterriza mal en los valles. Le ha pasado durante muchas noches, pero una noche es diferente. Se encuentra en el suelo un pedazo de tela sucio, donde ve a dos criaturas mirarse a los ojos. Como tienen plumas, cuellos largos, alas y son blancos, cree que esas criaturas son como él. Guarda la tela y busca al perfumado dueño por su olor. El olor le lleva a un castillo humano y para poder entrar, se viste y actúa como sus habitantes, como el mejor y más perfecto de todos ellos.
Ariadne recibe a un príncipe galante que llega de tierra lejana desconocida, más allá de las montañas, viste lujosamente y habla muchos idiomas. Es rubio como el sol, blanco como la nieve y sus ojos son de esmeraldas puras. Se siente saltar de alegría cuando le ve extraer el pañuelo que ha perdido. Para ella es una señal de que su deseo se cumple. Lo invita a dar un paseo por los jardines y se conocen. Él es tan interesante que lo invita a ser huésped por una temporada.
Los días y las semanas pasan, ellos cenan juntos, leen juntos, él la aconseja sobre estudios y gobierno, toca instrumentos junto a ella en el salón de música, charla con ella a la hora de la cena mientras por fin degustan algo que tiene sabor. Él es bueno en todo lo que hace porque así le ha enseñado su padre, el rey en las montañas. Él le enseña muchas cosas que dice haber aprendido de joven y hasta le trae flores desde el jardín, y todos los días pregunta por las aves del pañuelo. Una noche sabe que ella ha mordido el señuelo y la lleva hasta el balcón. Ariadne acaba de descubrir que Plata nunca ha sido un príncipe, sino que escondía dentro un dragón. Un dragón de horrible mirada, blanco y frío como la luna y sus sueños se resquebrajan mientras desea huir. Plata, sin darle tiempo a nada a su pobre presa, se roba a la princesa como se ha robado a tantas otras mujeres, con las que hará de juguete antes de dejarlas morir. Ariadne ahora es parte de su colección y él surca el cielo triunfante, llevándosela a donde sus gritos de auxilio no serán oídos.
El cielo sigue profundamente estrellado como otras noches, pero los deseos de felicidad de algunas mujeres han sido pervertidos por dragones psicópatas.
Cuidado con los dragones que vienen disfrazados de perfectos príncipes. Lucha y ayuda a luchar contra la violencia de género.
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Mirando al cielo estrellado
FantasyUna princesa triste y solitaria le pide un deseo a una estrella, el cual es pervertido por un monstruo malvado